18 de Octubre de 2005

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Caminar de lado a lado se ha convertido en mi rutina el día de hoy. De derecha a izquierda, doblando siempre que llegaba a un lado como si fuera un militar en pleno cambio de guardia.

Me detuve y caí de rodillas al suelo. Ya no me dolía nada. Estaba vacía.

-¡¿Qué quieren de mí?! -Vociferé al techo.

Obviamente nadie contestó. Esperé un momento y respiré; últimamente el sonido de mi respiración me era lo más ruidoso que había en el mundo.

-¡Mátenme de una buena vez! -Continué gritando-. Me dispararon una vez y me salvaron diciendo que así no debían ser las cosas; que no iba conforme a la prueba. Ahora con lo de Neo: ¡El punto era que yo muriera y así iba a pasar! No importa en manos de quién fuera, me da igual, simplemente no entiendo toda esta mierda.

El que nadie me respondiera era, de hecho, muy gratificante; me daba el poder de desahogarme y no recibir represalias por ello... Al menos no siempre. Imagino que deben haber más personas en más pruebas, no siempre han de estarme vigilando. Es bueno saber que no soy la única sufriendo, sí, pero Neo tenía razón: Nadie tendría por qué estar pasando por algo como esto.

Neo...

Una vacío se abría cada vez que pasaba su nombre por mi mente. ¿Dónde estaría ahora? ¿Su madre se habrá salvado y con ella, él mismo?

Mis pensamientos y gritos de histeria fueron interrumpidos por golpes en la puerta. No dije nada, corrí rápidamente hacia la cama y esperé.

De nuevo los golpes.

-¿Debo dar permiso para que quienquiera que sea entre o puedo reservarme el derecho de admisión? -bufé.

-Te lo dije, nada de educación -dijeron conforme abrían la puerta-. Más fácil sería el dejarla morir pero no agradece las oportunidades; van dos, y no parece aprovecharlas. -Quién hablaba era uno de los hombres que me salvó; el que tenía la pistola.

-Espero que hayas sido sarcástico, Abraham -contestó el hombre que lo acompañaba, con un marcado acento ruso-. No debe ser fácil para ella todo esto.

-Para nosotros tampoco -contestó el otro-. Mantenerla viva ya dos veces no ha sido fácil. Bratva no solía ser tan bipolar con sus decisiones. Quieren que alguien muera: Se hace. Tannto como si dan pautas para hacerlo como si no, pero la envían aquí a morir y no la dejan, no entiendo, Jabrek.

-Tienes dispositivos de escucha, ¿no es así, Abraham? -Inquirió Jabrek, observando cada esquina dea habitación-. Ve a tu cuartito de maquinas y escucha lo que quiero hablar con Anika porque no repetiré esto dos veces. -Le dio la espalda a la puerta y luego recordó algo-. ¡Una silla, Abraham, por el amor de Dios!

Oí a Abraham resoplar y dejar la silla con ninguna delicadeza frente a mi cama. Me dirigió una mirada agria y cerró la puerta de un portazo, dejándome a solas con Jabrek.

-Hola, Anika -saludó mientras se sentaba pesadamente sobre la silla. Era un hombre calvo y fornido. Vestía una simple chaqueta térmica negra y jeans. Tenía las mangas recogidas a su antebrazo y pude notar la mitad de el tatuaje característico de Bratva. Nunca había podido verlo muy bien, la verdad, pero sé que debe tener algo de color verde y rojo.

Notó que me quedaba mirando su brazo por más tiempo de lo debido y sonrió:

-¿Me recuerdas? -Preguntó.

-¿Recordarte? -La pregunta fue de lo más extraña. ¿Debía yo recordar a este hombre?

-Ya lo suponía -contestó decepcionado-. Anika, soy Jabrek Assimoff, pertenezco a Bratva, como ya te diste cuenta, y necesito que me escuches.

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