Capítulo 3: Comienza el caos

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Querido diario:

El miedo se contagia.

Lo que hemos vivido hoy es la prueba de ello.

Resulta extraño comenzar la semana sin una ducha con agua templada, sin escuchar el sonido de la tostadora al terminar de calentar el pan, o sin un mensaje de Lara pidiéndome que le guarde un sitio a mi lado porque se ha vuelto a quedar dormida. ¿Qué estará haciendo ahora mismo?, ¿y Joe, qué será de él? Seguro que aún están en el quinto sueño, pero por desgracia yo no puedo decir lo mismo.

- Ali, ¿cuánto te queda? - La voz de Jairo suena detrás de la puerta de mi habitación.

- ¡Ya voy! Dame un minuto para recogerme el pelo.

Mi cabello, que ya era castaño de por sí, se ve aún más oscuro y liso después de tanto tiempo sin poder lavarlo. No soporto la sensación de suciedad que deja cuando roza mi espalda, así que estos días los recogidos se han convertido en mi mejor aliado.

- Listo.- Abro la puerta y mi primo gira la cabeza desde el sillón.- ¿Cuándo nos vamos?

- Cuanto antes mejor.

Caminamos por un sendero de tierra cerca del río. El recorrido me resulta familiar, solíamos salir por aquí cada tarde a caminar con la tía Rachel y darle comida a través de una valla a los caballos que tenían los vecinos. Mi favorito era el más pequeño de todos, un caballo blanco al que yo misma bauticé como Alaska, pero ya no queda ni rastro de él.

Al terminar el sendero tuvimos que andar un poco por el arcén de la carretera. Esta zona suele estar bastante transitada, aunque hoy no hemos visto ni un solo coche.

Llegamos al puente de cemento que une el campo con la ciudad, y en ese punto nuestros caminos se separan. La tía Rachel debe continuar recto en dirección al hospital y el resto caminamos juntos un par de minutos hasta que encontramos el supermercado más cercano.

No nos toma más de cinco segundos darnos cuenta de que todo el mundo ha pensado igual que nosotros. En la vida he visto un supermercado tan lleno, y eso que apenas son las nueve de la mañana. La imagen de toda esa gente agolpada en la puerta me produce ansiedad, así que me tomo unos segundos para respirar profundamente mientras me aproximo a la entrada.

Parece mentira que hayan abierto hace menos de quince minutos. La escena que nos encontramos es digna de una película apocalíptica.

- ¿Desde cuándo hay tanta gente en Hartford?- Se nota que Jairo intenta quitar tensión al momento con su comentario.- Veintidós años viviendo aquí y nunca había visto un carro de la compra con tantos rollos de papel higiénico.- Aunque la situación no invite a ello, no puedo evitar soltar una carcajada y mirar al señor del que mi primo habla.

A medida que avanzamos por los pasillos del supermercado, vamos viendo cómo todos los estantes están completamente vacíos excepto en la zona de refrigerados, pero el olor a putrefacto que desprenden los productos no invita precisamente a comprarlos.

Tenemos algo de suerte al llegar a la sección de verduras. Encontramos algunas mazorcas de maíz y una caja de cerezas que, aunque no tienen la mejor pinta, no podemos rechazar. Mientras que seguimos caminando en busca de sal y agua, notamos cómo el ambiente se ha ido calentando hasta el punto de que, justo delante nuestra, dos mujeres han estado cerca de llegar a las manos por un poco de lechuga.

Lo único que quiero ahora mismo es salir de aquí. Acabo de ver cómo un hombre aprovecha que una señora está distraída para meter la mano en su cesta de la compra. En una situación normal habría avisado a esa pobre señora, pero ahora mismo estoy completamente muda; sólo puedo pensar en mantener la vista fija en nuestra cesta y aferrarme con más fuerza la sudadera de Jairo porque de lo contrario lo perdería entre la masa de gente en cuestión de segundos.

BlackoutDonde viven las historias. Descúbrelo ahora