AU - LA PURGA

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—Hoy no somos policías Volkov, no lo olvides.
Volkov miró al hombre a su lado, ni un día como ese era capaz de quitarse la corbata y esa camisa tan pulcra. Mantenerse limpio sería toda una proesa. —No lo olvido, Conway.
—Bien. —Jack recargo todas y cada una de sus armas, se ajusto bien la corbata y lo miró a los ojos. Había un atractivo brillo que prometía peligro en los castaños de su superior, peligro y violencia. —¿Estás listo?
—Estoy listo. —Respondió chequeando sus armas también y asegurarse de llevar el cargador lleno.
—Vámonos.
Viktor miró una vez más por la cristalera del enorme ventanal. La ciudad parecía desierta, las luces de las farolas y los semáforos eran todo lo que se veía en las calles.
—Mueve el culo princesa... —Lo apuro impaciente su superior.
Ambos se dirigieron al elevador, bajaron hasta el garaje y se colocaron las máscaras antes de subir a la moto y salir del edificio.
—Sí ves a alguien dispara, no dudes, ellos no lo harán.
—Entendido.
Volkov se aferro con fuerza al cuerpo de Conway con un brazo, en la mano libre llevaba su arma, listo siempre para disparar.
Desde arriba todo parecía desierto, sin embargo una vez salieron del garaje el caos en su máximo esplendor se dejó escuchar. Era una zona de guerra, gritos, disparos, explosiones, nada que ambos no hubieran escuchado antes.
La adrenalina comenzó a correr más rápido por sus venas al‍ertando cada uno de sus sentidos con el fin de sobrevivir, la emoción, el peligro, creaban una mezcla peligrosa que los hacía sentir eufóricos.
Un auto salió de uno de los garajes y se colocó a su derecha, Volkov alcanzó a ver la boquilla de un arma asomar por la ventanilla de cristales tintados. —¡A la derecha! —Avisó a Conway quien asintió en respuesta.
—¡A la de tres, dispara! —La moto ganó velocidad evitando con esto que los atacantes les dispararan, Jack desenfundó su arma y comenzó a contar. Al llegar a tres frenó de pronto y ambos descargaron un cargador entero contra el vehículo. Los cristales estallaron con violencia y el auto comenzó a dar giros extraños sobre el asfalto hasta estamparse contra la pared de contención.
Conway detuvo la moto por completo esperando algún movimiento en el auto. No hubo ni la más mínima señal de que quedará alguien con vida por lo que volvieron a ponerse en marcha. Avanzaron hasta el norte, hacia uno de los bares de mala muerte que había a un lado de la carretera, era bien sabido por todos que las ratas estarían ahí, haciendo de las suyas dentro de su ratonera.
—Yo entró primero, tu vigilas el perímetro. —Ordenó Conway al llegar. Estacionaron la moto entre unos arbustos y siguieron a pie.
—¡Y una polla! —Volkov casi gruñó a su superior. —Hoy no somos policías, así que no eres mi superior. —Le recordó recargando su armamento. —Entramos juntos y salimos juntos.
—¡La madre que te pario! —Conway lo tomó de la camisa le retiró la máscara, se quitó la propia y le estampo un beso en los labios. —¡No quiero que nada malo té pase!
—Por eso, vamos juntos o no vamos. —Volkov con la adrenalina a tope se vio más valiente que de costumbre y no dudó en besar de forma ruda a su superior, mordiéndole el labio inferior con algo de fuerza a la vez que su mano izquierda se presionaba contra la entrepierna ajena. —Porque me niego a perderme de esto en mi cama al amanecer.
Conway gimió. La sorpresa brillaba en su mirada y aunque no se le veía por la oscuridad Volkov supo que estaba sonriendo.
—Capullo... —Le dijo. Lo tomó del trasero con ambas manos, lo apretó contra la erección que le acababa de provocar y le devoró la boca como si de ello dependiera su vida. —Te haré pagar por tu insubordinación. —Prometió.
Volkov se estremeció ante esa promesa y volvió a morderle el labio antes de separarse, ponerse las máscaras y continuar con el plan que tenían.
Con una arma en cada mano los dos entraron al estacionamiento del lugar disparando a todo lo que se moviera. Algunos lograron acercarse a ellos y terminaron con el cuello roto o la garganta cercenada de oreja a oreja. La tibia sangre iba tintando sus ropas a medida que se abrían paso hacia la entrada, dejando detrás un camino de cuerpos sin vida. Los dos hombres eran imparables, feroces, devastadores. Su precisión al matar a todos y cada uno de los ahí presentes era como ver una obra de arte ser creada.
De una patada echaron abajo la puerta y los tiros volaron en ambas direcciones. La explosión de adrenalina en ese momento evitó que Volkov sintiera dolor cuando una de las balas le atravesó la piel del brazo. Conway por otro lado parecía enloquecido, fuera de sí, disparando sin control incluso a la indefensa pared. Su rostro cubierto por la máscara salpicada de sangre no lo dejaba ver sus expresiones pero con solo ver su mirada Volkov sabía que estaba sonriendo.
En unos pocos minutos dejaron la zona limpia de matones y pasaron a la parte trasera donde tenían a la gente que habían secuestrado para sus rituales. Conway les apuntó con el arma y maldijo amenazando con volarles la cabeza si se movían.
—Conway... se terminó. —Volkov bajo las armas y se colocó frente a su superior.
—¡Apártate hijo de perra! ¡Tenemos que acabarlos a todos! —Jack apuntó el arma a la cabeza del ruso.
Volkov no se movió. Su mirada azul estaba fija en la castaña de Conway. —Ya lo hicimos, estos son inocentes. —Dijo con calma.
—¡Ninguno es inocente! —Gruñó, sin embargo bajo el arma soltó unas maldiciones y salió del lugar.
Volkov lo seguía de cerca, la sangre aún resbalando de sus manos enguantadas. Un par de motos con tipos armados los esperaban afuera, sin embargo no fueron un gran problema. Disparar se les daba bien a ambos, sobre todo disparar a la cabeza.
De vuelta al sur se toparon con un par de bloqueos con los que tuvieron que lidiar incluso a puñetazos pues los cargadores se les acabaron y las armas terminaron como herramientas solo para golpear. Sin embargo no se quejaban, una buena pelea a puños ayuda a mantener la adrenalina fluyendo por las venas, por lo que no sentían dolor, tan solo esa intoxicante emoción de estar vivo que te produce el luchar por tu vida.
—Yo soy el menos inocente de todos. —Mencionó Conway una vez entraron al garaje y bajaron de la moto.
—Tengo al misma cantidad de sangre en mis manos que tú, Jack. —Volkov lo acorraló contra la pared a un lado del elevador. Se quitó los guantes tirando de estos con los dientes y los lanzó a un lado antes de tomarlo por el rostro y apoderarse de su boca en un beso violento, hambriento, desesperado.
Eran monstruos sedientos de sangre los dos. Por eso, encajaban a pa perfección el uno con el otro.

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