Capitulo IV.

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Entré al local con gran recelo, era un precioso restaurante. Podía poner la mano al fuego y anunciar que se ha pagado con dinero sucio, a pesar de eso miraba con asombro el mas mínimo detalle, sea quién sea el dueño, es un completo artista.

-¿Te gusta mi restaurante?-presumió sin causarme sorpresa.-

-¿Te echan de todos los lugares en los que comes y por eso necesitas uno?

Me encontraba especialmente irónica esa noche.

-El dinero hay que moverlo.-acompañó su frase con un característico guiño.-

No tuvimos que caminar mucho hasta llegar a la mesa de su familia, todos se pusieron en pie dispuestos a saludarnos.

-Miren quién se dignó a aparecer.-comentó la mujer mas joven de la mesa.-

-Cariño, te presento a la mascota de la familia. -me dijo haciéndome entender lo mal que se llevaban.-

-¡Víctor!

-¿Sí, papá?

-Soy su madrastra, Danna.-corrigió rápidamente para evitar una pelea, extendiendo su mano.-

-Encantada. -acepté su amable saludo aún estando impresionada.-

Danna tendría 22 o 23 años, era preciosa, iba con un vestido negro ajustado, resaltando sus envidiables curvas, su pelo rubio corto dejaban ver sus facciones nórdicas.

-Soy Julio, el padre de este impresentable. -Víctor le respondió con una desafiante sonrisa.-

Su padre era aún mas intimidante que él, pero toda forma de rudeza se desvanecían cuando comenzaba a sonreír. Su pelo era canoso pero no tenía arrugas a pesar de tener casi 57 años, se conservaba bien.

- Esta preciosidad de aquí...-Víctor pasó su mano por detrás de mi cuerpo, noté como acariciaba peligrosamente mi cadera- Es mi prometida, Alba. -me empezaba a alterar hasta que escuché el sonido de la cremallera subiéndose.-

-Un...un placer. -puse mi mejor sonrisa, evitando las ganas de empujarle hacía la mesa vecina.-

Tuvo un detalle amable al cerrar mi vestido pero cobró intereses al pasar una parte mayor del proceso en la parte mas baja de mi espalda.

Tomamos asiento a los pocos segundos de finalizar la presentación, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos siendo utilizados. El padre comenzó a toser para empezar una conversación, poniéndome algo nerviosa.

-Dime Alba, esto es una cena familiar pero, ¿y tu familia?

Miré a Víctor ante la incógnita de no saber que responder, no tenía familia y no me dolía en absoluto admitirlo, la lástima pasa a ser indiferencia con el paso de los años, sin embargo, no sabía que versión presentó mi falso prometido con anterioridad.

-Justo por ahí viene, mi querida cuñada. -dijo Víctor dejando su copa de vino blanco sobre la mesa.-

Veía como una chica esbelta, con una cabellera oscura que no rozaba mas allá de sus orejas, se aproximaba hacía nuestra mesa. Llevaba un dos piezas de color beige que combinaba perfectamente con su tez clara.

No me sorprendió en absoluto. La historia de Víctor no se basaba en veracidad sino en asegurar la aprobación de su padre.

Yo, una chica cuyo pasado ha sido borrado a balazos y que ha salido de la trata de blanca recientemente o mas específico, de una vida que se basaba en esquivar golpes y bailar con escasa ropa, generalmente la ven como a una chica con dos objetivos absolutos:
Buscar la máxima información para su jefe y así, evitar dormir sobre su propia sangre esa noche o hallar un matrimonio por interés con un joven estúpido dispuesto a hacer llover los billetes a cambio de un poco de cariño.

-Fabiola, un placer. -con una simple presentación mostró el carisma deslumbrante que tenía.- Nuestros padres tienen viajes de negocios, otra vez. -finalizó su mentira con una risa para quitar hierro al asunto.-

La expresión de Julio se suavizó al instante, en cuestión de segundos me había convertido en una chica adinerada que no necesitaba la fortuna ajena y mucho menos, aparentaba ser alguien que se daba a la mala vida, eso no era propio de la niñita de unos empresarios.

Pasé toda aquella cena de etiqueta en silencio buscando entretenimiento en el brillo de los cubiertos que apenas utilicé. Mi supuesta hermana contaba anécdotas sobre su maravillosa vida como modelo, haciendo reír a todos y colmando de impresión a la gente que rodeaba la mesa, por alguna extraña razón sentía que si me levantaba podría irme sin que nadie muestre el mas remoto interés, algo que me venía bastante bien.

Antes de poder retroceder la silla para levantarme, Víctor agarró mi muñeca por debajo de la mesa pero mantenía la atención en la conversación que entretenía tanto a su padre.

-Voy al baño. -le susurré.-

-Es de mala educación levantarse cuando se ha servido la comida recientemente.-me respondió con una falsa sonrisa que ocultaba muy bien su molestia.-

-Lo siento...-dije haciendo que relaje su agarre, sin embargo, no pareció darse cuenta de que no había acabado de hablar.- pero no estaba pidiendo permiso.

Al levantarme todos en la mesa mostraron sus modales levantándose también.

-Con perdón, voy al baño. -No sabía si utilicé las palabras correctas, pero ya había comenzado a caminar hacía los servicios.-

Como no, el baño era de diseño. Solo tonos negros mate y blanco roto, no comprendía tantos lujos, en un restaurante la estrella es la comida, no la marca de su mobiliario.

Me lavé la cara sin preocupación por el poco maquillaje barato que me había puesto, claro está que no tardo en irse por su cuenta.

Encadenando suspiros miré mi reflejo en el espejo.

-¿Que estás haciendo?- inicié una conversación conmigo misma.-

Mi vida es surrealista, pero no desde la perspectiva Disney. Ahora iba a volver a la mesa de mis queridos suegros, con mi perfecta hermana y mi atento marido, a continuar con el teatro, el espectáculo no debe detenerse bajo ningún concepto, ¿no?

No esperaba ninguna respuesta del objeto en el que me reflejaba, di mi último suspiro y me dispuse a volver a la cena.

No podía esperar que la vida me deje de seguir sorprendiendo de la forma mas baja posible. Sigue destruyendo mi alma un ratito mas, con su arma estrella.

-Te gusta enfadarme.-su voz me daba escalofríos y una sensación de falta de aire.-Tranquila, voy a hacerte mas obediente.- veía como se desabrochaba el cinturón a través del espejo, haciéndome tragar fuerte.-

Poco a poco, fui levantando la mirada, rezando por una señal de que los milagros existían, pero lo que vi solo me demostró que el infierno no siempre es el peor destino.

David estaba delante de mis ojos y su forma de mirarme me hacía recordar todas las plegarias que nunca recé. Sin tocarme ya sentía que mi piel iba a arder.

Comenzó a acercarse, en ese momento recordé el calor de su mirada fría.

VÍCTOR [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora