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Mi reflejo me mentía

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Mi reflejo me mentía.

Me mostraba a una mujer feliz con brillantes labios rojos y sombra de ojos color coral.

Una mujer que parecía que acababa de ganar la lotería, no una con el corazón roto que llevaba los cuatro últimos años tratando de rehacer su vida.

«No aparentas tu edad... No aparentas tu edad...».

Casi podía indicar hasta dónde iban a llegarme las arrugas, por dónde se multiplicarían los pliegues de los párpados mientras se extendían sin parar; por dónde se me diluirían los labios y se me disolverían en la boca.

Hasta ahora había tenido suerte, pero estaba segura de que solo era gracias a las múltiples cremas antienvejecimiento y antiarrugas que me aplicaba desde hacía tiempo.

En dos semanas cumpliría cuarenta años, y estaba empezando a mostrar todos los síntomas de una crisis de mediana edad. Comenzaba a cuestionarme todo lo que había hecho en mi existencia, comparándome con mis amigas, mientras me preguntaba si volvería a encontrar más satisfacciones a lo largo del camino. Incluso había escrito una lista con todo lo que tenía que hacer cuando fuera mi próximo cumpleaños:

1) Esbozar un plan para dejar mi trabajo en cinco años y seguir mi carrera soñada: diseñadora de interiores.

2) Cancelar todas las tarjetas de crédito y ponerme a pagar unas cuotas más altas de la hipoteca.

3) No leer tantos libros románticos...

4) Ahorrar lo suficiente para llevar a mis hijas a un crucero de una semana en verano.

5) Dejar de buscar posibles arrugas y líneas de expresión y pasar de la idea de ponerme bótox.

6) Limpiar mi casa de arriba a abajo y mantenerla en ese estado.

7) Dejar de echarme la culpa del divorcio.

8) Dejar de odiar a mi ex mejor amiga por formar parte del asunto...

9) Descubrir un restaurante nuevo cada mes.

10) Aprender a ser feliz en soledad.

—¡Marinette, espabila! ¡Vamos a llegar tarde! —me gritó mi amiga Alya desde la cocina.

—¡Ya voy! —chillé, cogiendo la chaqueta antes de bajar las escaleras.

Me eché un último vistazo en el espejo del pasillo y maldije entre dientes. No podía creerme que me hubiera dejado convencer por Alya para asistir a otra fiesta para solteros. Nunca conocía a nadie con el que mereciera la pena perder el tiempo en esas cosas, y el fétido olor de la desesperación siempre flotaba en el aire.

—¡Estás estupenda! —me dijo Alya mirando mi vestido negro con escote palabra de honor—. ¿Te puedo pedir prestada tu ropa?

—Solo si yo te puedo pedir prestada tu vida...

𝙈𝙤𝙣 𝙋𝙖𝙩𝙧𝙤𝙣 | 𝘼𝘿𝘼𝙋𝙏𝙀𝘿+16 | 𝘼𝘿𝙍𝙄𝙉𝙀𝙏𝙏𝙀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora