3. Farsa

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Julia

27 de abril 2025

Sergio se fue a toda prisa, dejándome allí sola, llorando. Pero no podía culparle. Eso no era ni una milésima parte del dolor que le había causado yo al irme hace cinco años. Aún así, me derrumbé. Volver a ver al amor de tu vida después de tanto tiempo y no poder acercarte era horrible. Mucho peor de lo que me había imaginado.

Cuando me fui, ambos teníamos 18 años y Sergio ya era guapísimo entonces, pero ahora... Ahora era de otro mundo. Era todo un hombre. Había cambiado muchísimo físicamente: estaba más fuerte, tenía las facciones mucho más marcadas y se había dejado barba de dos o tres días. En otras circunstancias me hubiese quedado embelesada por su aspecto, pero en este caso, no podía dejar de pensar en sus ojos verdes, llenos de dolor. Dolor que yo le había causado.

Ya estaba anocheciendo cuando decidí volver a mi nueva casa, y cuando llegué, me sentí otra vez sola. No tenía a mi hija corriendo hacia mí, no tenía a Nia sonriéndome, no tenía a mis hermanos, a mis padres, a... Nadie. Pero había luchado toda mi vida y ahora no podía permitirme sentirme pequeña, tenía que sacar fuerzas de donde fuera. Y sabía exactamente qué podía animarme.

Estuve hablando con mi niña durante casi una hora, explicándole con todo lujo de detalles cómo era la nueva casa y la playa del pueblo. Ana creía que me había ido por cuestión de trabajo, no podía decirle la verdad, porque si no salía bien, si mi familia no me perdonaba... No podía causarle esa decepción a mi hija. Escuchar su vocecita me calmó lo suficiente como para poder quedarme dormida al segundo de apoyar la cabeza en la almohada. Había sido un día muy largo y duro, pero no podía darme por vencida. No ahora.

28 de abril 2025

Me desperté pronto y con una idea en mente. Sabía que tenía que ir allí, al lugar donde empezó todo el sufrimiento. Pero quizá, allí encontraría la paz que necesitaba. Me vestí con lo primero que encontré en esa gran maleta que aún no había deshecho. Sonreí al pensar en la reacción de mi mad... Anaju, si lo viera, ella que siempre ha sido tan ordenada. Me forcé a desayunar algo, ya que la noche anterior no había cenado y necesitaba fuerzas para enfrentar el día.

Llegué a ese lugar a las diez de la mañana, con el corazón latiéndome a toda velocidad y con un ramo de flores en la mano. Anduve absorta en mis recuerdos de este lugar, de ese día en el que todo cambió. Habían pasado cinco años, pero lo sentía como si hubiese sido ayer. Siempre me habían dado miedo los cementerios, por como salen en las películas, pero en la realidad, es tan solo un sitio triste. Anduve por esos pasillos lentamente, hasta llegar al lugar de mi dolor. Dejé las flores en el suelo para poder acariciar esas letras grabadas en la piedra: "Ana Cobos, DEP".

- Hola, abuela. – dije sin poder contener las lágrimas. – Lo siento. Sé que tendría que haber venido hace mucho, pero, desde que no estás, todo se ha complicado muchísimo.

Esperé unos minutos en silencio, recordando todos los momentos que había vivido con mi abuela y seguí hablándole, rezando para que me oyera donde estuviese.

- Te echo mucho de menos. Siempre fuiste mi confidente por eso quiero que seas la primera en saberlo: tengo una hija. Me hubiese encantado que os conocierais porque sois iguales. – murmuré con una pequeña sonrisa. – No solo compartís nombre, también tiene tu alegría, tu fuerza y tu bondad.

Hablar de Ana teniéndola tan lejos se me hacía muy duro, pero sentí que me había quitado un peso de encima diciendo por fin, en voz alta, que tenía una hija. Aunque nadie pudiera oírme. Me senté en el frío suelo y cerré los ojos, dejando que mi mente volara hasta la última vez que estuve aquí, cinco años atrás. El 27 de agosto de 2020.

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