CAPÍTULO II

23 1 0
                                    


La sinfonía terminó al aparcar el vehículo fuera del hogar dulce hogar. Vivían a las afueras del pueblo, cerca de un cerro. Ya hacía hambre. José no permitía que su familia comiera antes del servicio sagrado. Eso incluía si iban a la iglesia en las mañanas. Solía pensar que el alimento espiritual era vital antes del desayuno terrenal, sobre todo si se trataba de las mañanas de la predicación sin importar la temperatura del Sol sofocante de mil demonios. Si alguien se quejaba del calor, el respondía: “No me importa el calor. Me importa servir a Jehová”. Claro. Le molestaba que comieran a la hora que él lo prohibiera, pero como nunca cocinaba, María tenía que hacerlo en el momento permitido. Se comían pocas cosas en el día aún con el refrigerador lleno. Su filosofía era de valorar las pocas cosas que estuvieran al alcance. Le daban crédito por ello, pero no era excusa para la merma que se asedaba en el refrigerador.

María preparó un exquisito platillo mexicano. Pollo en mole con arroz blanco, nopales en salsa roja y champiñones.  Podrá sonar llenador pero el tamaño de la porción lo contradecía. Él la miraba fijamente, y ella no despegaba sus ojos del plato ni siquiera hasta que todos se hallasen levantado de la mesa.

Después de comer, la rutina de José era encerrarse en su estudio para preparar los comentarios de la siguiente reunión. Era muy bueno explicando su punto de vista. La única razón de que no estuviera más arriba de ser Siervo Ministerial, era que nadie mostraba el nivel de magnetismo en su mirada altiva. Por alguna razón, demostraba ser una mala asociación entre la organización.

En cambio la rutina de María era lavar los platos y guardar el resto de la comida para la cena. Se sentaba en el sillón ante el televisor. Lo prendía en el canal de las estrellas donde alguna novela estuviese disponible, en bajo volumen para que José no oyese algún ruido.

Mientras tanto Jesús solía quedarse acostado en su cama boca arriba formando imágenes, con la mente, del Tirol del techo hasta quedarse dormido y tener uno de los sueños más impactantes y fantasiosos que le generase su menester social. Añoraba salir con los amigos de sus sueños. Escalar cerros y bailar alrededor de las fogatas de la misma manera en la que el Rey David bailó cuando le trajeron el tabernáculo de oro a su palacio. Se hacía la constante pregunta, si algún día, Satanás llegaría por su alma. Tenía muy en claro de la envidia que éste sentía por Jesús. Y a cambio su respuesta sería que se lanzaría ante los placeres de la carne en maro meta y de cabeza sin nada que cubriera sus pieles. Si. Lo alcanzaría como el León hambriento a su presa, el cordero de Dios.

Cerrando los ojos.

El Colmillo de un SantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora