9. Respirar

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Anaju

13 de mayo

Otra noche despertándome de madrugada y pasando horas mirando el techo. Otra noche. Y con esta ya llevaba... cinco años. Pero, ¿cómo iba a poder dormir una madre sin saber si su hija estaba bien? Sin saber nada de su vida, sin saber dónde estaba, con quién pasaba sus días, quién la consolaba cuando lloraba, sin saber ni siquiera si estaba viva. Pasé meses y meses buscando a Julia por todas partes. Contactamos con la policía pero mi hija se había ido por voluntad propia y ahí, poco podían hacer. Pero yo no quería rendirme hasta verla, hasta saber que aún estando lejos, iba a estar bien.

Cada día, por cinco años, esperaba ansiosa noticias de mi niña, pero estas nunca llegaron. Y yo me sentía, cada día, más vacía. Seguí trabajando, seguí sonriendo y sintiéndome culpable al hacerlo, seguí celebrando cumpleaños y Navidades, pero ya nada era igual. Recuerdo con claridad los nervios que sentí en las primeras navidades sin Julia, pues estaba segura que iba a volver. Todos le compramos regalos, hasta Sergio que, con timidez, se acercó hasta nuestra casa a dejar un pequeño paquete. Puse un plato en la mesa y una pequeña nota con el nombre de mi hija ahí, a mi lado, como siempre. Pero ella nunca llegó. Esa silla quedó vacía.

Durante cinco años me imaginé cómo sería volver a verla. Imaginé que correría a mis brazos, me diría que estaba bien, que me había echado de menos, que lo sentía y... Me imaginé mil veces volver a oír un "Te quiero, mamá" de sus labios. Pero jamás pensé que ella no sería capaz de llamarme "mamá", que seguiría odiándome tanto, que mi corazón se podía romper una vez más. Después de cinco años, no pude acercarme, acariciar su mejilla, abrazarla, nada. Tan solo nos miramos a los ojos, ante la atenta mirada de toda mi familia. Quise aparentar tranquilidad, para que Javi pasara un buen cumpleaños, pero eso fue imposible. Una vez Julia se marchó, me disculpé con los invitados y me encerré en mi habitación. Hugo llegó a los pocos minutos y lloré abrazada a su pecho como tantas veces había hecho. Él me aseguró que recuperaríamos a nuestra niña y todo volvería a estar bien, pero yo no estaba tan segura.

Desde ese momento, hace 12 días, no podía borrar la mirada de Julia de mi mente. La conocía a la perfección y no había ni un atisbo de odio, simplemente había tristeza y dolor. Cada día esperaba impaciente que llamara o viniera a verme y, cada día, me llevaba una decepción. Sabía que podía ir yo, acercarme, pero mi corazón no podía aguantar otro golpe sin romperse para siempre. Así que aquí estaba, un martes a las siete de la mañana, con el ordenador encima de mis piernas y un café en mi mano, revisando por enésima vez un proyecto que tenía que presentar pero era incapaz de estar satisfecha con el resultado. ¿Cómo iba a concentrarme en algo más que en mi niña? No podía seguir así.

Además, desde el día del cumpleaños de Javi, Mar estaba destrozada. La veía más triste que nunca, pero quiso poner toda su energía en los estudios, en vez de pensar en su hermana. Esta noche Mar había estado despierta hasta tarde, ya que tenía un examen importante. Me preocupaba, pero en el fondo sabía que mi niña era fuerte y pronto todo volvería a la normalidad.

Seguí trabajando durante horas, frustrándome a cada segundo un poco más. Pasabas casi 4 horas me di por vencida, dejé el ordenador en el sofá y me dirigí a mi habitación, intentando encontrar algo que me distrajera. Busqué entre los libros de mi estantería, parándome en mi libreta de partituras, esa que no había abierto en cinco años. La música era algo que siempre me había unido a Julia y sin ella, no tenía sentido. Aparté la mano de esa libreta, como si quemara, y decidí tumbarme en la cama. No pasaron ni cinco minutos cuando mi móvil sonó en la mesilla de noche y leí "Maialen" en la pantalla.

- Dime, Mai.

- Anaju, ven corriendo al hospital. – pude notar como se me helaba la sangre tras esas palabras. – Mar se ha desmayado. Está bien pero será mejor que vengas y estés con ella.

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