XVI - Día siete - Parte 1

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- ¡Hágase dar por el culo, hijo de puta!

El prisionero Nº128 es un «amexicano» de segunda generación, el eufemismo típico para decir que es hijo de inmigrantes mexicanos, o «espaldas mojadas» como todavía les gusta decir a algunos votantes republicanos demasiado compenetrados en su papel de racistas. Su historial delictivo no tuvo relación con el terrorismo, hasta que se involucró en una venta de armas a militantes de Jund Al-Islam. Ellos le dieron la excusa de que necesitaban subfusiles para hacerse cargo de unos cuantos agentes de la DEA que les habían dado problemas en Amsterdam, en las típicas operaciones de venta de heroína y hachís para financiar el movimiento. Ismael Botardo, que es el nombre del prisionero, no les preguntó porqué se arriesgaban a «limpiarlos» en Estados Unidos, cuando tuvieron tiempo y más tranquilidad para hacerlo en Holanda. No preguntó nada de nada. Pero la policía sí, la policía primero y el FBI después, lo detuvieron y le hicieron muchas preguntas. Porque las pistolas ametralladoras Ingram que les vendió, armas de baja tecnología con años encima, casi chatarra, fueron usadas para acribillar a civiles en un shopping cercano a la base naval de Anacostia, donde compraban muchos marinos y sus familias. Dos minutos después, se desató otro infierno cerca de la más conocida base de Nolfork, esta vez con el uso de granadas de fragmentación además de la balacera. Cuando les preguntaron a uno de los pocos terroristas sobrevivientes de dónde habían sacado un plan de ataque tan estúpido, les contestó: «De una novela de su escritor derechista Tom Clancy».

Botardo parece, y es, un matón típico, carne de prisiones ADX de máxima seguridad. En cualquier ADX, Supermax o cárcel del estilo hay unos cuantos extremistas encarcelados por delitos de odio          -anarquistas, supremacistas blancos, activistas del «black power»- pero la mayoría suelen ser asesinos por temas de celos o dinero,  traficantes de drogas o pandilleros peligrosos. Aquí la relación se invierte, y es bastante probable que se sienta como sapo de otro pozo entre tantos fanáticos, que además lo hacen a un lado hasta para conversar, en las escasas ocasiones en que sucede eso en un régimen de aislamiento. Tampoco tiene oportunidades de montar un negocio de venta de drogas entre los presos, como ocurriría en una cárcel más «convencional». Es una rata acorralada en un lugar extraño, que vendería a cualquiera o cometería cualquier atrocidad con tal de mejorar su situación.

- No estamos en Florence ni en Tent City. Aquí arreglan los problemas de otra forma, señor Botardo.

- Por lo menos en Florence no dan electro a cada rato. La otra vez fue igual. Ustedes aparecen y se jode todo. 

- ¿Electro?

- Electro shocks o como quiera que los llamen. Te hacen pasar electricidad por el cráneo, parece que la cabeza se te fuera a partir y te tiemblan hasta los dientes.. Se sienten como la mierda, y luego te dejan la cabeza peor que un mono de crack.

No recuerdo haber visto el nombre de Botardo en las listas de tratamiento de «disrupción de patrones». Este súbito cambio de tratamiento parece confirmar un dato que me pasó Poe: uno de los enfermeros del pabellón psiquiátrico roba medicamentos para revenderlos a los detenidos, por lo menos a los pocos a los que les permiten trabajar. Pero todavía no le han dicho el nombre, ni cómo se las arregla para operar en este lugar. Pero si unimos cabos...

- Tendríamos que preguntar a los médicos porqué hacen eso. Usted no tiene historial de depresión crónica, ni psicosis de ningún tipo. Está más sano que mucha gente ahí afuera...el único problema es que eligió una manera ilegal de ganarse la vida. Pero esa no es razón suficiente para tenerlo aquí.

- No me venga con sermones. Tengo un título universitario que no me sirvió para nada. ¿Sabe qué me permitió ganarme la vida? Mi afición por las armas y un amigo en el South Central, que fue el que me consiguió mi primera TEC-9 automática. Y no sólo hizo eso. Aprovechó para hablarme de negocios, de un negocio que a mí me parecía más moralmente aceptable que vender drogas. Y a partir de ahí todo lo demás es historia. Hasta que en la lotería de la mala suerte del universo, a mí me tocó el premio más jodidamente gordo. 

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