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«Las fiestas en las casas de campo están repletas de tentaciones. Las ladies y lordys refinados siempre echan el cerrojo a sus puertas».

Tratado de las ladies y lordys más exquisitos.

«La culpa de que haya tan pocos compromisos rotos esta temporada la tiene una epidemia de matrimonios por amor...».

El Folleto de los Escándalos, noviembre de 1823.


Unas cuantas horas después, todos los que vivían bajo el techo de Townsend Park dormían... excepto Jun, que no dejaba de pasear de un lado a otro dentro de su dormitorio, furioso.

Furioso consigo mismo por haberle confesado sus sentimientos a Jung Min. Y furioso con Jung Min por haberlo rechazado, por haberlo alejado.

Habían estado bromeando sobre pócimas mágicas y una noche sin complicaciones, y antes de que se diera cuenta estaba entre sus brazos, diciéndole que lo amaba. Había sido maravilloso... hasta que él decidió volver a guardar las distancias.

Qué idiota había sido al confesarle su amor. A pesar de que era verdad. Se detuvo a los pies de la cama y cerró los ojos, mortificado.

¿En qué estaba pensando para hacer algo así?

Estaba claro que el problema era precisamente ese, que no había pensado. O quizá creía que podía cambiar las cosas.

Se sentó sobre el colchón y soltó un suspiro. Después se cubrió la cara con ambas manos, dejándose llevar por la humillación que sentía; una humillación que muy pronto se convirtió en tristeza.

«Lo amo».

Sabía que no podía tenerle. Que Jung Min no podía dar la espalda a su familia, a su título y a su prometida, pero tal vez, en algún rincón oscuro de su alma, había tenido la esperanza de que al decir aquellas palabras pudieran viajar a algún mundo secreto en el que el amor fuera suficiente.

Suficiente como para vencer todos los prejuicios del decoro y la reputación.

«Suficiente para Jung Min».

Por eso lo había dicho. En voz alta. Y cuando las palabras todavía resonaban entre aquel pequeño grupo de árboles, deseó habérselas tragado. Porque ahora que le había confesado su amor, las cosas se complicaban más.

Porque diciéndolas en voz alta se volvían mucho más reales.

«Lo amo».

Antes de esa noche, se había enamorado del correcto, arrogante e inflexible duque, con su inclinación a hacer siempre lo debido y su fría y serena fachada. Y le había encantado tentarle, hacer trizas dicha fachada y liberar al ardiente y pasional Jung Min que no podía evitar besarlo, acariciarlo y hablarle de esa forma tan pecaminosa y directa.

Pero esa noche se había enamorado del resto de él; del secreto, sonriente y bromista señor Pearson que se escondía en el interior del duque de Leighton.

Y quería que fuera suyo.

Aunque era más que consciente de que nunca lo sería. Jun era un ejemplo de defectos que la cultura inglesa nunca aceptaría en el esposo de un duque —que Jung Min nunca aceptaría—: el hijito italiano y católico de una marquesa caída en desgracia que continuaba provocando escándalos. Y mientras Jung Min siguiera siendo el duque de Leighton, su matrimonio nunca sería posible. Estaban destinados a compartir sus vidas con otras personas.

MinjunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora