Contrastes

796 51 8
                                    

Flavio llevaba diez minutos esperando a que llegase la furgoneta. Había bajado a la recepción del hotel sobre las nueve menos diez aunque el viaje no salía hasta las nueve y diez porque odiaba llegar tarde y menos a una excursión tan cara y tan interesante. Había leído que era la idea perfecta para conocer cada rincón de cada barrio de Nueva York-no solo Manhattan- y la verdad es que tenia muy buena pinta. Te recogía una furgoneta con 9 plazas y encima el guía hablaba en español.
Cuando por fin llegó y entró, solamente quedaban dos asientos libres en la parte de atrás. Se sentó tranquilamente mientras saludaba a un bebé que estaba sentado con sus padres y le hacía muecas. El guía les explicó que aún quedaba otra persona por llegar y que era de ese hotel así que tendrían que esperar un poco.
Flavio odiaba la impuntualidad y más en cosas así. Una cosa es hacer esperar 5 minutos a tus amigos y otra muy diferente es hacérselo a desconocidos que han pagado por algo. Si él fuese el guía, ya hubiese salido dejando a esa persona en tierra.
De repente, escuchó un forcejeo en la puerta de la furgoneta y vio que era una persona intentando abrirla, posiblemente el último miembro de la comitiva. Alargó la mano para abrir desde dentro y, bastante enfadado, exclamó:
-¡Ya era hora!
Mientras alzaba la vista para lanzar una mirada de reproche, se quiso morir porque se encontró con dos ojos familiares. Era la preciosa chica que había conocido por la noche. Todo su enfado se esfumó para dejar paso a una vergüenza intensa. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que hablase en su idioma.
-Vaya humos...-murmuró por lo bajo con media sonrisa socarrona.- Disculpad, tuve un pequeño percance-dijo alzando la voz mirando al resto de los excursionistas que le decían que no pasaba nada.
Se sentó a su lado y, con una amplia sonrisa empezó a atender las explicaciones de Alexander, el guía.

——

Ni siquiera ella misma entendía por qué no se había puesto nerviosa o no se había sentido avergonzada al ver al pianista que tanto le había intimidado hablarle con malas pulgas. Cuando vio a través del cristal que estaba dentro del vehículo, no había sido ni capaz de abrir la puerta pero al escuchar su improperio le hizo tanta gracia que se relajó al instante.
Podría haberles contado a todos que el motivo de su retraso era tardar en encontrar los audífonos y la gente habría sido amable con ella, pero no le gustaba contarlo a los cuatro vientos porque no quería generar lástima. Además, viendo la cara de su nuevo amigo, posiblemente se hubiese escondido debajo del asiento.
Se había puesto extrañamente contenta al descubrir que hablaba castellano y estaba agradecida de que la Ley de la Atracción hubiese funcionado: sabía que la de anoche no había sido su última oportunidad. Había algo en el joven que despertaba su curiosidad aunque no sabía muy bien de qué se trataba.
El mini bus se dirigía hacia el Harlem y la primera parada fue el Cotton club, una antigua discoteca donde se reunían los mayores artistas del jazz. Tuvo muchísima importancia para la difusión del género. A su inesperado acompañante le brillaban los ojos y no pudo evitar pensar lo mono que era. Decidió chincharle un poco.
-¿También tocas la trompeta?-preguntó queriendo burlarse un poco de él.
-Eh... la verdad es que sí-dijo en un tono de voz bajo que Samantha no escuchó pero sí leyó los labios.
-Eres una caja de sorpresas-dijo juguetona-Samantha, encantada.
-Flavio- se presentó el joven alargando la mano. Samantha la ignoró y se acercó a darle dos besos que pillaron desprevenido al joven y movió la cabeza al lado que no era provocando que el primer beso fuese demasiado cerca de los labios.
-Me han dicho que en este país no se besa en la primera cita, Flavio, tranquilo-le picó guiñándole un ojo. Si lo pensaba fríamente estaba haciendo demasiado el tonto pero no podía evitarlo, algo en él le hacía tener que activar la coraza del sarcasmo.
Al ver que se sentía incómodo, decidió dejarle disfrutar de la excursión sin molestarle. Primero fueron al teatro Apollo, más tarde al Bronx, donde vieron el estadio de los Yankees. Samantha se compró una sudadera azul con las letras, se sentía más newyorkina. De vez en cuando, pillaba a Flavio observándola de reojo y un pequeño escalofrío la recorría.

——

De cerca y sin estar mojada era aún más guapa. Y él un borde de mierda. Vale que ella había invadido su espacio personal y casi le comió a boca delante de toda la excursión, pero él la había contestado fatal varías veces y ella solo había intentado ser maja.
No podía parar de mirarla, era demasiado atractiva. Él sabía que ella le estaba mirando pero no podía parar. Tenía que hablar con ella más amablemente.
Mientras Alexander les llevaba hacia los Tribunales de Justicia, iba pensando en cómo iniciar una conversación amistosa pero no sabía cómo. Quizá debería disculparse.
Cogió impulso y se acercó.
-Oye, Samantha-dijo en bajo pronunciando la última sílaba con más fuerza. La chica ni se inmutó y Flavio lo dejó estar. Se lo merecía.
De repente, el bebé se puso a llorar como loco y Samantha se asustó. Cuando vio que el pianista se había percatado de su reacción, empezó a reírse.
-Soy muy asustadiza-le explicó con una enorme sonrisa que hacía que sus ojos brillasen aún más.
Se sentía confuso pues pensaba que le odiaba, pero bueno, mejor así.
Como el niño no se calmaba, se acercó a los padres para ver si podía ayudar; sabía que tenía algo que encandilaba a los más pequeños. Y así fue, en cuatro se le acercó para sacarle la lengua y poner caras, el bebé empezó a reírse y a aplaudir, emocionado por el show.
-Qué tierno-dijo Samantha a la vez que se llevaba las manos a la boca, arrepentida.
Flavio tomó aire y se dirigió a la rubia:
-Oye, Samantha, perdón por haber sido tan desagradable y borde, soy muy tímido y me cuesta soltarme-notaba el color subiendo a su cara y la voz le temblaba, pero no quería parar porque si lo hacía, no acabaría- me caes bien y me gustaría invitarte a comer o tomar algo como disculpa. Además estoy solo en esta ciudad tan grande y no me vendría mal un poco de compañía.
Se quedó mirando a la joven de lado, expectante.
-Te hago compañía con una condición.
-¿Cuál?
-Que me toques el piano al volver al hotel.
-Hecho.
-Entonces, tenemos un trato, Mister Flavio-dijo estrechándole, esta vez sí, la mano.

El resto de la excursión fue más tranquila para ambos. Visitaron los graffitis del Bronx, cruzaron una zona residencial lujosa de Queens y llegaron al Flushing Meadows Corona Park, un enorme parque que albergó la Feria mundial de Nueva York en 1939-1940. A Flavio le hacía ilusión porque salía en Men in black, la famosa fuente con una bola del mundo y las torres de observación al fondo. Además, está el estadio de los Mets y un museo en el que hay una enorme maqueta de la ciudad de Nueva York que encantó a todo el mundo.
De vez en cuando, Samantha y él cruzaron alguna palabra sobre la visita y se sentían bastante cómodos.
Después de la parada, fueron hasta Brooklyn y pasaron por el barrio judío, donde vieron a sus habitantes con la particular indumentaria que les caracterizaba: ellas, con colores sobrios, muy tapadas pese al calor que hacía y con toda su prole alrededor; ellos, con túnica oscura, sombrero, kippah y unos tirabuzones en las patillas. Pese a ser tan austeros, explicó Alexander, su negocio favorito son los diamantes y las familias más ricas de la ciudad son judías.
De ahí se dirigieron al puente de Brooklyn, donde cada cual decidía si acabar ahí la excursión y cruzar el famoso puente a pie, o seguir hasta Chinatown.
Flavio, armándose de valor por segunda vez, le preguntó a Samantha:
-¿Cruzamos juntos?


Disculpad por no haber subido el capítulo que prometí y no haber subido el miércoles. He tenido algún problemilla con el iPad y he estado mucho en el pueblo.
¿Qué os parece? ¡Espero que los próximos capítulos ya sean más largos!

Cornelia StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora