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Harry

Un poco más de dos semanas habían transcurrido desde mi mudanza. Dos semanas donde fui acostumbrándome a la soledad y silencio de mi apartamento. 

Bueno, no sé si podría hablar de un real "silencio".

Éste a veces se veía interrumpido por las acaloradas discusiones de mis vecinos, unas dos o tres veces por semana, generalmente en la madrugada. No solían durar mucho, y seguía sin poder distinguir lo que decían, así que con el sueño encima los gritos y portazos pasaban a segundo plano. Aunque debo admitir que las primeras veces me asusté. 

Me preguntaba cada noche si podría dormir de corrido, o si sería despertado y tendría que recurrir a los videos de ASMR para relajarme hasta que se callaran, pero paulatinamente mis oídos generaron una especie de inmunidad. Luego de un rato los escuchaba como si estuvieran bajo el agua, o como si estuvieran muy muy lejos.

Ya entendía porqué los demás vecinos no se quejaban. 

Tampoco era algo que me molestara mucho. Prefería escuchar sus discusiones a no escuchar nada, porque me aterrorizaba la sensación de vacío. 

Además de eso, también había vuelto a encontrarme con la chica de ojos verdes, en las mañanas cuando salía a colgar mis toallas al balcón después de ducharme. Las pocas veces en las que esto había ocurrido, ni siquiera alcanzaba a saludarla. A penas reparaba en mi presencia, desechaba su cigarro (a veces casi entero) y desaparecía por el ventanal como alma que lleva el diablo. 

Qué desperdicio de tabaco, solía pensar en el momento, y me hubiera gustado que mi mente se limitara a eso.

La mayoría del tiempo me pillaba a mí mismo distraído en el trabajo, o a veces en casa, dándole vueltas al asunto. Supongo que ese es uno de los efectos secundarios de vivir solo: tienes demasiado tiempo para pensar.

Aunque en el fondo sabía que ese no era el único motivo: esa extraña actitud me descolocaba, pero más que nada, alimentaba mi curiosidad. Ella no parecía huir de ahí porque mi existencia le molestara, sino por miedo a algo, o a alguien. 

Como comprenderán, era inevitable pensar en Aaron como el responsable. 

Cada vez que me lo topaba en el ascensor, o en el hall del edificio, parecía de buen humor. No paraba de sonreír y me saludaba con demasiada efusividad, pero era una fachada que no terminaba de convencerme, sobre todo por lo que oía en las noches, y por el moretón que había visto en el rostro de la que, asumía, era su novia.

Eran cosas que no podía dejar pasar, que no me dejaban verlo con otros ojos, y lentamente empecé a generar una desconfianza hacia él, y una preocupación por ella.

No quería indagar mucho en el tema, sobre todo porque no significaba un verdadero problema para mí (más allá de despertarme de vez en cuando), y me parecía innecesario involucrarme... Sin embargo, la sed de respuestas pudo conmigo. 

Una mañana, en la que me hallaba con más tiempo de lo usual, pasé por el mesón de Andrew, el portero.

Era un hombre sesentón y regordete, con unas grandes mejillas sonrosadas, ojos pequeños ocultos tras unos lentes de marco dorado, y un grueso bigote gris que hacía juego con su cabello. Si tuviera barba, sería la viva imagen de Santa Claus. Inspiraban la misma ternura.

Había sido muy amable conmigo el tiempo que llevaba viviendo allí, así que porqué no preguntarle.

Comencé la conversación con algo banal, como el clima o qué había desayunado, y cuando consideré que era el momento indicado, lancé discretamente (o quizás no tanto) la pregunta. 

Jenny ➺ h.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora