Poco después de casarme compré una consulta médica en el distrito de Paddington. El anciano señor Farquhar, a quien se la adquirí, había tenido en tiempos una excelente clientela, pero la edad y el baile de San Vito, mal que padecía, la habían mermado considerablemente. Como es comprensible, el público se rige por el principio de que quien tenga la pretensión de curar a otros debe estar él mismo sano, y mira con recelo al médico cuya propia enfermedad está fuera del alcance de sus drogas. Así pues, a medida que mi predecesor se debilitaba, su consulta disminuía, de modo que cuando se la compré había bajado de 1.200 visitas a poco más de 300 al año. Sin embargo, yo confiaba en mis energías y juventud, y tenía la convicción de que en pocos años la consulta estaría de nuevo repleta.
Los tres meses siguientes estuve muy ocupado y vi poco a mi amigo Sherlock Holmes, pues tenía demasiado trabajo para ir a verle a Baker Street y él no solía desplazarse salvo por motivos profesionales. Me sorprendió mucho, por tanto, cuando una mañana de junio, mientras leía el British Medical Journal después del desayuno, oí el timbre de la puerta y a continuación el agudo y algo estridente tono de voz de mi antiguo compañero.
—Mi querido Watson —dijo al entrar en el cuarto—. Me alegra verle. Espero que la señora Watson se haya recuperado de la agitación que acompañó a nuestra aventura de El signo de los cuatro.
—Ambos estamos bien, gracias —respondí dándole la mano calurosamente.
—También confío en que las preocupaciones de una consulta médica no le hayan hecho perder el interés que sentía por nuestros problemillas de deducción —dijo sentándose en la mecedora.
—Al contrario. La noche pasada, sin ir más lejos, estuve repasando mis apuntes y clasificando algunos de nuestros resultados.
—Espero que no considere su colección cerrada.
—En modo alguno. Nada me gustaría más que aumentar mis experiencias.
—¿Hoy, por ejemplo?
—Sí, hoy mismo si quiere.
—¿Y a tanta distancia de aquí como Birmingham?
—Por supuesto.
—¿Y la consulta?
—Atiendo a la de un vecino cuando él se ausenta. Por tanto siempre está dispuesto a pagarme el favor.
—Perfecto —dijo Holmes, recostándose en la silla y mirándome detenidamente a través de los párpados entreabiertos—. Veo que no ha estado bien últimamente. Los resfriados de verano siempre son muy latosos.
—Me tuve que quedar en casa tres días la semana pasada a causa de un enfriamiento. Pero pensé que ya no quedaban señales de él.
—Y así es. Tiene usted un aspecto muy saludable.
—Entonces, ¿cómo lo ha notado?
—Mi querido amigo, ya conoce mis métodos.
—¿Lo dedujo, acaso?
—Por supuesto.
—¿De qué?
—De sus zapatillas.
Eché una ojeada a las zapatillas de piel nuevas que llevaba.
—¿Pero cómo diablos...? —comencé, mas Holmes me interrumpió sin dejarme acabar la pregunta.
—Lleva unas zapatillas nuevas —dijo—. No pueden tener más de unas cuantas semanas. La suela, sin embargo, está un poco chamuscada. Por un momento pensé que se las podía haber mojado y que se habían quemado al secarlas. Pero cerca del tacón tienen un pequeño círculo de papel con el distintivo del zapatero. De haberse mojado las zapatillas, esto se hubiera caído. Por tanto deduje que usted había permanecido sentado con las piernas estiradas y los pies junto al fuego, algo que, de no estar enfermo, no hubiera hecho, ni siquiera teniendo en cuenta lo húmedo que está resultando junio.
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Las memorias de Sherlock Holmes
Mystery / Thriller'Las Memorias de Sherlock Holmes' es una colección de historias de Sherlock Holmes, originariamente publicado en 1894, por Arthur Conan Doyle; que reúne algunas de las más célebres aventuras que tienen como eje al inolvidable inquilino del 221b de B...