—Está completamente fuera de la cuestión —dijo seriamente la tía Janet. Cuando la tía Janet decía seriamente que alguna cosa estaba fuera de la cuestión,
significaba que lo estaba pensando y que probablemente terminaría por hacerlo. Si una cosa estaba realmente «fuera de la cuestión», ella sencillamente se reía y se negaba a discutir. Lo que estaba dentro o fuera de la cuestión aquel primer día de agosto, era un
proyecto que el tío Edward había discutido últimamente. La hija más joven del tío Edward se iba a casar y el tío Edward había escrito urgiendo al tío Alec, a la tía Janet y a la tía Olivia para que fueran a Halifax, asistieran a la boda y permanecieran una semana con él. El tío Alec y la tía Olivia estaban ansiosos por ir; pero la tía Janet en principio declaraba que era imposible.
—¿Cómo podríamos irnos de aquí, dejando la casa a merced de esos jovencitos? —preguntaba—. Cuando regresáramos los encontraríamos a todos enfermos y la casa incendiada.
—Nada de eso —se burló el tío Roger—. Felicity es tan buena dueña de casa
como tú y yo estaré cerca para vigilarlos e impedir que incendien la casa. Han estado años prometiendo a Edward que irían a verlo y jamás se ha presentado una mejor oportunidad. La siembra está hecha y la cosecha aún no ha llegado. Alec necesita un cambio. No anda con buen aspecto.
Creo que este último argumento fue el que convenció a la tía Janet y por fin decidió ir. La casa del tío Roger iba a ser cerrada y tanto él, como Peter y la niña de los cuentos vendrían a alojarse con nosotros. Todos nosotros estábamos encantados. Felicity en especial se sentía en el séptimo
cielo. Quedar a cargo, sola, de una casa grande, con tres comidas al día para planear y preparar, un corral de aves, vacas para ordeñar, manteca para hacer y un jardín para vigilar, conformaba para Felicity su concepción del Paraíso. Por cierto que todos tendríamos que ayudar, pero Felicity iba a ordenar las cosas y ella se glorificaba en eso. La niña de los cuentos estaba encantada también.
—Felicity me va a dar lecciones de cocina —me confió mientras paseábamos por el huerto—. ¿No es magnífico? En una semana podré aprender algo, ¿no es así? Será mucho mejor cuando no haya gente grande alrededor que me ponga nerviosa y que se ría si cometo errores.
El tío Alec y las tías se fueron el lunes por la mañana. La pobre tía Janet estuvo llena de desmayadas instrucciones y prevenciones, nos dio tantos encargos que ni
siquiera tratamos de acordarnos de alguno.
El tío Alec, en cambio se limitó a pedirnos que fuéramos buenos y que hiciéramos caso de lo que nos decía el tío Roger. La tía Olivia se rió de nosotros con sus ojos
azules que parecían pensamientos y nos dijo que sabía perfectamente cómo nos sentíamos y que esperaba que pasáramos unos días maravillosos.
—Preocúpate de que se vayan a la cama a una hora decente —gritó la tía Janet al tío Roger mientras salían—. Y si sucede algo terrible nos telegrafías.
Después «se fueron del todo» y nosotros quedamos libres para manejar la casa.
El tío Roger y Peter se fueron a atender su trabajo. Felicity en seguida tomó las
disposiciones para hacer el almuerzo y nos repartió tareas. La niña de los cuentos tendría que preparar las papas; Félix y Dan tenían que seleccionar las arvejas y
pelarlas; Cicely corría con el fuego; yo tenía que despellejar los nabos. Felicity nos hizo la boca agua anunciando que haría budín arrollado para el almuerzo.
Pelé los nabos en el porche de la cocina, los metí en una cacerola y los puse al fuego. Después estuve en libertad para ver lo que hacían los demás a quienes les habían tocado trabajos más largos. La cocina era la escena de una feliz actividad. La niña de los cuentos peló sus papas, con cierta torpeza y tardando bastante tiempo, porque no descuidaba tampoco las demás tareas de la casa; Dan y Félix pelaron las
arvejas y atormentaron a Pat con las vainas; Felicity, enrojecida y seria, medía y revolvía hábilmente.
—Yo estoy sentada sobre una tragedia —dijo de pronto la niña de los cuentos.
Félix y yo nos quedamos asombrados. No estábamos muy seguros de lo que podía ser una «tragedia», pero no se nos ocurría qué podía ser un viejo cofre de madera
azul, como el que servía de asiento a la niña de los cuentos si es que nuestra vista no nos engañaba.
El viejo cofre llenaba el rincón entre la mesa y la pared. Ni Félix ni yo habíamos pensado mucho en él.
Era muy grande y muy pesado y generalmente Felicity decía un montón de injurias contra él cuando tenía que lavar la cocina.
—Este viejo arcón azul contiene una tragedia —explicó la niña de los cuentos—. Conozco una historia en torno a él.
—El ajuar de novia de la prima Rachel Ward está en ese cofre —dijo Felicity.
¿Quién era la prima Rachel Ward? ¿Y por qué estaba su ajuar en aquel cofre azul ubicado en la cocina del tío Alec? Reclamamos la historia en seguida. La niña de los
cuentos hizo la narración mientras pelaba las papas. Tal vez las papas sufrieron — Felicity declaró que los agujeros que debía hacer en ellas no estaban todo lo correctos que debían estar—, pero la historia no sufrió.
—Es una historia triste —dijo la niña de los cuentos— y sucedió hace cincuenta años, cuando el abuelo y la abuela King todavía eran muy jóvenes. Rachel Ward,
prima de la abuela King vino a pasar un invierno con ellos. Rachel era de Montreal y también era huérfana, igual que el fantasma de la familia. Nunca me supieron decir
cómo era, pero tiene que haber sido hermosa, por cierto.
—Mamá dice que era muy sentimental y romántica —interrumpió Felicity.
—Bueno, de todos modos, conoció a Will Montague ese invierno. Era muy buen mozo… todos lo dicen…
—Y fue un romance terrible —dijo Felicity.
—Felicity, desearía que no interrumpieras, porque estropeas el efecto. ¿Qué dirías si yo me pusiera a echar cosas que no corresponden en ese budín? Pues yo me siento de la misma manera. Bueno, Will Montague se enamoró de Rachel Ward y ella de él.
Todo se arregló para que se casaran aquí en la primavera. La pobre Rachel era muy feliz aquel invierno; hizo todas sus cosas para casarse con las propias manos. Las muchachas solían hacerlo en aquel entonces, como ustedes saben, porque no existía
la máquina de coser. Bueno, por fin llegó abril y el día de la boda, todos los invitados estaban ya aquí.
»Rachel estaba vestida con su traje de novia esperando al novio. Y —la niña de los cuentos dejó caer el cuchillo y unió sus manos húmedas—, ¡Will Montague no
llegó nunca!
Sentimos un choque interior como si nosotros formáramos parte del grupo de invitados.
—¿Qué le sucedió? ¿Lo mataron también a él? —preguntó Félix.
La niña de los cuentos suspiró reiniciando su trabajo.
—No, realmente no. Hubiera sido mejor que así fuera. Habría sido más apropiado y romántico. No, fue algo sencillamente horrible. ¡Tuvo que huir a causa de sus deudas! ¡Imagínense! Se comportó de la manera más miserable, según dice la tía Janet. Nunca envió noticias a Rachel y ella no volvió a oír de él.
—¡Cerdo! —exclamó Félix indignado.
—Por cierto que ella quedó con el corazón destrozado. Cuando supo qué era lo que había ocurrido, tomó todos los objetos y las prendas de su boda, incluyendo
algunos regalos que había recibido, los encerró en este cofre. Después regresó a
Montreal y se llevó la llave con ella. Jamás volvió a venir a la Isla… supongo que era un viaje que no podía soportar. Vivió siempre en Montreal y no se casó. Actualmente es una mujer muy anciana… tiene cerca de setenta y cinco años. Y este cofre nunca ha sido abierto desde aquél entonces.
—Hace diez años, mamá le escribió a la prima Rachel —informó Cicely— y le preguntó si debía abrir el cofre para ver si la polilla estaba haciendo de las suyas. El cofre tiene una rajadura en la parte de atrás, del tamaño de un dedo. La tía Rachel contestó que si no fuera por una de las cosas que se guardan ahí adentro, con todo gusto le diría que abriera el cofre y dispusiera libremente de las cosas que hay en él.
»Pero Rachel no puede soportar la idea de que alguien que no sea ella ponga sus manos sobre esa cosa. En resumen, que el cofre debió permanecer como está. Mamá dice que ella se lava las manos, haya o no haya polillas; y que si la prima Rachel tuviera que mover ese cofre cada vez que hay que lavar el piso, se curaría de su tontería sentimental. Pero yo pienso —concluyó Cicely—, que yo sentiría como la prima Rachel si estuviese en su lugar.
—¿Y qué es esa cosa que no quiere que nadie toque? —pregunté.
—Mamá cree que sea su traje de novia, pero papá opina que se trata del retrato de Will Montague —dijo Felicity—. Él la vio cuando lo guardaba. Papá sabe cuáles son
algunas de las cosas que hay ahí dentro. Tenía diez años y vio a la prima Rachel cuando empacaba. Hay un traje de novia de muselina blanca, un velo y… y… un… un… —Felicity bajó los ojos y se sonrojó.
—Unas enaguas bordadas a mano desde el ruedo a la cintura —dijo la niña de los cuentos con toda calma.
—Y una frutera de porcelana china con una manzana en el asa —prosiguió Felicity aliviada— y un juego de té y un candelabro azul.
—Me encantaría poder ver todas las cosas que hay aquí adentro —manifestó la niña de los cuentos.
—Papá dice que jamás debe ser abierto si no es con la autorización de la prima Rachel —dijo Cicely.
Félix y yo miramos al cofre reverentemente. Había tomado una nueva
significación a nuestros ojos y nos parecía una tumba donde yacía sepultado un romance muerto de los años que fueron.
—¿Qué sucedió con Will Montague? —pregunté.
—¡Nada! —replicó la niña de los cuentos con rencor—. Siguió viviendo y
floreciendo. Arregló los problemas de sus deudas con los acreedores y regresó a la Isla. Y al final se casó con una muchacha muy linda y muy rica. Los dos han sido muy felices. ¿Alguna vez has oído algo más injusto?
—Beverly King —gritó de pronto Felicity que había estado espiando en una
cacerola—, ¡has ido y has puesto a hervir los nabos como si fueran papas!
—¿Y no está bien así? —grité en el colmo de la vergüenza.
—¡Bueno! ¡Qué barbaridad!
Pero Felicity había sacado ya los nabos y los estaba cortando en rebanadas mientras los demás se reían de mí. Había añadido una anécdota más a los archivos de la familia.
El tío Roger rugió cuando se lo contaron y volvió a rugir cuando por la noche Peter le contó las cosas que había hecho Félix para ordeñar una vaca. Félix había tratado de instruirse previamente para manejar la ubre. Pero él jamás había visto que
alguien quisiera ordeñar «toda una vaca». Mi hermano no logró mayor éxito y por fin el animal volcó el balde.
—¿Qué es lo que se puede hacer cuando una vaca no se queda derecha? —
explotó Félix enojado.
—Ahí está el problema —respondió el tío Roger sacudiendo la cabeza.
La risa del tío Roger era difícil de soportar, pero su seriedad era peor aún. Mientras tanto, en la alacena, la niña de los cuentos era iniciada en los misterios de la manufactura del pan. Bajo la vigilancia de Felicity, hacía el pan y a la mañana siguiente tendría que cocerlo en el horno.
—La primera cosa que tienes que hacer a la mañana es amasarlo bien —dijo Felicity—, y cuanto más temprano sea mejor… porque tenemos una noche cálida. Con eso nos fuimos todos a la cama y dormimos tan profundamente como si los cofres azules, los nabos y las vacas ordeñadas no tuvieran la menor importancia frente a esta necesidad.
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La niña de los cuentos.
Novela JuvenilLa niña de los cuentos narra las aventuras de un grupo de jóvenes primos y sus amigos que viven en una comunidad rural en la Isla del Príncipe Eduardo, Canadá. El libro está narrado por Beverly, quien junto con su hermano Félix, ha ido a vivir a la...