EL EMBRUJAMIENTO DE PAT

15 4 0
                                    

Estábamos todos hundidos en la tristeza más profunda -al menos toda la «muchedumbre juvenil», como decía el tío Roger- y aún los mayores se lamentaban y condescendían a tomar parte en nuestra pena. Pat, nuestro querido Pat, el travieso Paddy, estaba enfermo otra vez... muy, pero muy enfermo. El viernes se mostró atontado y rehusó hacerse cargo de su plato con leche. A la mañana siguiente se acurrucó bajo los escalones de la puerta de la cocina en casa del tío Roger, apoyó la cabeza sobre las patas anteriores y se negó a llevarle el apunte a nadie y a nada. En vano le hablamos cariñosamente y lo tentamos trayéndole sabrosos bocados. Sólo cuando la niña de los cuentos lo acariciaba se dignaba soltar un maullido de queja, como si se preguntara por qué su ama no hacía algo por su mal. Ante tal estado de cosas, Cicely, Felicity y Sara Ray se echaron a llorar y nosotros los varones nos sentimos muy apesadumbrados.
La verdad es que sorprendí a Peter ese día por la tarde, detrás del tambo de la tía Olivia, y si alguna vez un muchacho lloró, ése fue Peter. Ni siquiera lo negó cuando lo interpelé a causa de ello, pero no iba a reconocer que estaba llorando a causa de Paddy. ¡Tonterías! -¿Entonces por qué estabas llorando?
-Estaba llorando porque... porque... porque mi tía Jane se ha muerto -dijo
Peter desafiante.
-Pero si tu tía Jane murió hace dos años -dije con aire escéptico.
-¿Acaso no es ésa una buena razón para llorar? -replicó Peter-. He tenido que arreglármelas sin ella por espacio de dos años y eso es peor que si lo hubiera tenido que hacer por pocos días.
-Yo creo que tú estabas llorando porque Pat está enfermo -le dije
categóricamente.
-¡Como si yo fuera a llorar por un gato! -se quejó Y se marchó de allí silbando. Por cierto que probamos de curarlo con la manteca de puerco y los polvos untando a propósito las mismas patitas del animal. Pero ante nuestra decepción, Pat no hizo el menor esfuerzo por lamérselas. -Les digo que este gato está muy enfermo -dijo tristemente Peter-. Cuando un gato no se preocupa de su propia apariencia es que está muy mal.
-Si al menos supiéramos que es lo que tiene, podríamos de salvarlo -sollozó la niña de los cuentos, acariciando la cabecita de su favorito. - - - Yo podría decirles que es lo que le ocurre, pero seguramente ustedes se reirían de mí -dijo Peter.
Todos lo miramos asombrados.
-¡Peter Craig! ¿Qué es lo que quieres decir? -preguntó Felicity.
-Justamente lo que he dicho.
-En ese caso, si sabes qué es lo que tiene Paddy, dilo -ordenó la niña de los
cuentos poniéndose de pie.
Lo dijo serenamente, pero Peter obedeció. Creo que la hubiese obedecido si con el mismo tono y con aquellos ojos, le hubiera ordenado que se echara a las profundidades del mar. También sé que yo lo habría hecho también.
-El gato está «embrujado»... eso es lo que le sucede -manifestó Peter en tono a la vez desafiante y avergonzado.
-¿Embrujado? ¡Tonterías!
-Ahí tienen, ¿qué les había dicho? -se quejó Peter. La niña de los cuentos miró a Peter, luego a nosotros y luego al pobre gatito.
-¿Cómo podría estar embrujado? -preguntó indecisa-. Y... ¿quién podría haberlo embrujado?
-No sé cómo podrá haber sido embrujado -explicó Peter-. Tendría que ser
brujo yo mismo para decirlo. Pero quien lo ha embrujado es Peg Bowen.
-¡Tonterías! -exclamó nuevamente la niña de los cuentos.
-Muy bien -dijo Peter-. No tienes que creerme si no quieres.
-Si Peg Bowen pudiera embrujar a alguien... y no creo que pueda... ¿por qué habría de embrujar a Paddy? -preguntó la niña de los cuentos-. Aquí y en casa del tío Alec, todos son bondadosos con ella.
-Te diré porque -prosiguió Peter-. El jueves por la tarde, cuando ustedes
estaban en la escuela, Peg Bowen vino por aquí, tía Olivia le obsequió con una merienda... una buena merienda. Podrán ustedes reírse ante la idea de que Peg Bowen sea una bruja, pero yo he notado que los mayores de las dos casas siempre son buenos con ella cuando viene y siempre tienen el mayor cuidado de no ofenderla.
-La tía Olivia sería bondadosa con cualquier persona pobre y lo mismo hace mamá -dijo Felicity-. Y por cierto que nadie desea ofender a Peg Bowen porque es
muy rencorosa y una vez le prendió fuego al granero de un hombre de Markdale porque la ofendió. Pero no es una bruja... ¡Lo que dices es ridículo!
-Muy bien, pero esperen a que termine. Cuando Peg Bowen salía, Pat estaba echado en los escalones y Peg le pisó la cola. Ustedes saben que a ningún gato le gusta que le pisen la cola. Arqueó el lomo y le arañó los pies. Si ustedes hubiesen
visto la mirada que ella le echó, no me dirían que no es una bruja. Y salió Peg Bowen por el camino murmurando cosas y agitando los brazos como hizo aquella vez en el
caso de la vaca de Lem Hill. Pat estuvo enfermo desde la mañana siguiente.
Nos miramos todos, envueltos en un desagradable y perplejo silencio. No éramos
más que chicos... y creíamos que en ciertas épocas habían existido las brujas... y Peg
Bowen era una criatura cuya edad era muy incierta.
-Si las cosas son así... aunque no logro creerlas... no podremos hacer nada - dijo la niña de los cuentos impresionada-. Pat tendrá que morir.
Cicely empezó a llorar abiertamente.
-Yo haría cualquier cosa por salvarle la vida a Pat -dijo-. Creería cualquier
cosa.
-No podemos hacer nada -declaró impaciente Felicity.
-Supongo -sollozó Cicely-, que podríamos ir a ver a Peg Bowen y suplicarle
que perdone a Paddy y le quite el embrujamiento. Tal vez lo haga si somos bastante humildes en el pedido.
Al principio la proposición nos dejó fríos. No creíamos que Peg Bowen fuese una
bruja. Pero ir a verla... ¡buscarla en aquel misterioso retiro boscoso en que vivía, lugar que estaba investido a nuestros ojos de todos los terrores habidos y por haber! ¡Y que semejante sugerencia partiera de la tímida Cicely entre tanto chicos decididos!
¡Pero después... allí estaba el pobre Pat!
-¿Le sería de algún beneficio? -preguntaba la niña de los cuentos desesperada -. Aunque haya sido ella la que hizo enfermar a Pat, supongo que se enojaría mucho
más si nos presentáramos en su casa para acusarla de brujerías. Además, no ha hecho nada de lo que dicen.
Pero había cierta inseguridad en el tono de la niña de los cuentos.
-No será de ningún daño hacer la prueba -insistió Cicely-. Si no ha sido ella
quien pudo haberlo embrujado, no importa que se enoje.
-No importa en cuanto a Pat, pero podría importarle al que la vaya a ver - reflexionó Felicity-. No es una bruja, pero es una mujer rencorosa y Dios sabe lo que nos haría si llegara a atraparnos. Desde que tengo memoria la oigo decir a mamá:
«Si no eres buena, Peg Bowen te atrapará».
-Si estuviese segura de que Peg lo ha embrujado, iría a verla para apaciguarla en alguna forma -declaró decidida la niña de los cuentos-. Yo también le tengo
miedo... pero miren al pobrecito Paddy.
Miramos a Paddy que continuaba mirando obstinadamente hacia el frente, con ojos que no pestañeaban.
El tío Roger salió en ese momento y lo miró también con una expresión que nos
pareció «brutalmente desconsiderada».
-Me temo que el pobre gato esté acabado -opinó.
-Tío Roger -dijo Cicely en tono de súplica-. Peter dice que Peg Bowen ha
embrujado a Pat por haberla arañado. ¿Crees que puede ser así?
-¿Pat arañó a Peg? -preguntó tío Roger con una expresión de horror súbito en el rostro-. ¡Ay mi madre! ¡Mi madre! El misterio está resuelto. ¡Pobre Pat!
Tío Roger movió la cabeza como si se resignara a lo peor, tanto por él como por Pat.
-¿Crees realmente que Peg Bowen sea una bruja, tío Roger? -preguntó la niña de los cuentos incrédula.
-¿Si pienso que Peg Bowen es una bruja? Mi querida Sara, ¿qué opinas tú una mujer que puede convertirse en gato cuando lo desea? ¿Si es una bruja? ¿O si no
lo es? Resuélvanlo ustedes.
-¿Peg Bowen puede transformarse en gato? -preguntó Peter con los ojos muy abiertos.
-Creo que es una de las cosas menos importantes que puede hacer Peg Bowen
-respondió el tío Roger-. Para una bruja es la cosa más fácil del mundo convertirse en el animal que desea. Sí Pat está embrujado... no hay ninguna duda... no hay la
menor duda.
-¿Para qué les dices a esos chicos semejantes cosas? -preguntó la tía Olivia pasando en dirección al pozo.
-Es una tentación irresistible -respondió el tío Roger alejándose con ella para llevarle el balde.
-Ya ven, vuestro tío Roger cree que Peg Bowen es una bruja -dijo Peter.
-Y ya ven que la tía Olivia no lo cree -dije a mi vez- y yo tampoco.
-Escuchen un momento -dijo la niña de los cuentos resuelta-. Yo no lo creo, pero puede haber «algo» en eso. Suponga que lo sea. La pregunta es: ¿qué podemos
hacer?
-Les diré lo que yo haría -manifestó Peter-. Le llevaría un regalo a Peg
Bowen y le pediría que curase a Pat. No le dejaría ver que creemos que ella lo enfermó. En ese caso no podría ofenderse... y tal vez le saque el embrujamiento.
-Me parece mejor que cada uno de nosotros le dé algo -propuso Felicity-. Me gustaría hacer eso por mi parte. ¿Pero quién le va a llevar los regalos?
-Tenemos que ir todos juntos -declaró la niña de los cuentos.
-¡Yo no voy! -gritó Sara Ray aterrorizada-. No sería capaz de acercarme a la casa de Peg Bowen por nada del mundo, fuera quien fuera el que me acompañara.
-He pensado un plan -dijo la niña de los cuentos-. Demos todos un regalo
para Peg Bowen como ha dicho Felicity. Y escribamos una carta para ella. Una carta
linda... una carta bien hecha. Después vamos todos a su casa esta tarde y si está fuera de la casa, nos acercamos y dejamos las cosas delante de ella con la carta. Y no le
decimos nada sino que nos comportamos con todo respeto. Después nos vamos.
-Si nos deja -repuso Dan, significativamente.
-¿Sabe leer Peg Bowen? -pregunté.
-Oh, sí. La tía Olivia dice que fue muy buena estudiante. Fue a la escuela y era una muchacha inteligente hasta que se volvió loca. Le escribiremos sencillamente.
-¿Y qué les parece si no está en la casa? -preguntó Felicity.
-Pues dejamos las cosas ante la puerta y nos vamos.
-Puede estar a kilómetros de distancia en este momento -suspiró Cicely-, y quizá no encuentre las cosas y la carta hasta el momento en que ya sea demasiado
tarde para el pobre Paddy. Pero es lo único que se puede hacer. ¿Qué podemos regalarle?
-No debemos ofrecerle dinero -indicó la niña de los cuentos-. Se indigna
muchísimo cuando alguien hace tal cosa. Sostiene que no es una mendiga. Pero aceptará cualquier otra cosa. Por mi parte le daré mi collar de cuentas azules. Le
gustan mucho las fantasías.
-Yo le daré la tarta esponjosa que hice esta mañana -dijo Felicity-. Supongo que no probará la tarta esponjosa muy a menudo.
-Yo no tengo nada más que el anillo para reumatismo que conseguí como premio por vender agujas el invierno pasado -dijo Peter-. Se lo
regalaré. Aunque no tenga reumatismo, se trata de un anillo muy elegante. Parece de oro macizo.
-Yo le ofreceré un paquete de caramelos de menta -dijo Félix.
-Yo le regalaré uno de los potes de mermelada de fresas que hice -decidió
Cicely.
-Yo no pienso acercarme a ella -dijo Sara Ray-, pero quiero hacer algo por el pobre Paddy. Le enviaré un pedazo del encaje que estuve haciendo la semana pasada.
Yo decidí dar a la formidable Peg, algunas manzanas de mi árbol de nacimiento y Dan declaró que regalaría una bolsita de tabaco.
-¡Oh, no! ¿No se va a sentir insultada? -exclamó Félix completamente
horrorizado.
-Nada de eso -sonrió Dan-. Peg Bowen mastica tabaco como un hombre. Le va a gustar más eso que los caramelitos de menta, te aseguro. Voy corriendo a casa de
la señora Sampson y compro una bolsita.
-Ahora tenemos que escribir la carta y llevársela en seguida con los regalos, antes de que obscurezca -dijo la niña de los cuentos.
Nos reunimos en el granero para redactar el importante documento, cuya composición quedaba a cargo principalmente de la niña de los cuentos.
-¿Cómo empiezo? -preguntó perpleja-. No me atrevo a poner «Querida Peg» ni «Querida señorita Bowen». Suena muy ridículo.
-Además, nadie sabe si es señorita Bowen o no -apuntó Felicity-. Se fue a
Boston cuando fue mayor y algunos dicen que ella se casó y que el marido la
abandonó y que por eso se volvió loca. Si es casada no le va a gustar que le digan señorita.
-Bueno, ¿cómo me dirijo a ella entonces? -preguntó desesperada la niña de los cuentos.
Nuevamente Peter llegó al rescate con una sugestión.
-Comienza así: «Respetable señora». Mamá tiene una que le mandó uno de los
consejeros escolares una vez a la tía Jane y así es como empieza.
Respetable señora: -escribió la niña de los cuentos-. Deseamos rogarle que nos
conceda un gran favor y tenemos la esperanza de que usted acceda bondadosamente.
Nuestro gato favorito, Paddy, está muy enfermo y tenemos miedo de que pueda morir. ¿Cree usted que podría curarlo? ¿Y accedería a probar? ¡Todos lo queremos
tanto y es tan buen gato y tiene tan buenas costumbres! Por cierto, que si alguien le pisa la cola, se enoja y araña pero ya sabrá usted que a ningún gato le gusta que le pisen la cola.
La cola es una parte muy tierna de su «persona» y los arañazos son su única
defensa y por cierto que no es capaz de desear ningún daño a nadie. Si usted puede curar a nuestro Paddy, le quedaremos todos muy, pero muy agradecidos. Los pequeños obsequios que acompañamos son testimonio de nuestro respeto y gratitud y
le rogamos que nos haga el honor de aceptarlos.
Muy respetuosos a sus órdenes todos nosotros, la saludamos.
SARA STANLEY
-Les aseguro que esa última frase suena muy bien -dijo Peter admirado.
-No la hice yo sola -admitió honestamente la niña de los cuentos-. La leí en alguna parte y me acuerdo.
-A mi me parece que es demasiado fina -criticó Felicity-. Peg Bowen no se
va a dar cuenta del sentido de palabras tan importantes.
Pero se decidió que todo quedaría como estaba y a continuación, firmamos los presentes.
Después tomamos nuestros «testimonios» y partimos en nuestro indeseado viaje hacia los dominios de la bruja. Sara Ray no quiso ir, por cierto, pero se comprometió a quedarse con Pat mientras íbamos y volvíamos.
No creímos necesario informar a los mayores de nuestro viaje ni de su naturaleza. ¡Los mayores suelen tener unos puntos de vista tan peculiares! Podrían prohibirnos
ir... y además seguramente se habrían reído de nosotros.
La casa de Peg Bowen estaba a casi un kilómetro de distancia aun tomando el
atajo del pantano y después por la colina. Fuimos por el arroyito y luego pasamos por
el puente de tablas, medio perdido entre los matorrales. Cuando alcanzamos el bosque más allá del puente; nos sentimos asustados, pero nadie quiso admitirlo.
Cuando uno se encuentra cerca del habitáculo de una bruja, cuanto menos se hable mejor, porque sus sentidos son muy agudos. Por cierto que Peg no era una bruja, pero lo mejor era ser prudente.
Por fin llegamos al camino que conducía a su morada directamente. Todos estábamos muy pálidos en ese momento y el corazón golpeaba con fuerza. El rojo sol
de septiembre pendía bajo, ya, los altos abetos del oeste. Aquello no me parecía un sol. En efecto, el ambiente resultaba pavoroso. Sentí el deseo de que la aventura
hubiese terminado.
Una repentina curva del sendero nos llevo directamente al claro donde se encontraba la casa de Peg Bowen, antes de que estuviéramos preparados para verla. A
pesar del miedo observé la construcción con gran curiosidad. Era una casa pequeña y miserable, rodeada de pasto. A nuestros ojos, lo más extraño era que no había entrada visible sobre el piso bajo, como debiera haberla en una casa respetable. La única
puerta estaba en el piso alto y a ella se llegaba por una escalera desvencijada. No había señales de vida en todo el lugar a no ser un gran gato negro -mala señal-, sentado en el escalón más alto. Nos acordamos de las palabras del tío Roger. ¿Acaso gato negro sería Peg Bowen? ¡Tonterías! Pero de todos modos... no parecía un gato de los comunes. ¡Era tan grande... y tenía unos ojos verdes tan maliciosos!
¡Evidentemente había algo fuera de lo común en aquella bestia!
En un silencio tenso y sin respiraciones, la niña de los cuentos colocó los
paquetes junto al escalón más bajo y dejó la carta encima de uno de ellos. Sus dedos tostados temblaban y tenía el rostro muy pálido.
De pronto la puerta se abrió y Peg Bowen apareció en el umbral. Era una mujer vieja, alta y huesuda, con una pollera raída y vieja que apenas le llegaba algo más abajo de la rodilla, una blusa de tela estampada color de escarlata y un sombrero de hombre. Sus pies, sus brazos y el cuello estaban desnudos y traía entre los dientes una pipa de arcilla. Su cara tostada parecía contar con cientos de arrugas y su pelo largo y suelto, le llegaba hasta los hombros. Estaba murmurando y sus ojos relampagueantes
no eran nada amistosos.
Hasta aquel instante nos habíamos comportado valientemente, a pesar de nuestro miedo íntimo e inconfesado. Pero entonces los nervios estallaron a un tiempo y el más terrible pánico se apoderó de todos. Peter llegó a soltar un chillido de puro terror.
Nos dimos vuelta y salimos disparados en dirección al bosque. Recorrimos la colina
interminable, corriendo como locos, como si nos estuvieran dando caza realmente, firmemente convencidos de que Peg Bowen venía tras de nosotros. La huida fue
salvaje, como una pesadilla, la peor de las pesadillas que habíamos escrito en los
cuadernos de los sueños. La niña de los cuentos iba delante de mí y me acuerdo perfectamente de los tremendos saltos que dio sobre troncos caídos y matorrales que
se interponían en su camino. Los largos cabellos castaños ondeando al aire. Cicely,
detrás de mí pronunciaba continuamente frases incoherentes:
-¡Oh, Bev! ¡Espérame! ¡Oh, Bev, apúrate, apúrate!
Más por ciego instinto que por reflexión nos mantuvimos juntos y encontramos el camino por entre los árboles del bosque. Pronto estuvimos ya en el campo que había
detrás del arroyo. Sobre nosotros, el cielo ya era de color de rosa; el ganado pastaba
plácidamente en torno; los pastos altos nos saludaban agitados por la brisa. Hicimos un alto al darnos cuenta de que ya estábamos en tierras «civilizadas» y que Peg
Bowen no nos había alcanzado.
-¡Oh! ¿No ha sido una aventura tremenda? -jadeó Cicely estremeciéndose-.
No podría hacer esto otra vez... no podría hacerlo ni siquiera por la salud de Paddy.
-Es que salió tan «derrepente» -comentó Peter avergonzado-. Creo que me hubiera podido mantener en el sitio si hubiera sabido que iba a salir. Pero cuando
apareció de golpe allí, creí que todo había terminado para nosotros.
-No debimos haber huido -reflexionó Felicity tristemente-. Le hemos
demostrado que le tenemos miedo y eso la hace poner furiosa siempre. Ahora no va a
hacer nada por Pat.
-Yo no creo que pudiera hacer nada de todos modos -dijo la niña de los
cuentos-. Creo que nos hemos portado como un atado de tontos.
Todos menos Peter estábamos inclinados a pensar más o menos como ella. Y la
convicción de nuestra falta de sentido común se hizo más profunda cuando alcanzamos el granero y descubrimos que Pat, vigilado por la leal Sara Ray, no había
mejorado nada. La niña de los cuentos anunció que lo llevaría a la cocina y que lo acompañaría toda la noche...
-De todas maneras no quiero que se muera solo -dijo en tono miserable en tanto que recogía el cuerpo del animal en sus brazos.
No creímos que la tía Olivia le fuera a dar permiso para que hiciera lo que había dicho, pero la verdad es que la tía Olivia le dio el permiso. Verdaderamente, la tía
Olivia era una «duquesa». Quisimos quedarnos todos con ella, pero la tía Janet ni
quiso oír semejante proposición. Nos ordenó que nos fuéramos a la cama, diciendo que era positivamente pecaminoso que nos sintiéramos tan preocupados por un gato.
Cinco chicos con el corazón destrozado y que sabían que hay muchos peores amigos que aquellos que llevan cuatro patas y ronronean, subieron la escalera de la casa de tío Alec esa noche.
-No podemos hacer otra cosa que rezar para que Pat se mejore -dijo Cicely.
Debo confesar cándidamente que su tono sonaba a último recurso, pero esto más
se debía a una temprana experiencia que a falta de fe por parte de Cicely. Ella sabía y nosotros también, que la oración es un rito solemne que no debe ser ejercido con
ligereza ni degradada en usos comunes. Felicity dio la forma oral a esta idea cuando dijo:
-No creo que sea correcto rezar por un gato.
-Me gustaría que me dijeran por qué no -replicó Cicely-. Dios ha hecho a Paddy tanto como te ha hecho a ti, Felicity King, aunque quizá con él no se haya
tomado tanto trabajo. Y por otra parte estoy segura de que Él puede ayudar a Pat mucho mejor que Peg Bowen. De todos modos pienso pedir por Paddy con todo mi
poder y fuerzas y me gustaría verte queriendo detenerme. Por cierto que no voy a mezclar esas oraciones con las que corresponden a cosas más importantes. Lo haré
después de las oraciones principales, pero antes de decir amén.
Más petitorios que el de Cicely se presentaron esa noche en favor de Paddy. Oí claramente a Félix cuando lo hacía. Félix rezaba siempre con un murmullo bastante
alto respondiendo a su idea de que Dios no le oír si le hablaba en voz excesivamente baja. Después de la parte «importante» de su oración, su devoción le hizo pedir:
-¡Oh, Dios mío! Haz que Paddy se encuentre mejor por la mañana. ¡Por favor, hazlo!
Y yo, aun después de todos estos años de irreverencia por los sueños de la juventud no siento la menor vergüenza en confesar que cuando me arrodillé para decir mis plegarias infantiles, me acordé de nuestro pequeño camarada felino y recé
tan reverente como pude por su salvación. Después me fui a dormir consolado con la sencilla esperanza de que el Señor, después de atender a todas sus «cosas importantes», se acordaría del pobre Pat. Tan pronto como nos levantamos a la mañana siguiente, corrimos a la casa del tío Roger. Pero nos encontramos con la niña de los cuentos y con Peter en el sendero y sus rostros eran lo rostros de quienes llevan la alegría en el alma.
-¡Pat está mejor! -gritó la niña de los cuentos emocionada y triunfal-.
Anoche, a las doce, comenzó a lamerse las patas. Después se lamió todo el cuerpo y se durmió. Yo me fui a dormir también en el sofá. Cuando me desperté, Pat se estaba lavando la cara y se había tomado todo un plato de leche. ¿No es maravilloso?
-Ya ven ustedes que Peg Bowen lo embrujó y después lo desembrujó -dijo Peter.
-Yo creo que la oración de Cicely tuvo mucho más que ver con la mejoría de
Pat, que los hechizos de Peg Bowen -declaró Felicity-. Cicely rezó por Pat toda la noche casi. Es por eso que está mejor. -Muy bien -contestó Peter- pero de todos modos le aconsejo a Pat que no vuelva a arañar a Peg Bowen, eso es todo. -Me gustaría saber si fueron las oraciones o Peg Bowen lo que mejoró a Pat - se preguntó Félix perplejo.
-No creo que haya sido ninguna de las dos cosas -intervino Dan-. Pat se
enfermó y se mejoró por su cuenta.
-Yo voy a creer que han sido las oraciones -dijo Cicely decidida-. Es mucho más agradable pensar que Dios lo hizo y no Peg Bowen.
-Pero es que no puedes creer una cosa simplemente porque es más agradable - objetó Peter-. Fíjate que no he dicho que Dios no haya curado a Pat. Pero nada ni nadie podrá convencerme jamás de que Peg Bowen no anduvo detrás de todo esto. De tal modo, la fe, la superstición y la incredulidad se mezclaron en nuestros espíritus, como en todas las cosas de la vida.

La niña de los cuentos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora