CAPÍTULO 4.

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Al llegar de las frías calles, abrí la ducha, y mientras puse música y me desvestí, me metí en la ducha, notando cada gota de agua que caía por mi espalda, haciendo carreras hasta llegar al final y caer en un infinito. Me mojé el pelo mientras pensamientos recorrían mi cabeza. “¿Por qué quería verme?” “¿Por qué me dio el libro?”.

Salí, me puse una toalla descuidadamente y dejé caer las gotas de mi pelo haciendo dejar un pequeño rastro por toda la casa, me puse una camiseta ancha, y empecé a leerme el libro. Empezaba bastante bien, me leí cuatro capítulos, y decidí irme a dormir, pensando cómo cada noche desde ese primer día que le vi, que le vería al día siguiente.

Me desperté a las tres del mediodía, pequeños cachos de luz se reflejaban hasta el suelo de mi cuarto desde mi ventana, mientras se veían las pequeñas motas de polvo en ese recorrido de luz. Me levanté, mis pies sentían la fría madera, y un escalofrío recorrió mi cuerpo al notar la diferencia de no estar cubierta por mis sabanas. Me preparé un par de tortas, y me hice una trenza de lado. Llegaron las cinco y decidí ir a la cafetería a verle otro día más. Pedí un batido, quería cambiar por un día, y me puse a leer “Las ventajas de ser un marginado”. Ella llegó, con una bufanda negra con toques grises, chaqueta negra, la camiseta del grupo, y pantalones vaqueros.

Me miró, sonrió tímidamente y pidió su café con leche, como cada día, dejó su mochila en la mesa en la que estaba.

-Recoge todo, nos vamos.-

- ¿Cómo? ¿A dónde?- Pregunte sin saber que decir exactamente.

- Solo déjate llevar, no pienses.- Volvió a ponerse la mochila, bebió de su café y nos fuimos.

Me llevó a un parque cuatro calles a la derecha de la cafetería, puso una manta, y nos tumbamos haciendo sonar las hojas caídas rompiéndose como cristales. Se puso enfrente de mí sentada con las piernas cruzadas, mirándome intensamente, mientras yo, intentaba descubrir que había en su mirada exactamente, que pensaba, y que pasaba con ella y conmigo, eso que no estaba escrito, pero sabíamos que algo raro estaba conectado.

Minutos incontables después, me di cuenta que después de un par de semanas y media, aun, no me sabia su nombre, sabía que le gustaba leer, me podía suponer su gusto musical, le gustaba escribir sus cosas en cuanto le venían a la mente, y noté que tenía miles de pensamientos recorriéndole a cada instante.

- No me sé tu nombre.- Cogió un cigarro, lo encendió, y dos caladas después, con ella entre todo el humo me contestó:

- Tampoco te hace falta saberlo, dejémoslo en un pequeño misterio. ¿Quieres?- Me ofreció su cigarro. Le dije que no con la cabeza, y un rato después de estar mirando al cielo nublado, a ella y a la forma en la que movía cada parte de su cuerpo, nos fuimos, nos separamos una calle antes de llegar a la cafetería, sin decirnos nada, como un hasta mañana que quedó en el viento.

Ella. [parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora