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—Las buenas notas me persiguen, pero yo soy más rápido—dice Rubén, mientras corre por los pasillos.

—No sé cómo terminó siendo mi amigo—Mangel niega con la cabeza, mirando a Rubén.

—Ni yo—Raúl hace lo mismo.

Rubén sigue corriendo por el largo pasillo hacia su salón, como Naruto, cosa que sus amigos miran ridículamente.
Está casi por entrar al salón, pero se choca con alguien, haciendo que casi caiga al suelo y suelte un pequeño quejido.

—¿Cuántas veces te he dicho que te fijes por donde vas, Doblas? —Rubén escucha la voz de Samuel.

—Perdón, mis ojos no enfocan a abuelos regañones—le dice él, sobándose la nariz por el golpe que se dio.

—Tonto—refunfuña.

—¡Vegetta, apurale! —le grita Fargan a lo lejos.

Tienen que ir a por unos folletos a dirección, como Luzu el día anterior.

—Jo'er—bufa—, tú te vienes conmigo.

Toma del brazo a Rubén y comienza a caminar, arrastrando a este por el largo pasillo.

—¿Yo? ¿Yo por qué? No quiero—el rubio comienza a jalonear, parece un niño pequeño que hace berrinche a media tienda.

—Calla, vamos—dice Samuel, como si nada.

Rubén voltea hacia atrás y ve a sus dos amigos de pie al lado de la puerta, viendolo a él, moviendo su mano de un lado a otro, diciéndole adiós.

Hijos de puta, piensa Rubén.

—¿Quieres que sea vicepresidente del salón? —pregunta Rubén, dejando de forzar y caminando tranquilamente.

—No, no quiero que seas nada, cállate mejor—ordena el azabache.

—¿Entonces para qué me trajiste? —sigue con sus preguntas.

—Traje mi exposición en una lámina y sé que cuando tú ves una lámina doblada te da por tomarla y golpear a todos con ella—responde.

—Pero te voy a pegar a ti, Vegettita.

—Pero es mi exposición, cabezón.

—Ah, vale.

Se quedan callados y continúan caminando hacia la dirección, Samuel tomando del brazo a Rubén, sin soltarle ni un segundo. Corre peligro si lo hace.

Al fin llegan a la dirección y ven a Fargan hablando con el encargado de no sé qué.
Rubén sonríe cuando ve a la secretaria frente a su escritorio, leyendo algo.

—¡Buenas! —saluda Rubén, haciendo que la mujer levante su vista hacia él.

—¿Ahora qué hiciste, Rubén? —pregunta con un tono cansado.

—Nada, ahora no hice nada, lo juro, ¿verdad? —Rubén mira a Samuel y éste asiente—, ¿ve?

—¿Qué haces aquí, entonces? Nunca estás aquí por voluntad propia—le mira con curiosidad.

—Eh, no lo sé, oye—se dirige a Samuel—, ¿me puedes soltar? No me voy a escapar, promesa de pana.

—Está bien—Samuel cede y suelta al rubio, quien rápidamente se acerca a la mujer del escritorio.

—Qué bonito está tu escritorio, mira el lápiz y el teclado, muy mono todo—habla Rubén, pasando una de sus manos por el florero de flores artificiales.

—No, Rubén, no te voy a dar mi taza de Pikachu—dice ella seriamente.

—Pero es que me gusta, es lo mejor que he visto, anda, ¿sí? —insiste.

t o n t i t o ➹rubegetta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora