La corbeta "Gloria Scott"

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—Tengo aquí unos papeles, Watson —dijo mi amigo Sherlock Holmes una noche de invierno en que nos encontrábamos sentados al lado de la chimenea—, que realmente me parece que valdría la pena que les echase una ojeada. Son los documentos del extraordinario caso del Gloria Scott, y este es el mensaje que dejó al juez Trevor muerto de terror cuando lo leyó.

Sacó de un cajón un pequeño cilindro, que había perdido el brillo, y, abriéndolo, me entregó una cuartilla de papel grisáceo en la cual estaba garabateado el siguiente mensaje:

La negociación de caza con Londres terminó. El guardabosques Hudson ha recibido lo necesario y ha pagado al contado moscas y todo lo que vuela. Es importante para que podamos salvar con cotos la tan codiciada vida de faisanes.

Cuando alcé la vista tras leer esta nota enigmática vi a Holmes riéndose de la expresión que mi rostro reflejaba.

—Le veo un poco desconcertado —dijo.

—No entiendo cómo un mensaje como este pudiera inspirar terror. Me parece grotesco más que otra cosa.

—Probablemente. Y sin embargo el hecho es que al lector, un hombre fornido y muy entero, le tiró de espaldas, como si del culatazo de una pistola se tratara.

—Despierta usted mi curiosidad —dije—. Pero, ¿por qué dijo hace un momento que había razones muy especiales para que estudiara este caso?

—Porque es el primero del que me ocupé.

A menudo había intentado que mi amigo me dijera qué era lo que le había encaminado hacia la investigación criminal, pero nunca antes le había encontrado en talante comunicativo para ello. Ahora se sentó en el borde de la butaca y extendió los documentos sobre las rodillas. Luego encendió la pipa y permaneció un rato fumando y dándole vueltas.

—¿No me ha oído nunca hablar de Víctor Trevor? —preguntó—. Fue el único amigo que hice durante mis dos años en la Universidad. Nunca fuí un tipo muy sociable, Watson; siempre preferí encerrarme en mi habitación e ingeniarme mis propios métodos de pensar, de modo que nunca frecuenté demasiado a los jóvenes de mi curso. A excepción de la esgrima y el boxeo no tenía aficiones atléticas y, por otro lado, mi modo de estudiar difería mucho del de los otros muchachos, de manera que teníamos pocos puntos en común. Trevor fue el único que conocí y eso gracias al accidente con su terrier, que me agarró del tobillo una mañana en que bajaba a la capilla.

Fué un modo muy prosaico de entablar amistad, pero eficaz. Estuve inmovilizado diez días y Trevor solía venir a ver qué tal iba. Al principio sólo hablábamos unos minutos, pero pronto sus visitas comenzaron a alargarse y antes de fin de curso éramos íntimos amigos. Era un tipo alegre, lleno de vida y energía, impulsivo, justo lo contrario de mí en casi todos los aspectos. Pero encontramos que teníamos algunos intereses en común y el hecho de que estuviera tan solo como yo fue otro vínculo de unión. Finalmente me invitó a la casa de su padre en Donnithorpe, en el condado de Norfolk, y yo acepté su hospitalidad durante un mes en verano.

El viejo Trevor, un hombre adinerado que gozaba de gran consideración, era Juez de Paz y terrateniente. Donnithorpe es una pequeña aldea justo al norte de Langmere, en los Broads.

La casa era una antigua y amplia edificación de ladrillo con vigas de madera de roble y una hermosa avenida de tilos. En los pantanos se cazaban patos salvajes, había mucha pesca, una pequeña pero selecta biblioteca, comprada, según tengo entendido, a un ocupante anterior, y una aceptable cocinera, así que había que ser muy quisquilloso para no pasar allí un mes muy agradable.

El viejo Trevor era viudo, y mi amigo hijo único. Supe que había tenido una hija que murió de difteria en una visita a Birmingham. El padre me interesaba sumamente. Era un hombre de escasa cultura, pero con una buena dosis de fuerza bruta, tanto física como mentalmente. Apenas había leído un libro, pero había viajado mucho, conocía el mundo y recordaba todo lo que había aprendido. Era un hombre de aspecto corpulento, con un mechón de pelo gris, rostro curtido y moreno, y ojos azules y penetrantes hasta rayar casi en la fiereza. Sin embargo, entre la vecindad tenía fama de ser amable y bondadoso, y destacaba por la tolerancia de sus sentencias.

Las memorias de Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora