CAPÍTULO VI

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María yacía sentada en el sillón de su estadía, tejiendo una bufanda de muchos colores. Era su pasatiempo favorito. El solo hecho de rozar el estambre con sus dedos tranquilizaba su concentración, y eso hacía que sus proyectos parecieran de los de un artista.

José salió de su estudio de un portazo y cerrando con seguro la puerta. Caminaba lentamente por el pasillo dejando un eco de pisadas a lo largo del piso rojo de madera hasta llegar a la sala. Asomó el rostro de un felino tranquilo, y con una seriedad inquieta habló a su esposa de ésta manera.

- María. Amado retoño de misericordia, estoy enterado de los dolores que acongojan los sentimientos de nuestra relación. Me preocupa el distanciamiento de nuestra amorosa conexión, y es por eso que ha nacido en mi corazón un parlamento que quisiera compartir contigo.

María dejó que su respuesta se disipara con el sonido del entrelazo con las agujas.

- … Quiero hablar con mi esposa, María. ¿Puedo hablar con ella? -agregó-  ¿Podrá ella hablar conmigo?
- Naturalmente si siente seguridad de que en el hablar no reivindique con el sublevar, si, si puede hacerlo… –contestó María. -…de otra manera, recomendaría que hablaras a solas en cuatro paredes con tu conciencia.
- ¿A qué te refieres con reivindicar el sublevar? –cuestionó José hipócritamente extrañado.- Yo me refiero a que si hablaremos del tema, será hasta que terminemos con el tema, sin extrañarse de los progresos, que proceden a continuación, de dichos sucesos.
- Dudo mucho que sea el momento adecuado para seguir proliferando las razones de esta conversación.
- ¿Y cuándo sería el momento oportuno? He estado esperando éste momento desde que dejé de conocer a mi esposa… –viéndola fijamente sin redención-… ¡en aquel momento que llegué del trabajo a mi casa, para encontrarme con un sabueso callejero que devoraba ferozmente la carne de mis costillas!

María pegó un salto del sillón, arrojando la bola de estambre hacia uno de los portarretratos donde impregnados a color yacían los recuerdos de su matrimonio.

- ¡Si he llegado a profanar los refinamientos de mis placeres, la causa conjura a tu falta de energía marital!

Con el aumento visual de un tecolote, evitando el parpadeo a continuación, José de ésta manera respondió.

- Si. Me he dado cuenta de los rumores.
- Cualquier idiota sin cerebro se daría cuenta de eso.
- El Señor, María –afirmó- El Señor lo ve todo, lo sabe todo, y me cuenta todo. Porque hasta por debajo de las piedras no hay nada que se oculte ante sus ojos. El mueve los vientos hacia el Norte para que las aves puedan elevarse ante su presencia. Con el ojo de un Águila, escudriña el terreno de los rascacielos donde pueda construir su nido. El arquitecto perfecto. Oh, Gran Artista de todos los tiempos.
- Así que, “El Señor”, te dice cosas, e ilumina las colinas del valle de las sombras, y ahuyenta la muerte con el movimiento de su lengua. Dime, ¿qué piensa  el Señor con respecto a tu comportamiento?
- ¡Que es una bendición… –alegó José con la frente en alto-…y que solo sus hijos la reconocen! ¡Hereje burlesca!
- No me estaba burlando, ¡Fanático crucificado!

Resbalando una bofetada por el terso y fino rostro de María, cayendo de rodillas hacia el piso. Mientras le sujetaba los mechones con la otra mano.

- ¡¿Te crees muy chistosa?! –contestó José- ¡Una cosa es ofenderme, pero eso ya es blasfemia!

El rojo carmín escurría de la nariz de María. A lo que éste prosiguió.

- ¡Visto ya! Que no te importa en lo más mínimo los sentimientos de nuestro Padre Altísimo que mora en los altos y santos cielos, me tomaré la molestia de reprender tus demonios, yo mismo, en el nombre del Señor.
- No falles tu puntería con los dedos…-contestó María con sarcasmo-…podría ser la última vez que sintiera de tu parte un orgasmo.

José retiró el cinto de sus pantalones, y lo estiró del broche hasta la punta a la cara de su esposa.

- ¿Ves lo que está en la punta? Hierro sólido. Sigue dándome razones para tumbarte los dientes y azotaré esto hacia tus cachetes…

María entendió que ya no podía usar el sarcasmo. Bajando la cabeza contra el brillo del Sol que pegaba contra la madera colorada de los suelos.

- …¿crees que no me doy cuenta de lo que haces? Te crees tan astuta como una serpiente, que no te has dado cuenta del peso en mi talón que asfixia tu garganta. –replicó José- No cabe duda de que Satanás te sigue usando en mi contra…

De sus fosas nasales, tragó algo de sangre que no le permitía respirar. Tenía el tabique desviado.

-   …pero sólo mírate… –continuó José-…ya manchaste el esponjoso multicolor de tus tejidos.

Sus manos empezaban apretando la aguja al coraje de su sordera. No despegaba la mirada del brillo colorado de la madera que chocaba con sus ojos.

- Levanta tus ojos, María. Deja que el brillo de tus demonios presencie el estremecimiento de Satanás ante la cólera de Jehová de los ejércitos a través de mis pupilas. –ondulándole el cuello de sus cabellos para así clavarle su mirada dentro de sus corneas.

1 bofetada + 2 patadas x 3 kilos de vergüenza que le pesaba en el orgullo dividido entre el fanatismo del resultado, le bastaban más del 10% de razones para demandarlo, una vez que haya acabado con la miseria de la bendición que el Señor le otorgaba en el diario vivir. Aunque María se preguntaba si era necesario cobrar el 90% faltante de las justicias que éste le exiliaba.

- Sigue haciendo chistes, bufóna del anticristo. Aumenta mis justificaciones de tus actos. ¡¿Por qué no comienzas por confesar tus pecados, puta?!

Y de un fuerte estornudo, la pobre María, roció sobre la cara de su esposo toda la sangre que éste le provocaba con sus manos, soltando así la única esperanza de defenderse de su puño. Y el otro jalándole los cabellos justamente como un vaquero que guía a su caballo meneándole su mordaza, tronándole el cuello a tirones por todo el pasillo, relinchando de agonía hasta arrinconarla por las esquinas de la habitación.

El Colmillo de un SantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora