Verano {COMPLETA}

ᴅᴏs ᴅᴇ ᴀɢᴏsᴛᴏ

ᴠᴀɴᴄᴇ

Levantarse todas las mañanas a las seis no era santo de mi devoción, pero esa rutina la llevaba teniendo durante varios años. Me despertaba, me duchaba, me ponía el uniforme —que consistía en un mono de trabajo azul rey— y cogía la camioneta de mi padre. Todas las mañanas, antes de que los clientes despertaran, recogía la basura de todos los contenedores y lo llevaba a otro más grande situado a las afueras del complejo. Después de terminar con ese trabajo volvía para darme otra ducha refrescante y me quitaba todo el olor a basura y podredumbre que se incrustada en mi piel dorada. Iba al restaurante y servía los desayunos. Luego me encargaba de enseñar pádel a algunos clientes, servía las comidas, hacía algún tour por todo el conjunto residencial y descansaba hasta la hora de la cena —una hora escasa—, que volvía a trabajar. Así eran todos los malditos días de mi vida. Y necesitaba un respiro, uno que esperaba encontrar con el tiempo porque sabía que cualquier día me despertaría y me iría en mi maravilloso coche nuevo. Sin despedidas innecesarias. Estaba tan cansado de esa vida que a mis veintiocho años sentía que tenía el doble y todo por el cansancio físico y mental que tenía. Es decir, no salía de allí en ningún momento del año. Llevábamos sin hacer algún pequeño viaje en familia desde que mi hermana Rose empezó el instituto. Hace ya más de cinco años.

Esa mañana me desperté un poco más tarde de las seis y media y me asusté. No podía llegar tarde. En menos de diez minutos ya estaba listo y preparado, montado en la camioneta que ya era prácticamente mía. Intenté trabajar rápido, pero con eficacia para que me sobrara tiempo y poder dedicarlo a mí persona. Cosa que intentaba todas las mañanas y en lo que fallaba estrepitosamente decepcionándome así conmigo mismo. El problema de esa mañana vino cuando tuve que pasar por la casa en la cual se alojaba la bella Lysandra. Ella estaba en lo cierto, no la vi la noche anterior puesto que no fue al restaurante a cenar. Cosa que me resultó sumamente extraña para ser una familia nueva que llegaba al complejo. La busqué con la mirada durante toda la santa noche y, cuando cerramos y estábamos recogiendo, miré en el libro de registro de los clientes, y por allí no aparecía ninguna Lysandra.

«A lo mejor había venido con amigos y tenían un dinero muy limitado», pensé.

—¿Qué coño te pasa, Vance? —preguntó mi hermano Marshall sacándome de mi ensimismamiento.

Me había quedado parado mirando la residencia de la muchacha que había conocido un día antes. Me recompuse como pude y giré la llave de contacto para poder poner en marcha el vehículo y continuar con el trabajo. Eran ya las siete de la mañana y solo nos quedaban los cubos de unas cuantas calles para terminar.

—Nada —me límite a responder.

Marshall era mi hermano favorito. Mejor dicho, con el que mejor me llevaba y con el que más confianza tenía. Éramos siete y él era mi compañero para todo. También era cierto que pasaba más tiempo con él trabajando puesto que teníamos más o menos el mismo horario. La diferencia de edad era mínima puesto que él era dos años más joven que yo. Era rubio, con el pelo largo y de unos preciosos ojos verdes. No tan brillantes como los míos, pero destacaban. Aunque yo tenía el pelo negro carbón y era quince centímetros más alto que él, nos parecíamos mucho físicamente puesto que ambos teníamos un parecido inconfundible con nuestra madre.

—Ya. Cuando aprendas a mentirme, lo intentas, ¿vale? —insistió mientras me guiaba con la mano hasta una parte más alejada para poder aparcar y no molestar a los residentes.

Bajamos de la camioneta y abrimos la parte trasera, donde estaba toda la basura, para facilitar el trabajo.

—Que no me pasa nada.

—Estás raro, más de lo normal —dijo mientras se colocaba en un lado de uno de los cubos de basura—. Ayúdame y ponte ahí.

Hice caso a sus indicaciones a regañadientes.