Epílogo

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Habían pasado varios años desde la última vez que Liv había pisado Folkvangr, pero la imagen frente a sus ojos distaba mucho del recuerdo ameno que aún residía en su memoria. Si no la hubiera estado guiando Frey, habría dudado de que en efecto se tratara del reino de su madre frente a ella, pues bajo su mirada era completamente irreconocible.

Sin la luz que brillaba en el cielo a toda hora del día, el reino de Folkvangr se encontraba sumido en una oscuridad no característica del lugar. A su vez, el clima perfecto que predominaba todos los días del año había sido reemplazado por un aura helada que ponía los pelos de sus brazos de punta. El mundo sin Freya resultaba más aterrador de lo que creyó inicialmente y no pudo evitar pensar en dónde diablos se había metido.

Caminó tras el dios por la pradera, la cual la muchacha podría haber jurado que se encontraba más seca y sin vida que de costumbre, pero era difícil cerciorarse con la única iluminación proveniente de las ventanas del palacio a lo lejos. El murmullo incesante de voces alegres no se escuchaba por ningún lado y las personas vagaban sin rumbo por los alrededores apenas levantando los pies del suelo. Aquello era como lo que Liv siempre creyó que la muerte sería y era más inquietante de lo que jamás pensó.

El interior del palacio estaba regido por un silencio perturbador, lo que le envió un escalofrío por su espalda. El ruido de sus pisadas sobre el suelo de mármol hacían eco en las paredes, rompiendo con la calma. Se paró a un par de metros del gran trono de Freya, ahora vacío. Finalmente la idea de que su madre realmente se había ido se asentó en la forma de un nudo en su garganta y las lágrimas volvieron a picar en sus ojos. Todo aquello le parecía absurdo ¿Ella? ¿En el trono de Folkvangr? ¿Quién creyó que aquello podría ser una buena idea?

—Lo harás bien, Liv —le habló Frey a su lado, poniendo una mano en su hombro a modo de apoyo moral.

—No hay manera de comprobarlo ahora que Freya ya no está —dijo haciendo referencia a las capacidades proféticas de su madre. De verdad quería creer en las palabras del dios, pero su experiencia de vida decía lo contrario.

—Freya confía en ti —sonrió el rubio—. Y también yo.

Liv asintió y tomó una bocanada de aire, tragándose las ganas de llorar. Si iba a hacerse cargo de un reino entero, debería lucir el papel, al menos por fuera. Tendría de guardarse sus sentimientos por un tiempo y confiar que eventualmente desaparecerían.

Avanzó el par de pasos restantes hasta estar frente por frente al gran trono adornado con detalles en oro rojo y su corazón se cayó hasta sus pies. Allí, en el centro del asiento aterciopelado, se encontraba la runa que había perdido la última vez que estuvo ahí: ᛅ Nauthis. Pocas veces en su vida Liv se había sentido tan aterrada como para tener el impulso de vomitar la poca comida que había en el estómago, y aquella era una de esas situaciones. Respiró hondo y tomó la runa entre sus dedos, apretándola contra la palma con tal fuerza que sus nudillos comenzaron a emblanquecer. Volteó nuevamente, observando como Frey le asentía a un par de metros de ella y, cerrando los ojos con fuerza, tomó el lugar de su madre en el trono.

Cuando volvió a abrir los ojos, la luz del exterior inundaba la sala por los grandes ventanales del palacio. Liv contuvo el aire por unos segundos, temiendo que todo aquello no fuera más que una alucinación, pero nada pasó. Los murmullos volvieron a escucharse en los pasillos contiguos a la sala de trono y el ambiente pareció verse despojado del aura lúgubre que portaba. No tenía idea de cómo, pero ella había logrado volver a darle vida al mundo de los muertos, por más irónico que aquello sonara.

Ya no había marcha atrás. El Universo seguía su curso, incluso sin su madre, incluso sin sus seres queridos. No quedaba otra opción que adaptarse.

Si tan solo hacerlo fuera tan fácil como decirlo.

Warzone Heir || Bucky Barnes (Warzone legacy 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora