"SI TÚ SUPIERAS"

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Volkov, la máquina de hielo le llamaban muchos. Muy pocos, por decir que prácticamente nadie, lo había visto reír, o ser simpático. Era educado, sí. Pero también dolorosamente frío y hermético.

Pero había una persona capaz de cambiar aquello. Un hombre con fuego en la mirada y un corazón tan cálido que era capaz de derretir el frío de su congelado corazón y sacar a flote eso que no mostraba a nadie más que a él.

Volkov lo intentaba, siempre que iban a patrullar juntos intentaba con todas sus fuerzas ocultar sus emociones, pero fallaba miserablemente pues en cuanto subían al patrulla se sentía cálido y feliz. Tanto que se volvía simpático, y aunque reservaba eso para su compañero de patrulla, había ocasiones que esa simpatía se mostraba frente a otros sólo por el simple hecho de estar junto a él.

Cosa que Conway malinterpretaba siempre y terminaba molestándolo con cosas como conseguirle una cita, o pedir el número de alguien para él. Algunas veces era como esa tía molesta que se muere por ver a su sobrino favorito casado y con hijos. Sin embargo, Volkov lo tomaba todo a broma, o lo ignoraba totalmente.

Eso hasta que esa mañana al entrar de servicio encontró a su superior en el despacho de abajo junto a una mujer que le resultó conocida. Curioso, entro en el despacho y saludo a su superior, miró a la joven de cabellos castaños y soltó un suspiro al recordar de donde la conocía.

—Déjeme adivinar, ¿le dijo que usted me gusta y que deberíamos tener una cita?

La joven se ruborizo por completo y asintió mirando al suelo. Era solo una civil -de la cual ni su nombre recordaba- a la que habían sacado ilesa de un atraco dónde era rehén. El la cacheo y le sugirió tener más cuidado para que no fuera secuestrada nuevamente, solo eso. Un consejo que daría a cualquiera y su jefe ya creía que se la quería ligar.

Fastidiado con ese jueguito de niños, pidió a la civil que se retirará, se disculpo por el mal entendido y encaró a su superior con rabia. —Usted debería pensar en cambiarse esas gafas pues parece le cuesta ver con las que lleva. —Su enojo y frustración eran más que evidentes en el tono de su voz. —¡No me interesa esa señorita, ni ella, ni nadie! —Se acercó al Superintendente hasta quedar prácticamente nariz con nariz. —¡Y no me interesan porque ya tengo a alguien especial! Pero es tan idiota que no se da cuenta que solo soy amable cuando estoy cerca de él. —Vocifero sin alzar la voz más de lo necesario. Dio media vuelta y dejó a su jefe en el despacho. Seguramente el resto del día no pararía de preguntar a quien se refería, porque claro, el autodenominado "Dios, Jack Conway", era muy listo para todo, menos para darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

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