2. Vete

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Sergio

27 de abril 2025

Me desperté ese día con un fuerte dolor de cabeza. Eran las cinco y media de la mañana, y como siempre, me levanté para ir a correr y despejar la mente. Pero ese día, me costó mucho más. Me vestí en silencio y a oscuras, tal y como estaba acostumbrado. Pero cuando estaba ya atándome las bambas, recordé que mi cama estaba vacía. Alba se fue después de nuestra discusión. Los nervios de la boda nos estaban afectado muchísimo, hasta el punto de discutir mínimo tres veces por semana. Se fue a dormir a casa de su amiga Natalia, tras gritar que no me quería ver nunca más porque había olvidado por completo que tenía hora para ir a hacerme el traje. Quizá, solo quizá, me pasé con la bebida después de que ella se fuera y eso explicaba mi fuerte dolor de cabeza.

Correr siempre me había ayudado a evadirme de todos mis problemas, pero ese día parecía incapaz de dejar la mente en blanco. Sentía en el aire que ese día era diferente, no sé por qué, pero sentía que jamás se me olvidaría esa fecha y tan solo eran las seis de la mañana. Corrí más rápido de lo normal, hasta que las piernas me quemaron. Pocos vecinos estaban despiertos a esa hora y cada mañana, esos pocos me deseaban los buenos días. Por eso, cada día hacía la misma ruta. Parecía mentira pero después de cinco años, se me seguía erizando la piel cada vez que pasaba por esa calle, donde vivían los Cobo.

- Buenos días, señor Cobo. – dije al pasar por delante de su casa y verle, como cada día, regando su jardín.

- Llámame Hugo, que no soy tan mayor. – me respondió, como cada día, entre risas.

No era mayor, para nada, pero para mí siempre será "señor Cobo", tal y como le llamé hace ya diez años, la primera vez que me presenté como el novio de su hija. Era un buen hombre, que me acogió como un hijo más, sobre todo, después de que Julia se fuera. Desde ese día, ninguno de los dos fuimos los mismos. Él seguía riendo, pero siempre hacía una mueca después, que demostraba que esa risa no era sincera. Yo le entendía mejor que nadie. Julia nos dejó rotos.

Yo, por suerte, había podido rehacer mi vida. En cambio, Hugo y Anaju, su madre, seguían teniendo esa mirada triste. El primer año sin Julia me preguntaron cada día si tenía noticias suyas, y mi respuesta siempre era la misma: una sutil negación con la cabeza. No me salían ni las palabras. Nadie sabía nada de ella. Buscamos y buscamos por todos lados, intentando averiguar simplemente si estaba bien, pero nada. Ni rastro.

Algo que me sorprendió desde el primer momento era como ni Hugo ni Anaju se enfadaron ni por un segundo, mientras yo no trataba de contener la rabia que sentía. Julia y yo se suponía que estábamos hechos el uno para el otro, que nos queríamos, pero eso se le olvidó de un día para otro.

Cada día, tras saludar a Hugo, tenía que forzarme a alejar mis pensamientos de su hija. La verdad, se parecían muchísimo, a excepción de los ojos. Esos ojos de Julia, azules como el cielo, que me enamoraron desde el primer día.

Seguí corriendo, aún más rápido, hasta llegar a casa. Eran las seis y media, así que solo tenía media hora para ducharme y vestirme, como cada día, en traje, para ir a trabajar al banco. En eso se resumían mis días ahora: correr, pasar horas y horas sentado en un trabajo monótono, llegar a casa y discutir con mi prometida. "Paso a paso, Sergio", me repetí en mi cabeza.

El dolor de cabeza no cesaba, de hecho, fue aumentando con el paso de las horas. Llamé diez veces a Alba durante el día, pero no me respondió ni una. Suspiré resignado cuando recibí su mensaje diciendo que esta noche tampoco dormiría en casa, que aún le duraba el enfado. La conocía lo suficiente como para saber que lo mejor era darle su espacio y sabía que se le acabaría pasando y volveríamos a estar bien. Hasta la siguiente pelea.

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