Fuera del huerto la hierba comenzaba a tornarse verde; pero aquí, protegida de los vientos inciertos por los cercos de abetos e inclinado el terreno de tal modo que recibía el sol casi de frente, ya formaba una maravillosa alfombra aterciopelada. Las hojas en los árboles comenzaban también a aparecer y había violetas blancas con manchitas púrpuras al pie de la «Piedra del púlpito».
—Todo es exactamente como lo describió papá —comento Félix con un suspiro de emoción—, y allá está el pozo con su techo chino.
Nos apresuramos a llegar hasta él, pisoteando las briznas de menta que
empezaban a brotar en torno. Era un pozo muy profundo y el paredón estaba hecho con piedras rústicas sin pulir. Sobre él, el extraño techo al estilo de las pagodas chinas levantado por el tío Stephen a su regreso del viaje al Asia, estaba cubierto por una enredadera que aún no había echado sus hojas. —Es muy hermoso cuando las hojas de la enredadera cuelgan como festones —
dijo la niña de los cuentos—. Los pájaros hacen en ella sus nidos. Una pareja de canarios silvestres viene todos los veranos y los helechos crecen entre las piedras del pozo en una extensión tremenda. El agua es deliciosa. El tío Edward pronunció su más hermoso sermón refiriéndose al pozo de Belén, donde los soldados fueron a buscar agua para él y lo ilustró describiendo el viejo pozo de su casa… este mismo pozo… y explicó cómo en países extraños había añorado sus aguas maravillosas. De manera que pueden darse cuenta de que se trata de un pozo famoso.
—Y tiene una taza como la que usaban en tiempos de papá para beber —exclamó Félix señalando el antiguo recipiente enganchado en una pequeña saliente de la pared interna del pozo. —Es la misma taza —declaró la niña de los cuentos en un tono impresionante—.
¿No es una cosa asombrosa? Esa taza ha estado aquí por espacio de cuarenta años y cientos de personas han bebido en ella. Jamás se ha roto. En una ocasión la tía Janet la dejó caer en el fondo del pozo pero pudieron pescarla sin que recibiera más daño que esa pequeña marca que tiene en el borde. Yo personalmente creo que se encuentra vinculada a la fortuna de la familia King como la «Suerte de Edenhall» en el poema de Longfellow. Es la última taza del juego de diario que tenía la abuela King. Su mejor juego todavía está completo, lo tiene la tía Olivia. Tienen que pedirle que se lo muestre. Es muy hermoso, con fresas alrededor de cada pieza y en los platos, e incluye la más graciosa y panzona de las jarritas para crema. La tía Olivia no lo usa sino en las grandes ocasiones familiares. Bebimos de la taza azul del pozo y después nos dedicamos a buscar nuestros
respectivos «árboles de nacimiento». Nos sentimos bastante decepcionados al
hallarlos muy grandes y robustos. Nos parecía a nosotros que debían encontrarse en un estado equivalente al de nuestra niñez.
—Las manzanas de tu árbol son exquisitas —dijo la niña de los cuentos dirigiéndose a mí—, las de Félix sólo son buenas para hacer pastel. Esos dos grandes
árboles que hay detrás de ellos son los árboles mellizos… que corresponden a mamá
y al tío Félix, como ustedes saben. Las manzanas son tan «terriblemente» dulces que únicamente nosotros los chicos y los muchachos franceses podemos comerlas. Y
aquel árbol alto y esbelto, con las ramas todas para arriba, nació espontáneamente y
«nadie» puede comer sus manzanas de amargas y agrias que son. Ni siquiera los chanchos quieren comerlas. Una vez la tía Janet trató de hacer un pastel con ellas,
porque le daba lástima verlas perderse, pero jamás ha vuelto a intentarlo. Dice que es
mejor perder manzanas, que perder manzanas y el azúcar además. Después se las
ofreció a los peones franceses, pero éstos ni siquiera se las llevaron a sus casas.
Las palabras de la niña de los cuentos se mezclaban con el aire de la mañana como perlas y diamantes.
Aun las preposiciones y las conjunciones tenían un ignorado encanto, insinuando misterios, risas y magia a cuanto decía. Los pasteles de manzana, las semillas
amargas y los cerdos, se investían del halo del romance.
—Me gusta oírte hablar —comentó Félix en su modo grave y pesado.
—A todos les gusta —respondió la niña de los cuentos fríamente—. Me encanta que a ti te guste como hablo. Pero mi deseo es gustarte «yo» también, «tanto» como
te gusta Felicity o Cicely. No «más». Una vez deseé esto último pero es un
sentimiento superado ya. Descubrí en la escuela dominical, el día que el pastor nos dirigió la clase, que eso es egoísmo. Pero deseo gustarte «de la misma manera».
—Bueno, te aseguro que me gustas mucho «tú» —declaró enfáticamente Félix. Y creo que se estaba acordando que Felicity lo había llamado gordo.
En aquel momento Cicely se reunió con nosotros. Parece que esa mañana estaba de turno Felicity para ayudar en la preparación del desayuno y por lo tanto no pudo unirse al grupo. Todos fuimos a caminar por el «Sendero del tío Stephen».
Éste consistía en una doble fila de manzanos que corría hacia el oeste del huerto.
El tío Stephen era el primogénito de Abraham y Elizabeth King. No compartía el
desenfrenado amor que el abuelo experimentaba por los bosques, los prados y las excelencias de la tibia y roja tierra. La abuela King había sido una Ward y en el tío
Stephen la sangre navegante de aquella raza reclamaba sus derechos. El mar debió
irse a despecho de las lágrimas y los ruegos de su dolorida madre; y fue desde el mar de donde llegó para trazar su avenida en el huerto, con árboles traídos de países
lejanos.
Después se embarcó nuevamente… y nunca más se volvió a oír hablar de su barco. En aquellos meses de espera aparecieron los primeros cabellos grises en la
cabeza castaña de la abuela. Después, por primera vez, el huerto oyó el sonido de
llantos y se vio estremecido por un dolor.
—Cuando los árboles florecen es maravilloso caminar por aquí —dijo la niña de los cuentos—. Es como un sueño del país de las hadas… como si se estuviese caminando por el palacio de un rey. Las manzanas son deliciosas y en invierno es un espléndido sitio para patinar.
Desde el sendero fuimos a la «Piedra del púlpito», un enorme canto rodado de color gris, tan alto como la cabeza de un hombre, ubicado en el extremo sudeste. Era
suave y pulido en el frente, pero cortado en forma de escalones por detrás y con una
pequeña plataforma arriba sobre la cual se podía estar de pie. La piedra había desempeñado un papel importante en los juegos de nuestros tíos y tías, siendo ora un castillo fortificado, una emboscada india, un trono, un púlpito o un tablado de conciertos según exigiera la ocasión. El tío Edward pronunció su primer sermón a la
edad de ocho años desde aquella piedra gris; y la tía Julia, cuya voz iba a deleitar a las multitudes, cantó sus primeros madrigales allí también.
La niña de los cuentos subió a la plataforma, se sentó en el borde y nos miró. Pat se sentó gravemente al pie del púlpito con aire muy digno comenzó a lavarse la cara humedeciendo primero sus garras negras.
—Ahora escuchemos tus historias acerca del huerto —dije.
—Hay dos que son importantes —respondió la niña de los cuentos—. La historia del poeta que fue besado y la Leyenda del fantasma de la familia. ¿Cuál cuento
primero?
—Cuenta las dos —replicó alegremente Félix—, pero cuenta primero la del fantasma.
—No sé. —La niña de los cuentos pareció dudar—. Esa clase de relato debe ser hecho en la media luz, entre sombras. En esa forma hace estremecer el alma hasta
casi arrancarla del cuerpo.
Pensamos que mucho más agradable era que no nos arrancaran el alma del cuerpo y por lo tanto votamos unánimemente por el Fantasma de la familia.
—Las historias de aparecidos son mejores a la luz del día —declaró Félix.
La niña de los cuentos comenzó y nosotros escuchamos ávidamente. Cicely, que la había escuchado muchas veces antes, escuchaba tan ansiosamente como nosotros.
La chica declaró después que no importaba cuántas veces la niña de los cuentos relataba una misma historia, siempre parecían nuevas y tan excitantes como si se las
escuchaba por primera vez.
—Hace mucho, mucho tiempo —comenzó la niña de los cuentos, dando su voz la
impresión de una remota antigüedad—, aun antes de que el abuelo King hubiera nacido, vivía aquí con los padres de él, una prima huérfana. Su nombre era Emily
King y era menudita y muy dulce. Tenía suaves ojos castaños demasiado tímidos para mirar de frente a nadie… igual que Cicely… y tenía también el pelo largo, castaño y
alisado, como el mío. Sobre una mejilla, a esta altura llevaba una marca de nacimiento, pequeña, rosada y en forma de mariposa.
»Por cierto que en aquel entonces no existía nuestro huerto. Toda esta parte no era más que un campo, pero había un grupo de abedules blancos justamente allí donde se encuentra ahora el enorme y extendido manzano del tío Alec y a Emily le encantaba sentarse entre los helechos bajo los abetos, para leer o para coser. Tenía un
enamorado. Su nombre era Malcolm Ward y era tan buen mozo como un príncipe.
Ella lo quería con todo su corazón y él le correspondía de la misma manera… pero
ninguno de los dos había hablado jamás del asunto. Solían encontrarse bajo los abetos y charlaban muchísimo, pero sin mencionar al amor para nada. Una tarde él le dijo
que volvería al día siguiente «para hacerle una pregunta muy importante» y que
deseaba encontrarla bajo los abetos cuando llegara. Emily prometió encontrarse con él en el lugar indicado. Estoy segura de que esa noche no durmió, pensando qué
pregunta importante sería la que le iba a hacer, aunque en el fondo lo sabía
perfectamente. «Yo» la hubiese adivinado. Y al día siguiente se vistió
maravillosamente bien con su mejor vestido de muselina azul, cepilló su cabello y vino sonriendo a sentarse bajo los abetos. Mientras se encontraba ahí, esperando, sumida en los más hermosos pensamientos, llegó corriendo el hijo de un vecino… un
muchachito que no estaba enterado de su romance… y anunció que Malcolm Ward se había matado accidentalmente con su propia arma. Emily llevó sus manos al pecho, en esta forma y cayó, blanca y enloquecida, entre los helechos. Después volvió en sí, pero no vertió una sola lágrima ni pronunció una sola palabra de queja. Estaba «cambiada». Jamás volvió a ser como había sido y nunca estaba contenta más que cuando se encontraba vestida con su traje de muselina azul, esperando bajo los abetos
blancos. Cada día que pasaba se tornaba más y más pálida, pero la mariposa rosada,
que era su marca de nacimiento, se fue poniendo cada vez más roja al mismo tiempo,
hasta que llegó a parecer una mancha de sangre sobre su rostro blanco. Cuando llegó el invierno, Emily murió. Pero al llegar la primavera siguiente… —la niña de los cuentos dejó caer su voz hasta que fue un susurro, tan audible y estremecedor como
sus tonos más altos—, la gente comenzó a decir que se solía ver a Emily aguardando bajo los abetos, inmóvil. Nadie supo quién lo había dicho por primera vez, pero más de una persona llegó a verla. El abuelo la vio cuando todavía era un niño y mi madre la vio también una vez.
—¿Alguna vez la viste tú? —preguntó escéptico Félix.
—No, pero alguna vez la veré si es que sigo creyendo en ella —replicó la niña de
los cuentos en tono confidencial.
—A mí no me gustaría verla. Me daría mucho miedo —comentó Cicely con un
estremecimiento.
—No habría nada que temer —aseguró categóricamente la niña de los cuentos—.
No es como si se tratara de un fantasma extraño. Es un fantasma de nuestra misma familia, de manera que no nos haría daño.
No nos sentimos tan seguros por nuestra parte. Los fantasmas son gente desconcertante, aunque estén emparentados con uno. La niña de los cuentos había inspirado gran veracidad a su relato y estuvimos contentos de que no lo hubiese
contado por la noche. ¿Cómo habríamos podido regresar a la casa atravesando las sombras del huerto llenas de ramas que se movían? En aquel mismo momento
teníamos cierto temor de contemplar los alrededores y encontrarnos de pronto con la imagen inmóvil de Emily esperando bajo los abetos blancos o bajo el mismo manzano del tío Alec.
Más todo lo que vimos fue a Felicity que avanzaba corriendo por la verde alfombra de césped, sus rizos ondeando detrás de ella como una nube dorada.
—Felicity tiene miedo de haberse perdido algo —comentó la niña de los cuentos en tono divertido—. ¿Tienes el desayuno listo, Felicity, o tengo tiempo de contar a
los chicos la Historia del poeta que fue besado?
—El desayuno está preparado pero podemos esperar hasta que papá atienda a la vaca enferma.
Félix y yo no podíamos quitar la mirada de Felicity: las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes y excitados por la carrera, su rostro era una flor de juventud. Pero cuando la niña de los cuentos comenzó a hablar, tanto mi hermano como yo nos
olvidamos de Felicity.
—Unos diez años después que el abuelo y la abuela King se hubieron casado un hombre joven vino a visitarlos. Era un pariente lejano de la abuela cuya actividad en
este mundo consistía en ser poeta.
»Comenzaba por aquellos tiempos a ser famoso y fue famoso después. Pues se dio el caso de que vino al huerto para escribir un poema y se quedó dormido con la cabeza en un banco que solía estar bajo el árbol del abuelo. La tía abuela Edith llegó
al cabo de un rato al huerto y por cierto que entonces no era una tía abuela, pues sólo tenía dieciocho años, los labios muy rojos y el pelo y los ojos, negros, muy negros.
»Dicen que siempre fue muy traviesa. Había estado alejada de la casa y acababa de llegar y, por cierto, nada sabía de la presencia del poeta. Cuando lo vio allí
durmiendo, pensó que era un primo que estaban esperando de Escocia. Se acercó en puntas de pie… Luego se inclinó… y luego le dio un beso en una mejilla. Entonces el
joven abrió sus grandes ojos azules y se quedó mirando el gracioso rostro de Edith.
»Ella enrojeció hasta la raíz de los cabellos, porque en seguida se dio cuenta de que acababa de hacer algo impropio. Aquél no podía ser el primo de Escocia. Edith
sabía por las cartas que se cruzaban, que el tal primo tenía los ojos tan negros como los suyos. En cuanto pudo reaccionar, la muchacha corrió a esconderse y por cierto que se sintió mucho peor cuando se enteró de que se trataba de un famoso poeta.
»Él escribió entonces uno de sus más hermosos poemas y se lo envió a Edith.Poco después, el poema apareció en uno de sus libros.
Habíamos visto «todo»: el genio durmiendo, la encantadora muchacha de labios rojos, el beso depositado suavemente, como un pétalo de rosa, sobre la mejilla tostada
por el sol.
—Debieron haberse casado —manifestó Félix.
—Bueno, en un libro hubiera sido así sin duda, pero aquello sucedió en la vida real —respondió la niña de los cuentos—. Algunas veces nosotros representamos esta
historia. Me gusta cuando Peter hace la parte del poeta. No me gusta cuando el poeta es Dan porque se queda muy tieso y tuerce los ojos de una manera horrible. Es cierto que resulta difícil convencer a Peter de que haga la parte del poeta, salvo cuando Felicity hace la parte de Edith…
—¿Cómo es Peter? —pregunté.
—Peter es espléndido. Su madre vive en el camino de Markdale y tiene que lavar ropa para mantenerse.
»El padre de Peter los abandonó cuando el chico tenía tres años y como jamás volvió a verlos, no saben si se ha muerto o vive. ¿Les parece una linda conducta para con su familia? Peter ha trabajado por su sustento desde que tuvo seis años. El tío Roger lo manda a la escuela y le paga el salario durante el verano. A todos nos gusta
Peter salvo a Felicity.
—A mí me gusta Peter en cuanto sabe tomar su lugar —replicó Felicity incómoda—. Pero ustedes le dan demasiada confianza, como dice mamá. No es más que un
peón, no ha sido bien criado y no tiene mayor educación. Lo que no creo es que debamos considerarlo un igual como tú piensas.
Una sonrisa onduló en los labios de la niña de los cuentos.
—Peter es un verdadero caballero y es más interesante que lo que tú puedes llegar a ser en toda tu vida, aunque te criaras en el mejor sitio y te instruyeran por espacio de cien años.
—Apenas sabe escribir —dijo Felicity.
—Guillermo el Conquistador no sabía escribir una sola letra —insistió la niña de los cuentos.
—Jamás va a la Iglesia y nunca dice sus oraciones —replicó fastidiada Felicity.
—Yo tampoco —dijo en aquel momento el propio Peter apareciendo por un
pequeño agujero en el cerco—. Sólo algunas veces digo mis oraciones.
El tal Peter era un muchacho delgado y bien proporcionado, con negros ojos sonrientes y pelo espeso y oscuro. A pesar de que estábamos a comienzos de la estación andaba descalzo. Su atuendo consistía en una camisa gastada y en un
gastado calzón de corderoy; pero usaba aquellas prendas con el aire de llevar encima
ropa del hilo más fino, a tal punto que daba la impresión de andar muy bien vestido.
—Tú no rezas a menudo —volvió a decir Felicity.
—Bueno, supongo que Dios estará más dispuesto a escucharme si es que no lo estoy fastidiando todo el tiempo —arguyó Peter.
Esto era la más absoluta herejía para Felicity, pero la niña de los cuentos
consideró la idea como si fuera digna de meditarse.
—De todos modos, tú nunca vas a la Iglesia —continuó Felicity dispuesta a no dejarse vencer por la dialéctica.
—Bueno, no iré a la Iglesia hasta que me haya decidido si es que voy a ser Metodista o Presbiteriano. Mi tía Jane era metodista. Mi madre no es mucho de ninguna de las dos cosas, pero yo pienso ser algo. Es más respetable ser metodista o presbiteriano o cualquier otra cosa, que no ser nada. Cuando haya decidido eso, iré a
la Iglesia lo mismo que ustedes.
—Pero eso no es lo mismo que «haber nacido algo» —declaró Felicity con orgullo.
—A mí me parece mucho mejor que uno elija su propia religión que no tener más remedio que ser lo que fueron los padres de uno —replicó Peter.
—Bueno, no se pongan a discutir —dijo Cicely—. Deja tranquilo a Peter,
Felicity. Peter, éste es Beverly King y éste es Félix. Todos vamos a ser buenos amigos
y a pasar un hermoso verano juntos. ¡Piensen en los juegos que podremos hacer! Pero
si se ponen a pelear se arruinará todo. Peter, ¿qué es lo que vas a hacer hoy?
—Rastrillar el campo y picar la tierra para los canteros de flores de tu tía Olivia.
—Tía Olivia y yo plantamos ayer los guisantes dulces —dijo la niña de los cuentos— y yo planté uno de los canteros por mi cuenta. No pienso dar vuelta la
tierra este año para ver si germinaron. Les hace daño. Trataré de cultivar la paciencia, germinen cuando germinen.
—Yo voy a ayudar a mamá a plantar en la huerta hoy —dijo Felicity.
—Oh, a mí nunca me gustó la huerta —comentó la niña de los cuentos—. Salvo
cuando tengo hambre. Entonces sí me gusta ir y mirar las hermosas líneas de cebollas
y remolachas. Pero lo que más me gusta es un jardín de flores. Creo que podría ser siempre buena si viviera permanentemente en un jardín lleno de flores.
—Adán y Eva vivieron en todo momento en un jardín lleno de flores —dijo Felicity— y ellos estuvieron lejos de ser buenos siempre.
—Seguramente habrían comenzado a ser malos antes, de no haber vivido en un jardín —arguyó la niña de los cuentos.
En aquel momento nos llamaron para el desayuno. Peter y la niña de los cuentos se deslizaron por el agujero en el cerco, seguidos por Paddy y el resto avanzamos por el huerto en dirección a la casa.
—Bueno, ¿qué piensan de la niña de los cuentos? —preguntó Felicity.
—Es maravillosa —dijo Félix con todo entusiasmo—. Nunca oí a nadie contar cuentos como ella.
—Pues no sabe cocinar —informó Felicity— y no tiene un buen cutis. Por otra parte, dice que va a ser actriz cuando sea grande. ¿No es horrible?
No nos dimos cuenta por qué.
—¡Oh, porque los actores son siempre gente pecadora! —aclaró Felicity en tono de alarma—. Pero me atrevo a decir que si la niña de los cuentos se lo propone, lo hará en cuanto pueda. Su padre la apoyará en eso. Es un artista, como ustedes saben.
Evidentemente, Felicity pensaba que los artistas y los actores y toda esa clase de gente, pertenecían a una misma y miserable familia.
—La tía Olivia dice que la niña de los cuentos es fascinante —comentó Cicely.
¡Ése era el adjetivo! Félix y yo reconocimos la propiedad del término
inmediatamente. Sí, la niña de los cuentos era fascinante y ésa era la palabra última y definitiva sobre el asunto. Dan no bajó hasta que el desayuno estuvo listo y devorado en su mayor parte y la tía Janet le habló de una manera que nos hizo pensar que era mejor guardarse, como dicen en el campo de la parte áspera de su lengua. Pero haciendo un balance general, nos gustó la perspectiva de un verano en aquella compañía. Felicity para mirar, la niña de los cuentos para escuchar, Cicely para sentirnos
admirados, Dan y Peter para jugar… ¿qué más podían desear dos individuos razonables?
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La niña de los cuentos.
Novela JuvenilLa niña de los cuentos narra las aventuras de un grupo de jóvenes primos y sus amigos que viven en una comunidad rural en la Isla del Príncipe Eduardo, Canadá. El libro está narrado por Beverly, quien junto con su hermano Félix, ha ido a vivir a la...