Sorpresas

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"Porque mi hogar son las personas no los sitios"

Han pasado cinco meses desde que escapamos del campamento Géminis. Hemos cambiado de transporte unas cuatro o cinco veces, no solo por la sospecha de que nos estén siguiendo, sino también porque recargar la gasolina de los autos es una pérdida de tiempo cuando tenemos un montón a elegir. Las calles están desoladas y sin ninguna vigilancia. A menudo nos preguntamos si existen más como nosotros, personas que escapen de esta locura. En cuanto al alimento y entretenimiento hemos sobrevivido sacando lo necesario de supermercados y autoservicios y nos entretenemos contando anécdotas de nuestras vidas, esto también nos ha permitido conocernos mejor y estrechar nuestra relación.

Hoy atravesamos las calles de Míchigan. Es de noche y acordamos que Sarah y Alex dormirían mientras Milo y yo estábamos pendientes del camino. Últimamente disfrutaba mucho la compañía de Milo, era un chico sincero y honesto, aunque eso no le quitaba sus facetas de locura y de chistoso.

— Tengo sueño, cuéntame algo —anunció el chico al volante mientras fruncía el ceño de forma sutil.

Pensé por un momento mientras miraba por la ventana del copiloto, dejando al silencio reinar el momento.

— ¿Qué quieres que te cuente? —me incorporé mientras me inclinaba hacia su anatomía para verlo mejor, apoyando mi peso en la mano que tenía sobre el freno de mano: una maña que había adquirido gracias a este trayecto.

Milo puso cara de estar pensando lo que diría, luego de un momento en su cara se formó una pícara sonrisa. — Tu vida amorosa.

— ¿Ah? —mascullé sin aire, no me esperaba eso. Mis mejillas se calientan y veo como Milo me mira de soslayo.

— ¿Asustada, karate girl? —inquirió el castaño con burla. Desde que escapamos del campamento me comenzó a llamar así, lo que no sabe es que yo soy más pacifista que agresiva.

— Para nada, solo...no me esperaba eso —admití apretando el freno de mano sin accionarlo—. No tengo una gran vida amorosa. Solo tuve un novio, pero el chico era drogadicto, y  mientras manejaba tuvo un accidente y murió, luego de eso, mi familia y yo, tuvimos que mudarnos porque tenía problemas en la escuela y desde él no he querido tener un relación —tomé una pausa mientras los recuerdos atravesaban mi mente, rápidos y efímeros—. Yo no sabía nada de lo que él hacía, pero quién sabe, a lo mejor por eso no he querido aprender a conducir o tener otra relación.

Milo escuchaba cada palabra con la vista en el camino, atento a cada movimiento de mi parte.

— Lo siento —farfulló.

—¿Por qué?

—No debí haberte preguntado eso, es... —intentó de buscar las palabras adecuadas.

— ¿Doloroso? —intenté adivinar,— no Milo, es solo que me da miedo morir en un choque de autos, o ser la responsable de vidas que se pueden esfumar si no sé conducir bien.

— Bueno, entonces solo queda una opción —declaró y frenó el auto mientras lo aseguraba con el freno de mano, haciendo que nuestras manos chocaran.

— ¿Qué haces? —le pregunté nerviosa.

 — Te enseñaré a manejar, nena —me guiñó un ojo mientras abría la puerta del auto y daba la vuelta para hacer lo mismo con la mía.

GéminisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora