Hawks caminaba de un lugar a otro, se suponía que su mujer estaba en trabajo de parto y el debía entrar, pero aún no le habían indicado nada y eso le tenía las plumas de punta, era demasiado molesto todo eso.
Solo quería entrar y revolver todo hasta poder ver al amor de su vida.
Entonces por fin le pidieron entrar y ahí estaba ella, en aquella cama con las piernas abiertas, sudada y con lágrimas en los ojos.
— Ya estoy aquí. — dijo tomando su mano y con la otra grabando desde el ángulo más alejado de su vagina, realmente no quería ver una cabeza saliendo de donde a él le encantaba entrar.
— ¡Me duele! — gritó apretando más la mano de su esposo. Hawks ya no podía sentir su mano.
— Estoy aquí. — repitió quizás por octava vez. Todo pasaba en cámara lenta. Los gritos de ella y las órdenes de los doctores lo tenían abrumado, no sabía que hacer así que simplemente la miró.
Miró a su esposa. Su esposa que sufría en ese momento.
Entonces un grito lo sacó de sus pensamientos.
— Ya está, un poco más.
Y Shiro no sufría más, su rostro era paz.
Hawks vio como salieron con La criatura de forma rápida quizás para limpiarla, no sabía y su atención estaba en su esposa.
Pero entonces entraron con la criatura. Tan pequeño en los brazos de Shiro, comiendo de donde a él le gustaba divertirse.
— Tiene tu pelo. — murmuró ella y Hawks acarició su mejilla.
— es tan pequeño. — murmuró, unos minutos después pudo cargarlo. Sus ojos estaban cerrados y era tan adorable, sus mejillas enormes y la merit redonda, en serio el bebé más hermoso de la vida. — Soy genial en esto, hagamos otro.
Shiro sonrió.
Era padre.
Ahora era padre, padre del bebé más hermoso del mundo y se convertiría en el ser más genial de mundo.
— Hawks, déjame cargarlo otra vez. — pidió su esposa.
