CAPÍTULO IV

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Los tres amigos fueron al Lago Losa. Mientras tanto, José permanecía sentado en su estudio de la revista “La Atalaya”. Alzó los ojos por un momento, y de una profunda oxigenación, comenzó a platicar con el Señor Todopoderoso y agradecerle por todas las bendiciones  que le ha hecho llegar a su familia.

- ¡Dios! ¡Has hecho tantos milagros! A veces siento la posibilidad de liberar mi alma de éste cuerpo, para poder posarme a tu diestra y servirte como se debe. Mi saliva arde como lava de un volcán cada vez que recito tu palabra a los de oído sensible. Mi corazón palpita a tal intensidad que en el carmín de mi sangre parece agua cristalina que viene del pozo de la verdad. “Bebe de ésta agua, y te garantizo, que jamás volverás a tener sed”; eso dijo tu hijo, eso nos enseñaste. Aún puedo sentir la brisa de la sangre de tu hijo brotando a la penetración de los clavos en sus pies santos. La paz con la que exhaló. Las costillas reventadas de los azotes con que dejaron marcadas las letras en la cúspide de dos filos de la lengua en tu nombre. Padre Bendito. Sea contigo la gloria, y el poder y el amor hasta el fin de los tiempos.

María se asomaba por una diminuta grieta de la puerta, que en algún momento José ocasionó en aquellos inexplicables arranques de cólera, para escuchar lo que decía. A veces dudaba de los métodos de enseñanza de su esposo. Había estudiado la Biblia desde que su abuela le recitaba el Salmo 23:18 para que aprendiera a leer. Lo que aún no podía entender, era que con la Biblia puedes defender tu punto de vista sin importar lo complicado que fuese. Pensaba que Dios había dotado a su marido de sabiduría y razonamiento elevados. Podía ser una razón para amarlo, pero por su humor y comportamiento le sobraban razones para detestarlo.

José se empezó a quitar la ropa hasta desnudarse y se recostó sobre su escritorio. María entrecerró los ojos, y entonces aquél recitó.

- Oh Santo Jehová, que moras en los altos y santos cielos, te regalo mis reconocimientos por rodearme una vez más de la temible presencia de tu hermosura. Te pido me brindes, Padre, de elevado vocabulario multicolor que hagan saltar el doble a los conejos de seda, y de penetrantes versos a la intensidad de una manada de zorrillos, para alejar de sí a mis pasos la horrible mansedumbre que oscurece los caminos de la sabiduría. Prefiero correr a través de los lirios del campo, ahuyentando, a las abejas que extraen el núcleo entre los pétalos, y sea yo, quien genere la espesa y dulce miel que destila tu lengua. Oh, Dios Bendito. Aún escucho tu canto a través del viento. Apacentando mí pecho sobre las nubes. El latir de mi corazón, agita el ritmo de mi razón. Perdona mi egoísmo, pero dicho defecto pertenece a la virtud que me corresponde. El fin de mis caprichos, enalteciendo tu nombre, si el riesgo sea de flagelarme hasta la muerte. Germinando de la Tierra el retoño de tu espíritu. Tú que aguardas a tus siervos de las tempestades; un techo sobre mi cabeza, sólo eso pido. Tú que nos cobijas al calor de tu aliento, volando como los pájaros lejos del abismo en alumbre de tu aurora, solo eso pido.

María pudo ver en José a aquel guerrero maniobrar la espada entre las llamas con tal pasión, que sintió algo que no había sentido desde hace ya mucho tiempo. Sus bragas pronosticaban la lluvia aproximarse, a lo que aquél continuó.

- ¡Gracias te damos, Oh Dios, gracias te damos. Pues cercano está tu nombre; los hombres cuentan tus maravillas. Al tiempo que señalaré. Yo juzgaré rectamente. Se arruinaban la Tierra y sus moradores; Yo sostengo sus columnas. Seláh. A los presumidos y a los malvados digo: “No sean tan altivos y orgullosos; no hagan tanto alarde de su poder ni sean tan insolentes para hablar.” Pues la ayuda no viene ni del este o del oeste, ni del desierto del sur, sino que Dios es el Juez: a unos los humilla y a otros los engrandece…-.

En aquel momento María temía por su seguridad. Ella sabía que José nunca deja cuentas pendientes, sino que busca y recauda toda información que lo guíe al siguiente contrato. Ella sabía que desde un principio, había firmado su sentencia de muerte.

- ¡Aahgg! ¡El Señor tiene en la mano la copa de su ira, con vino mezclado y fermentado! ¡Cuando él derrame el vino, todos los malvados de la Tierra lo beberán hasta la última gota! –en aquel momento su verga comenzaba a levantarse, con la fuerza de un Atlas que sostiene el mundo sobre sus hombros.- Yo siempre anunciaré al Dios de Jacob y le cantaré alabanzas; porque él destruirá el orgullo del malvado, pero el poder del justo, será exaltado.

  Y de su terso y estirado prepucio brota en cascada de rocío compreso de las esferas remojando a cual diluvio que ahoga al pecador. La fresca brisa suspira del torrente sanguíneo, pues la sequía pasa a ser historia; y de un trago de saliva sabor a brandy al éxtasis que supura en la garganta, flameantes brasas consumen el aliento, y la melodía vuelve a sulfurar desde el lánguido atardecer en sus mejillas –Seláh – Y una vez más, el Santo Padre bendice y llena de amor a sus hijos, y a sus ovejas, una ola de calma las envuelve al ras de su lana, hasta volver a balar. Untando de margarina la levadura de su cuerpo, un ‘paf’ retumbó del tímpano izquierdo vibrado al largo de un ‘pif’, logrando un disparo de retina a través de la chapa de la puerta. María retiró un paso, de donde apenas si se alcanzase a percibir, la silueta de colores por la esquina del cedro. Bastado de un parpadeo, al enigma de su orgullo, sonriendo, y exhalando ineptamente.

El Colmillo de un SantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora