IV - Día uno

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Ocho de la mañana. Dos guardias, a empujones, nos traen a Fuentes, con las manos esposadas por delante. Viste un mono naranja que claramente le queda grande, ha perdido pelo desde su última foto, está ojeroso y se le notan los huesos de las manos y de las mejillas. Uno de los guardias me comenta que el prisionero no come casi nada hace más de una semana. Comienzo a analizar. Tenemos ante nosotros un trabajo difícil, pues tal estado restringe las opciones. El uso de pentotal sódico u otro análogo a modo de «suero de la verdad» no resultaría útil; el preso lo vomitaría enseguida. Y aunque estuviéramos autorizados a usar métodos violentos -lo cual iría en flagrante contradicción con nuestra misión y nuestro entrenamiento- Fuentes tampoco es un candidato viable para el «conjunto alternativo de procedimientos», o como decía uno de nuestros instructores, «manipulación psicológica aderezada con unos cuantos golpes»: una paliza sólo le provocaría fracturas o luxaciones; el «submarino seco» lo mataría, y, teniendo en cuenta su perfil psicológico, atacar su orgullo sería algo inútil. En suma, no se puede hacer gran cosa con un prisionero con un carácter así y en un estado de debilidad tan evidente. 

La charla previa con los carceleros tampoco me brinda nada en claro, ningún «punto débil» que atacar: Fuentes no es nuestro típico detenido: no es un extremista religioso, ultraderechista, comunista recalcitrante o matón a sueldo descerebrado, que son las categorías típicas en las que podemos englobar a la gente que solemos entrevistar o interrogar. El Nº 257 es mucho más duro: no se queja, como otros, de ser injustamente tratado, no pide noticias de afuera, no pretende comunicarse con ningún pariente, colega o periodista. Sabe que observamos sus movimientos, sabe que si escribiera cartas las pasaríamos por rayos X y descifraríamos su contenido. Y como ya ha sufrido torturas anteriores en otro país, conoce hasta nuestros límites en la búsqueda de información.

La única estrategia que se puede llevar adelante es cumplir el papel de «chicos buenos», «jugar limpio» y actuar según el protocolo, mientras tratamos de que se recupere y termine confiando en nosotros. Intentamos desenvolvernos lo mejor que podemos ante la hostilidad del director del complejo, que ya intuye que nuestra tarea abarca más que un simple interrogatorio. Ya en la primera charla nos ha advertido, muy serio y mirándonos fijamente detrás de sus anteojos, que «ante cualquier abuso de autoridad por parte de nuestro equipo», llamará a la agencia para quejarse, y -aunque no lo ha dicho explícitamente- hará lo posible por sacarnos de en medio. Traducción: es su parcela, su lugar. Y aquí son todos perros territoriales. 

«Que lo disfruten mientras les dure», recuerdo haber dicho para mis adentros. 

Luego de mi presentación personal y de mis compañeros, le explico al interno el motivo de nuestra visita, y le solicito su permiso para grabar el audio de nuestra entrevista. El prisionero Nº 257, ex-coronel de la USAF Héctor Fuentes, me autoriza a usar la grabadora, y luego calla al menos por veinte segundos. Juega con los dedos de las manos, y lucha por fijar su vista en mí; sus ojos parecen vidriosos y erráticos. Luego, tímidamente, su voz parece despertar y cobrar fuerza. 

-La cronología...a ver, la puta cronología. ¿Nuevo, no? Muchacho, no es por ofender, pero no soy un conejito de indias para entrenar novatos...y aunque tengas la mejor de las intenciones, francamente, ya no me importa (Me mira a los ojos, baja la mirada y luego se ríe, lo que contrasta con la seriedad del rostro de los demás) ¿Esto es lo mejor que tienen? ¿El arma secreta de Langley? (menea la cabeza y luego vuelve a reírse) Un señorito estirado, recién graduado, y con fijador en el pelo. Supongo que te tomaste toda la sopa y que hiciste los deberes antes de venir (de repente, deja de sonreír) ¿Ya leíste ese montón de informes, no? Entonces sabrás que estoy loco. Loco como una cabra. No sé quién te mandó a sacarme datos, pero creo que llegaste tarde. No pretendas que recuerde las cosas en su justo orden y con lujo de detalles.

-Fuentes...

-No quiero desilusionarte, pero viniste a recoger los pedazos de mi memoria. Suponiendo que me apiade y quiera colaborar contigo, eso es lo máximo que voy a poder ofrecerte. Retazos. 

Bosteza y luego calla; se nota que lucha contra su somnolencia, impuesta por los medicamentos.

Hasta ahora, Fuentes hilvana sorprendentemente bien las frases, y está deseoso de hablar. Eso es, que hable. De lo que sea. El silencio es la peor cosa posible que puede ocurrir en este trabajo. Y su bravuconería, en este caso, es bienvenida; por lo menos se encuentra lo suficientemente lúcido para atacar. Tal vez Pillgram, antes de ser transferido, logró algún avance. 

A pesar de sus protestas, al prisionero se le conectan los electrodos de un polígrafo portátil. Los guardias lo tratan de manera brusca, pero no excesivamente violenta; tal vez estén disimulando frente a nosotros, o tal sea influya la presencia de uno de los médicos del equipo psiquiátrico, el doctor O´Sullivan, que controla la correcta colocación de los electrodos. 

Luego de algunas preguntas básicas de control, a las que Fuentes reacciona contestando de manera correcta pero con una irritabilidad manifiesta, me retiro a hablar con mi equipo. Como la agencia no me ha autorizado a revelar sus nombres verdaderos para este libro, me referiré a ellos usando tres nombres de escritores norteamericanos como nombres en clave: Bukowski, Sawyer y Poe. Luego de una larga conversación, establecemos un plan de acción para poder interrogar correctamente al prisionero Nº 257. A partir de hoy, Sawyer y Poe, por turnos, vigilarán al prisionero día y noche, ya sea estando cerca de él o accediendo a una vista de su celda a través de la consola de control de cámaras, para evitar abusos que puedan atentar contra nuestro proceso de obtención de información. Esa noche tenemos la primera discusión con el director del presidio debido a nuestras «intromisiones». Aunque, al menos, logramos asegurarnos de que Fuentes cene adecuadamente y sin molestias externas, y de que duerma en condiciones de comodidad mínimas.

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