—¿Era necesaria tanta violencia? —Conway no pasó por alto el tono burlesco en la voz de su comisario.
Estaban cansados, mojados, y con la adrenalina aún a tope. El auto negro se detuvo en el garage del edificio y ambos salieron de este. Sus pasos resonaban por todo el lugar perfectamente sincronizados mientras caminaban hasta el elevador.
Las puertas se cerraron un vez estuvieron dentro. Volkov se dejó caer contra la pared y soltó un pesado suspiro, se le veía agotado. Conway se movió para quedar frente al ruso, su mirada llena de intensidad se aferro a la azulada de su comisario, coloco las dos manos a los lados del cuerpo ajeno y habló bajo. —Te amenazó frente a mí. Cualquier cantidad de violencia fue poca comparada con la que merecía.
¿Alguna vez han visto un malvavisco derretirse al sol? Pues justo así se derritió el siempre inexpresivo Viktor Volkov ante las palabras de su superior. Porque luego de tantos años juntos entre ellos no hacían falta palabras melosas ni muestras de cariño. Entre ellos hablaban los hechos, y era una verdad a voces que matarían el uno por el otro como darían sus vidas el uno por el otro.
Los largos brazos del comisario rodearon el cuerpo de su superior, apretandolo contra su propio pecho y robarle ese calor que a él parecía sobrarle siempre. —Así que... no soportas que alguien me amenace, pero te empeñas en emparejarme con una mujer que claramente no me interesa. ¿Me explicas? —Pidió cerrando un momento los ojos y aspirar el aroma a tabaco del cuello de Conway.
—Te lo he dicho. Yo no tengo futuro, no soy una buena opción para ti...
Volkov suspiro, ese era el mismo discurso que Conway le daba para alejarlo. —No me interesa tu futuro, sino tu presente. Porque te lo repito una vez más, eres mi única opción. —Apenas terminaba de hablar cuándo las puertas del elevador se abrieron.
Conway dejó ir sus miedos de siempre, se abrazo al cuerpo delgado de su ruso y lo besó. Un besó ansioso, avaricioso, intenso, dejando la adrenalina fluir libre por su sangre a medida que caminaban sin soltarse hasta estar dentro de la seguridad de su departamento dónde no había miedos, no había mundo, solo ellos y lo que sentían el uno por el otro.
