AU - LA PURGA (parte dos)

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(+18 leer bajo su propia responsabilidad)

El ruido de algún trasto metálico los obligó a separarse. Sus armas se habían quedado sin balas por lo que buscaron cargadores en el maletero de uno de los autos. Hubo suerte y encontraron lo suficiente como para matar a un pequeño ejército.
—Parece que la diversión aún no se termina. —Conway con las armas ya cargadas tiro de Volkov al tomarlo del chaleco y lo beso de forma ruda, violenta. Sus dientes rasgaron los labios ajenos y gruñó cual animal hambriento. —¡Vamos, princesa!
Volkov se obligó a concentrarse, pero luego de ese beso que le dejo flojas las piernas su concentración estaba en muchas partes, menos lo que fuera que los esperaba afuera. Conway abrió la puerta del garaje con cuidado de no hacer ruido, camino con la espalda pegada a la pared hasta la esquina y miró en todas direcciones. "Dos, a mis nueve, dos a las doce" le informó a base de señas.
Volkov asintió, tomó su arma con ambas manos y se preparó para ir por los del costado mientras su superior se encargaba de los otros. Conway dio la señal y ambos descargaron una lluvia de balas contra los intrusos que cayeron al instante. Sus miradas se cruzaron por unos segundos y una promesa se formuló entre ellos.
Conway le señaló con la cabeza el auto estacionado a unos pasos de ellos, Volkov se acercó con sigilo, iba a abrir la puerta pero justo notó que las llantas estaban pinchadas. Algunos disparos se escucharon bastante cerca de dónde estaban y Conway lo llamó para que se acercara y alejarse del lugar por un lateral. —Tendremos que correr. ¿Recuerdas mi antigua casa?
El ruso asintió.
—Vamos para allá, no te separes de mí.
Volkov asintió una vez más, se pegó a su superior y recargo su arma antes de comenzar a avanzar. Las calles eran una horrible zona de guerra, gente muerta por doquier, autos volcados o en llamas, explosiones, gritos, disparos, golpes, y alguno que otro inocente corriendo para salvar su vida.
—¡Concéntrate, coño! —Gruñó Conway al tener que tirar de él y sacarlo de la trayectoria de una flecha que alguien le lanzó desde un tercer piso justo frente a ellos.
Volkov apuntó, disparo y le dio en la cabeza al sujeto. De inmediato los dos giraron en la esquina para entrar por un callejón que los llevaría hasta los canales donde se encontraron con un grupo de maleantes armados solo con machetes y bates. Eran críos, sin embargo por lo que pudieron ver alrededor ya tenían varias muertes en su historial.
Ambos guardaron las armas, intercambiaron una mirada y se lanzaron contra el grupito que quizás les superaban en número pero no en habilidad. Desarmarlos fue fácil, acabar con ellos aún más. Unos minutos más tarde los dos cruzaban el jardín frontal de la casa.
Apenas pasaron por la puerta Conway tomó a Volkov por el cabello y lo estampo de forma violenta contra la pared, besándolo como si el mundo se fuera a acabar, las armas cayeron al suelo a su alrededor y las manos del ruso se aferraron al chaleco de su superior para mantenerlo pegado a su cuerpo que con desespero anhelaba su toque.
No había cuidado entre ellos, no había cariño en la lucha de sus bocas. Tan solo había una desgarradora y cruda necesidad, un hambre voraz que en vez de saciarse a medida que comían, aumentaba más. Las manos de ambos comenzaron a tirar de las ropas ajenas, rasgando la tela, haciendo saltar los botones hasta que centímetro a centímetro la piel quedó expuesta y los labios de ambos fueron capaces de apartarse solo para morder, arañar, besar y lamer el cuerpo del otro.
Eran bestias, monstruos famélicos que se devoraban mutuamente sin ninguna clase de control, dejando salir sus instintos más básicos, exigiendo tanto como daban, rozando en la locura cada nueva caricia en la que se mezclaba la violencia y la impaciente necesidad de fundirse el uno con el otro.
—¡Hijo de puta! —Gruñó Conway cuándo el ruso lo mordió en el hombro. Se suponía que Volkov debería controlarlo, detenerlo, y sin embargo el desgraciado no hacía más que aumentar su jodido estado de locura, convirtiéndolo en una bomba de tiempo a punto de estallar y acabar con todo a su paso.
Volkov solo sonrió, sus labios manchados de sangre, su respiración entrecortada, el corazón a punto de sufrir un infarto dentro de su pecho. Su mirada azul brillante se fijó en la castaña de Conway y con todo descaro termino de sacarse la ropa antes de girarse quedando de cara contra la pared.
Conway gruñó, igual que un león a punto de devorar a su presa. Sus callosas manos se deslizaron por la espalda del ruso en una lenta agonía que culminó en sus glúteos los cuales apretó con fuerza, dejando en su piel blanquecina la marca de sus dedos. —¿Me quieres, princesa? —Cuestionó mordisqueándole el lóbulo de la oreja, a la vez que frotaba su erección entre los glúteos del ruso.
—¡Coño... sí! —Respondió Volkov.
Los dientes de Conway se le marcaron en la piel del cuello donde lo mordió a la vez que de una dura y violenta embestida su miembro se deslizaba dentro de Volkov quien no pudo evitar tensarse por la efusiva invasión que le produjo una colisión entre dolor y placer. De su boca escapo un gemido y tuvo que respirar varias veces para controlarse.
Conway se quedó muy quieto, besando, lamiendo, mordiendo la piel de sus hombros, cuello y nuca. Una de sus manos se deslizó hacia adelante, rodeando en un puño la erección de Volkov. —Gime... conmigo... —Ordenó.
Con la mano libre lo sostuvo por la cintura, masturbandolo a la vez que embestía una y otra vez con fuerza, deslizándose entre sus paredes hasta impactar con ese punto que hacía temblar al ruso. Los gemidos de ambos se mezclaban con los sonidos de afuera y el silencio de la casa, sus cuerpos cada vez más calientes se movían en perfecta sincronía, buscándose, frotándose, apretándose uno contra el otro como si el contacto entre sus pieles no fuera suficiente.
Y no lo era, nunca lo era.
En algún momento Conway se apartó de Volkov quien gruñó a modo de protesta, pero pronto fue callado por los labios ajenos que devoraban su boca robándole el aliento, al mismo tiempo Jack lo empujaba por toda la casa hasta caer contra alguna superficie, el sofá, quizás. Y sin ningún preámbulo volvía a empujarse dentro suyo, haciéndolo temblar cada vez que golpeaba su próstata, llevándolo a la locura absoluta al tomar de nuevo su erección y masturbarlo a la par que lo poseía.
Sus manos inquietas, anhelantes, se deslizaban sin pausa por el cuerpo masculino y de músculos marcados de su pareja, remarcando cada centímetro, marcándole la piel con las uñas, impregnándolo con su aroma pues era en el fondo una bestia posesiva que deseaba que fuera suyo y solo suyo.
—Viktor...
—Jack...
Se llamaban constantemente entre gemidos y gruñidos, poseyéndose insaciables, hambrientos, violentos, desenfrenados. No eran amantes en ese momento, no eran los novios que se dan mimos y se tratan con cariño, eran dos seres violentos, con sangre en las manos, dejando ver el uno al otro la inexplicable necesidad que tenían el uno del otro, como si hubieran estado hambrientos toda su vida y ahora no eran capaces de parar.
—Jack...
—Viktor...
En un susurro se llamaron los dos, alcanzando la euforia máxima del momento, entre choques violentos de sus cuerpos se derramaron hasta quedar saciados. Y en el silencio del nuevo amanecer, se abrazaron hasta el alma, extasiados, satisfechos, agotados.

Volkway ThingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora