23 |Parte uno|

174 17 4
                                    

Una verdad revelada. Parte 1.

Hacía horas desde que Altaír cruzó el umbral de la puerta y salió, Liz seguía recostada en el diván leyendo un libro mientras el calor de la chimenea envolvía el lugar pero aun así, no podía concentrarse en su lectora. Quisiera o no, se sentía sumamente preocupada por Altaír y aquella carta del consejo.

Se puso de pie dejando el libro en el diván, y caminó escaleras arriba en dirección a la habitación de Altaír. Al llegar, lentamente abrió la puerta y un aire frío le dio la bienvenida. Toda la habitación estaba a oscuras, con la chimenea apagada. Se acercó a la cama y tomó asiento. El colchón era suave y las sabanas de seda se deslizaban en sus manos. Al recostarse el olor clásico y elegante del joven inundó sus fosas nasales y vio en la mesa de al lado un brillo que le llamó la atención.

Era un anillo.

Lo tomó entre sus dedos y observó la gran piedra de rubí que adornaba el anillo de oro. Era reluciente y el color muy llamativo pero un pequeño escalofrío recorrió su espina dorsal pues le recordaba a aquellos ojos escarlata que vio por primera vez en aquel oscuro callejón. Justo cuando iba a dejar el anillo en donde estaba, notó que llevaba una inscripción. Lo acercó más a su ojo para poder ver y fue como si viera a través de un microscopio, pensó que era debido a sus nuevas habilidades vampíricas.

"Non omnis moriar"

Aunque no sabía su significado, sintiendo un peso dentro de ella, como si aquella frase se incrustara en lo más profundo de su corazón. Dejó el anillo en donde estaba y se preparó para salir de la habitación hasta que una sombre en el fondo del aposento le llamó la atención. Con cuidado se acercó a la chimenea y la encendió revelando así un enorme retrato de Altaír encima de esta. No pudo evitar pensar que realmente era un tipo egocéntrico, tener un cuadro suyo de semejante tamaño le parecía una exageración pero mientras más lo observaba se dio cuenta de que no era Altaír aunque compartían mucha similitud.

Al acercarse más al cuadro, pudo observar con detalle: El hombre estaba parado al lado de lo que parecía ser un trono, con sus manos apoyadas en este, vestía ropas elegantes que le recordaban a la época victoriana, tenía un largo cabello rubio atado en una coleta y ojos azules cristalinos, unas características que le recordaron a Altaír y le hizo pensar que era él en primer lugar pero algo diferente en este hombre es que tenía un pequeño bigote y barba, aunque no descartaba del todo de que pudiera ser Altaír. Mientras seguía observando, se dio cuenta que en una de sus manos estaba aquel anillo de oro y rubí.

¿Realmente era él? Se preguntó.

Podría ser un hermano, tal vez mayor que él, o quizás...

—Es mi padre.

Al escuchar aquella voz familiar no puedo evitar dar un respingo, estaba confundida y sorprendida al no sentir su presencia antes.

— ¡Altaír! —Dijo, mientras lo observaba de pies a cabeza revisando que estuviera bien— ¿Qué pasó con el consejo?

Altaír, quien tenía un semblante serio, relajó su rostro regalándole una sonrisa despreocupada. —Como te dije, solo fue una charla amistosa.

—Me alegra que estés bien. —confesó aliviada de verlo.

—No pensé que me extrañarías, solo fueron unas horas.

No pudo evitar molestarse por aquel comentario y más aún por aquella estúpida sonrisa juguetona que el joven tenía. —No te extrañé, solo dije que me alegra que no estés herido.

Altaír ensanchó más la sonrisa, provocando que sus ojos se achiquen, antes de contestar. —Pero estabas preocupada por mí. ¿Acaso ya tienes el síndrome de Estocolmo?

Desire | Libro 1 (Saga Desire)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora