CAPÍTULO 3.

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Llegué a la cafetería, pero como tenía decidido ese día, no iba a quedarme allí, pedí mi cappuccino y un café con leche para llevar, salí y crucé la esquina, pocos pasos después vi la librería frente a mí, mientras las hojas sonaban en el suelo arrastradas por el viento, entré, envolviéndome del dulce olor de los libros y sus páginas escritas con tinta y tantos tipos diferentes de letras y tamaños posibles en cada uno de ellos, estaba todo cubierto de baldas llenas de los libros, a pesar de algunos huecos, había estanterías y unas cuantas mesas puestas para leer al fondo, a la derecha, el mostrador, y una puerta que llevaría a algún almacén, que increíblemente llevaría a tener más libros dentro de él. Dejé los cafés y mi bolsa en una de tantas mesas, y mientras miraba entre las estanterías los títulos de los libros, apareció, con una pila de libros en los brazos e intentando colocarlos en su sitio, no se había dado cuenta de que había llegado, o al menos eso parecía. Cogí con cuidado los libros, rozando sus brazos con mis manos, ella sonrió, cogió el libro que había encima de todos, y lo colocó automáticamente en la tercera fila.

Estuvimos así hasta terminar todos los libros, pero fue genial al poder estar admirándola, era preciosa. La veía rara sin su cigarro, su café y su libro, entonces al terminar, la acerqué a la mesa, y le di su café con leche, no habíamos hablado con nuestras voces mezclándose nunca, y esa fue la primera vez.

- Gracias- Dijo, con una voz dulce pero dura a la vez, y no muy alto.

Me encantaba todo detalle de ella, y su voz se había unido a otro detalle más, bebió un sorbo largo del café, lo dejó en la mesa, y se hizo un moño despeinado, algún mechón suelto le colgaba por su cara que parecía de porcelana, pero le quedaba tan genial. Volvió a coger el café y me hizo señas para que le siguiera.

Cogí mis cosas y salimos fuera, encendió un cigarro, y en vez de mirar al humo, me miro a mí, como si estuviera intentando descifrar todo de mí.

-¿Fumas?- Preguntó ofreciéndome el cigarro encendido que había estado en sus labios. No tenía palabras, ella simplemente se acercó y poniendo exageradamente cerca nuestros labios, me pasó el humo, y yo absorbí hasta cogerlo y echarlo lentamente mientras ella se alejaba un poco. Siguió fumando, sonrió y no hablamos más.

Me llevó al almacén, era enorme, había pilas de libros, repetidos y de todas las épocas. Fue directa a una balda, cogió un libro y me lo dio, “Las ventajas de ser un marginado.”, nunca lo había oído, pero parecía estar bien como para leérmelo.

- Te lo regalo, eso sí, cuando te lo termines, tienes que decirme que te ha parecido, sinceramente, y que piensas sobre los personajes.- Sonrió como si fuera una niña pequeña intentando convencer a un heladero para que le regalase el helado y después de guardar el libro en mi bolsa, salimos de allí.

- ¿Vas a ir mañana a la cafetería?- Pregunté tímidamente, notando su mirada intentando encontrar la mía.

- Claro, nos vemos, tengo que seguir aquí, hasta mañana.- Desapareció entre las estanterías y mesas del fondo, y yo me sumergí en el frio y el viento del otoño, con las hojas aun rodando por las calles.

Ella. [parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora