once

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Harry

—Jenny, por favor, abre— golpeé la puerta del lavabo por tercera vez, pero, como suponía, no recibí respuesta. 

Las arcadas se seguían escuchando desde el otro lado, y estaba comenzando a asustarme. Por la cantidad de minutos que llevaba ahí dentro, parecía que estaba devolviendo todo lo que había ingerido en la semana. 

Me resigné a seguir esperando, así que apoyé la espalda en la pared y me deslicé por ella hasta tocar el suelo. La cabeza me daba vueltas, aunque no de dolor, sino de tanto pensar. 

Va a sonar descabellado, pero al ver a Jenny hiperventilando, tuve sentimientos encontrados. Una mezcla de intranquilidad y alivio me inundó, y se sintió tan extraño como suena. Increíblemente, la sensación de mal augurio desapareció, y asumí que era porque, ese evento desagradable del que mis entrañas trataron de avisarme todo el día, estaba ocurriendo justo frente a mis narices. 

Recordar la desgarradora escena hacía que se me apretara el corazón. A penas había terminado de leer la carta cuando la rizada salió corriendo en dirección al baño y se encerró en él. Llevaba cerca de media hora allí, ignorando todos mis intentos de ayudarla.

Exhalé y cerré los ojos un momento: la noche se cernía por completo sobre Londres, y con ello, el sueño había llegado a mí; sin embargo, el reposo no duró mucho, pues el sonido del pestillo siendo destrabado llamó mi atención. Fue seguido por la rotación de la perilla y las bisagras en la madera, indicando que la puerta se abría. Entre aquella luz amarillenta apareció Jenny, pasándose el dorso de la mano por la boca.

Tomé impulso como pude y me levanté, acercándome a ella. Agarré la base de su cuello y comencé a inspeccionar su cara con preocupación. Estaba extremadamente pálida, haciendo que sus suaves pecas se vieran tan oscuras como lunares, y sus claros irises se habían ensombrecido. Por su aliento mentolado supe que se había lavado los dientes, pero sus labios parecían sin vida. Continué analizándola, notando cómo rehuía de mi mirada. 

—Estoy bien— finalmente objetó. Suspiré, imaginándome que contestaría algo así. Era demasiado terca para admitir que no lo estaba, y pese a que quisiera discutírselo, preferí ahorrarnos el mal rato y guardé silencio. 

—Ya le avisé a los chicos que no iremos— informé, recordando la corta conversación que había tenido con ellos, donde les expliqué vagamente que Jenny no se encontraba muy bien. Gracias a Dios no pidieron más detalles. 

Ella asintió, separándose de mí, y a un paso débil y destartalado, avanzó por el corredor. Observaba los muros del 602 como si estuviera pisando el infierno. 

—¿Podemos irnos?— su voz sonó ronca y cansada.

—Por supuesto— me apresuré en llegar a ella, asiéndome de su mano para llevarla fuera de aquel espantoso lugar.

Una vez en mi departamento, le pedí que fuera a acostarse, mientras yo iba a la cocina. Llené un vaso con agua y rebusqué en el cajón algún ansiolítico. Esperaba que al menos un medicamento pudiera calmarla. 

Al llegar a mi habitación, ella ya estaba metida entre las tapas. A pesar de lo gruesas que eran, y de que la calefacción estaba prendida, su cuerpo seguía sacudiéndose en temblores intermitentes. 

Me senté en la orilla de la cama, provocando que el colchón crujiera bajo mi peso. Ella entreabrió los ojos y miró lo que llevaba, irguiéndose un poco.

—¿Qué es?— apuntó la pastilla. 

—Algo para que te relajes— murmuró una afirmación y tomó ambas cosas. Una vez que tragó la píldora, me devolvió el vaso medio lleno y regresó a su posición inicial— ¿Cómo te sientes?

Jenny ➺ h.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora