«Los árboles son solo un baldaquín para los escándalos. Las señoritas y señoritos elegantes no salen de casa después del anochecer».
Tratado sobre las señoritas y señoritos más exquisitos.
«Es sabido que las hojas no son lo único que cae en los jardines...».
El Folleto de los Escándalos, octubre de 1823.
En retrospectiva, el señorito Jun Fiori debería haber recapacitado sobre cuatro acciones de aquella noche.
Para empezar, tendría que haber ignorado el impulso que lo llevó a desatender el baile de otoño de su cuñadito para aventurarse en los jardines de Ralston House, un lugar menos empalagoso, más fragante y mucho peor iluminado.
En segundo lugar, debería habérselo pensado dos veces cuando el mismo impulso lo llevó a adentrarse en los lóbregos senderos que bordean la mansión de su hermano.
Y en tercero, debería haber regresado al interior de la casa en cuanto tropezó con lord Grabeham, completamente ebrio, que se mantenía en pie a duras penas y expelía comentarios poco caballerosos.
Pero no debería haberle golpeado.
No importaba que le hubiera atraído hacia él y le hubiera obligado a oler su aliento cálido y apestoso, a whisky nada menos, ni que sus labios fríos y húmedos hubieran buscado torpemente el arco de su mejilla; ni siquiera que sugiriera que iba a disfrutarlo tanto como lo había hecho su madre.
Los lordys no golpean a la gente.
«Al menos las ladies y lordys ingleses.»
El señorito Jun Fiori observó cómo el supuesto caballero gritaba de dolor y sacaba un pañuelo del bolsillo para cubrirse la nariz y manchar de escarlata el inmaculado lino blanco. Paralizado, sacudió la mano distraídamente para deshacerse del escozor mientras el miedo le consumía.
Aquello saldría a la luz pública. Se convertiría en un «acontecimiento». Y no importaba que el susodicho caballero lo mereciera.
¿Qué otra cosa podría haber hecho Jun? ¿Permitir que lo maltratara mientras esperaba que un salvador apareciera entre los árboles? Era más probable que cualquier varón que estuviera en el jardín a aquella hora de la noche fuera otro acosador y no un salvador.
«Pero acababa de confirmar todas las habladurías.»
«Jamás podría ser uno de ellos.»
Jun levantó la vista hacia el dosel que formaban los árboles. Hacía tan solo un momento el susurro de las hojas por encima de su cabeza le había prometido un respiro de las destemplanzas del baile. Ahora el sonido se mofaba de él, como el eco de los suspiros que brotaban de los salones de todo Londres cuando pasaba por delante de ellos.
—¡Me ha golpeado! —El grito del hombre gordo fue demasiado alto, nasal e indignado.
Jun se llevó su palpitante mano a la cara para apartarse un mechón suelto de la mejilla.
—Si vuelve a acercarse, recibirá más de lo mismo.
El hombre siguió mirándolo fijamente mientras se limpiaba la sangre de la nariz. El enfado que reflejaban sus ojos era evidente.