X carta (Final)

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Como odiaba la cuidad, además de que me traía recuerdos que trataba de olvidar. Las personas no eran las más educadas, mientras iba en el tren tuve que darle mi asiento dos veces a ancianas que subían y no encontraban uno, siendo ignoradas por los demás.

Luego de un mes, en donde mi cuerpo se sentía cansado, sentía que algo no iba bien. Tenía una buena edad, y era extraño que sintiera que me faltaba aire cada vez que caminaba por un buen rato.
Me negaba a ir donde un doctor, pero tampoco quería que me enterraran sin saber antes lo que me sucedía.

Ayer tuve fiebre y un dolor de cabeza insufrible que no se quitaba con medicamentos.

Cuando llegué al hospital fui atendido y llevado a la sala donde esperaría sentado en una banca hasta que fuera mi turno. Frente a mi había un niño sonriendo y un abuelo a su lado con tos. Sólo esperaba que fuera alguna gripe o algo te se tratara con pastillas.

Pero no fue así, después de la revisión y que saliera del hospital, esperé dos horas para mi resultado.
Me llevé una gran sorpresa al saber lo que me pasaba, me quedé sin aire y sentí rabia. Sabía que había posibilidades de que fuera esa enfermedad, pero me negaba a pensar si quiera eso.

<<debemos comenzar con el tratamiento, la enfermedad a abarcado gran parte ya.>>

Fueron las palabras del doctor que había llegado con sus resultados en un sobre color naranja pálido.

Cáncer pulmonar.

Así terminaría mi vida, siendo medicado con las mismas pastillas que le dieron a mi madre. Según lo que habían dicho los doctores era hereditario, pues no me sorprendía, mi tío había muerto de lo mismo. Y no era por desearles mal a mis primos, pero temía que ellos también terminaran así.

Caminando sin rumbo por la ciudad, me tope con aquella figura masculina que había tenido en brazos a mi amada.
Llevaba consigo un diario en sus manos, ¿estaba esperándote? Pues estaba afuera de un restaurante y mirando hacía este.

No quería ver, temía a que fueras tú y ver eso me volvería a desgarrar. Pero no fuiste tú, fue otra mujer de cabellera larga y negra. Muy diferente de las facciones de las cuales me había enamorado. La beso y ella sonrió a él, no me vieron, y caminaron para irse al otro lado de la calle.

¿Estas bien? ¿Te hizo llorar? Como pudo dejar ir aún Ángel.

El destino tal vez quería darme otra oportunidad, porque cuando entre al restaurante de donde salió aquella mujer, allí estabas, leyendo un libro. Vestías de tonos pasteles y tenías un tic en la pierna. Me quedé viéndote unos segundos, tal vez te diste cuenta, porque tu mirada cayó sobre mi, haciendo que apenado me girara para ver las variedades de comida frente a mi.

Sin embargo te levantaste y me abrazaste, algo que no esperé, pensé que ya no me querías y tampoco me querías ver, creí que lo dejaste en claro cuando te vi comprando aquel sombrero de playa. Pero allí estabas, rodeándome con tus brazos, haciendo que mis hojas de otoño fueran levantadas y agitadas por un extraño viento.

<<Hola.>>

Fueron las palabras que salieron de tu boca adornadas por una sonrisa ¿acaso estaba soñando otra vez y despertaría en la oscuridad de mi habitación, siendo consolado por el cantar de los grillos del campo? No, no estaba soñando.

Ordene un café con dos cucharadas de azúcar, nos sentamos y conversamos, no salió el porqué me viste de esa manera el día que compraste el sombrero de playa color beige. Pero si supe que habías terminado tu carrera universitaria y trabajabas en una tienda de ropa. Me contaste de como habías recibido las cartas que te envié deseándote feliz cumpleaños todos los años, y como las seguías guardando en una caja de madera que tu abuela te regaló.

Tus ojos no dejaron de brillar en todo momento, dándome una falsa esperanza, pues cuando me preguntaste.

<<¿estas bien?>>

Preferí mentirte y decirte que todo iba excelente, contándote todo lo que había pasado desde que fuiste feliz sin mi. Quitando de la historia mi más reciente enfermedad. Viendo como llevabas a tus labios la taza con café y sonrías sólo al verme.

Eso me hizo pensar en aquella carta con papel amarillento que había encontrado en las cosas de mi difunto tío. Era especialmente para mí, para su sobrino, hijo de su hermana.

'Sobrino mío, te dejo esta finca, donde atesore muchos recuerdos, se que cuando veas esta carta ya no estaré, pues la enfermedad que no le deseo a nadie llego a mi. A pesar de que no convivimos demasiado, sentí una conexión especial. Hablabas de una muchacha como si fuera la octava maravilla del mundo. Allí supe que no eras diferente a mi.
Mis hijos nacieron fuera del matrimonio, pues jamás me casé con tu tía. A pesar de que la amaba, dentro de mí algo evitaba a que me casara con alguien más que no fuera una joven que conocí cuando a penas comenzaba a trabajar en la finca. Me arrepiento de muchas cosas, pero menos de mis hijos.

Desde joven me pregunté ¿acaso soy como una hoja de otoño? Me caeré y me convertiré en composta para la tierra, ¿me volveré uno con el mundo?
Pero me di cuenta de que mi corazón era como un árbol, el cual se mantuvo fresco y de color verde, pero cada vez se fue deteriorando. Vuestro abuelo decía que nacíamos con un árbol dentro de nosotros, el cual si no le dábamos mantenimiento se secaría y todas sus hojas caerían.

Te dejo esta casa, donde hay paz y tranquilidad, donde las personas son buenas y amables. Donde puedas aprender a vivir sin ella.'

Mi tío tenía razón, necesitaba aprender a vivir sin ti. Pero aún así se me hacia difícil.

Creó que aquella enfermedad ya estaba planeada por el destino. En mi mente pasó que hubiera pasado si nunca nos hubiéramos separado.
¿Estarías llorando por aquella enfermedad que me estaba deteriorando al igual que un árbol viejo? ¿Nos hubiéramos casado? ¿Tendríamos hijos?

Te fui a dejar a tu casa, sonriendo en una plática amena. Viendo como habíamos crecido y madurado. Dejándote en la puerta, recibiendo un beso en la mejilla como despedida, tus ojos decían otra cosa, pero mi destino ya no era el mismo.

Perdóname.

Perdóname por no luchar por nuestro amor, perdóname por mentirte y decirte que estaba bien, pido tú perdón por no querer luchar por mi vida. Pero es que todas mis hojas ya habían caído y no tenían como volver.

Fui feliz al verte sonreír una última vez, y fui feliz cuando tu fuiste feliz. Pues el amor no se trata de tomar aquella persona y no dejarla ir. Pues sólo tendrás a aquella persona en una prisión invisible y sufriendo por ser libre.

¿Lloraste?

Te pido perdón también, sólo quería que supieras lo mucho que te amé y lo seguiré haciendo desde el más allá. No llores si estás llorando. Luego de nuestra salida hace una semana, me besaste y una de mis hojas caídas llegó hasta el árbol, quedando arriba en la punta.

Te amo, y por favor se feliz. Te estaré sonriendo desde el cielo, mi amor.




23/julio/2020

Cartas De OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora