Capítulo 3

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Al otro lado del territorio, esa misma mañana, otra niña despertaba en otro palacio. Se trataba de la hija del rey del Clan Sombra.

La niña, a sus cortos cinco años, recién cumplidos puesto que era su cumpleaños, se puso sus pantuflas y se asomó por la ventana de su habitación para ver cómo despertaba el reino.

Nadie había entrado a despertarla, como de costumbre.

Se dirigió con pereza a su baño y se lavó los dientes y cepilló el cabello como pudo.

Una vez vestida, sin ayuda de nadie por supuesto, salió al pasillo.

«Vacío» pensó la pequeña Ethel.

Cabizbaja y al mismo indignada se dirigió al salón para esperar que, al menos, alguien se haya acordado de hacerle el desayuno.

Su padre siempre estaba ocupado, y jamás desayunaba con ella, así que se había acostumbrado a la soledad. Por otra parte, los mayordomos siempre estaban rodeando las necesidades de su rey, y las mucamas pocas veces atendían a la princesita. En este contexto, Ethel se había sabido adaptar, con el tiempo, a que no mucha gente la tomará en cuenta y a hacer las cosas sola.

Esa independencia traía por otra parte una gran soledad, que pesaba dentro de ella al igual que su pérdida prematura de amor. Primero perdiendo a su madre, y por consecuencia la atención y obteniendo el rechazo de su padre, que no la había felicitado esa mañana por su quinto cumpleaños.

Era bastante triste, pero cierto, así que no le importaba. Aprendió que no le debía de importar.

Obviamente, este no era el caso de todos en aquel castillo, puesto la pequeña princesa Ethel podía confiar en algunos pocos mayordomos y en sus amigos Shawn y Philip, que eran hijos de la cocinera real y jugaban con ella siempre.

Al llegar al salón, encontró que nadie se había sentado a desayunar esa mañana, significando que por lo tanto, no sé habían acordado tampoco de ella. Fue a la cocina, cogió una manzana y se dirigió al jardín, esperando que al menos su institutriz se hubiese acordado de sus clases.

Tras media hora esperando y enfadada, porque nadie se acordaba de ella ni en su día especial, subió a su habitación. Cogió un pequeño saco y puso unas cuantas mudas de recambio al igual que dinero. Tomó unas cuantas provisiones de comida y se fué al cobertizo donde descansaba su caballo.

—¡Thunder, ven aquí! —llamó la princesa al caballo en un grito—.

Este, contento de ver a su princesa, le dió un lametón cariñoso. Asqueada pero feliz de que al menos su querido caballo se hubiese "acordado" de su día especial, subió al caballo, dando unas cuantas caricias a la crin de este. Una vez puso bien sus pertenencias, arrió y salió del castillo.

Era obvio que si nadie se acordaba de ella en el día de su cumpleaños, tampoco notarían que se fué.

Se dirigió entonces por un camino hasta la montaña del oráculo, puesto que allí iba cuando quería reflexionar durante un buen rato. Claramente , no se adentraba demasiado en ella, puesto que aunque supiese como salir, no era buena idea tentar a la suerte.

En el camino se entretuvo recogiendo unas cuantas bayas de entre los arbustos y alimentando a Thunder, mientras pensaba que al tener ya cinco años, no tardaría en hacer la primera presentación y poder sacar a su loba en algún punto.

Quizás no hoy, pero en algún momento lo haría. Si no lo hacía, le quedaban hasta los 18 años para hacerlo. No había prisa, pero le incomodaba el hecho de poder salir omega. Su padre siempre la había presionado para ser una alfa, y aunque era lo más probable, no podía ignorar las otras posibilidades.

𝑯𝒐𝒘𝒍𝒊𝒏𝒈 𝑯𝒖𝒏𝒕𝒆𝒓𝒔 || 𝑂𝑚𝑒𝑔𝑎𝑣𝑒𝑟𝑠𝑒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora