Capítulo 2: Lamentos

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Bankotsu había llegado a una aldea, bastante pobre y humilde a su parecer.

Las chozas construidas que se supone tenían que funcionar como casas, se encontraban en deterioro y muy maltratadas, y no precisamente por el tiempo y abandono, eso estaba descartado, debido a que los aldeanos aún permanecían activamente en este lugar.

Se supone que las aldeas se sitúan en torno a un castillo lujoso, donde permanece el Daimyo del lugar, aquel que gobernaba y ejercía poder sobre la aldea y si eran más ambiciosos arremetían y saqueaban con su poder militar a las aldeas vecinas.

Pero este lugar no era nada, no era ni la sombra de los lugares que él y su banda de los siete, masacraban o defendían de monstruos. El castillo estaba en ruinas. Y no hacía falta ver al Daimyo para saber que era aún más patético todavía. No recordaba haber servido a alguien así en vida, ¿cuánto cambió el mundo mientras él permaneció muerto?

Miró alrededor de la aldea, estaban las tierras cultivadas, plantas de arroz, verduras y otras cosas que no reconocía, que se disponían en anillos concéntricos. Una hilera de cabañas, inmediatamente detrás, se situaban los pequeños huertos familiares. En los límites de la aldea que correspondían al bosque, ocupaba una gran extensión y estaba seguro que era una despensa de frutos, leña y animales, ya que en su análisis exahustivo dentro de la aldea no vio nada de eso.

Definitivamente perdió su valioso tiempo llegando a esta pobre aldea, ni siquiera había una miserable posada, ni una maldita taberna que lo saciara con licor o chicas. Ni mucho menos encontraría un herrero que creara una copia decente de su fiel alabarda.

Estaba por dar vuelta y regresar por donde vino y buscar otro lugar que por lo menos cuente con licor.

De pronto se vio rodeado de paliduchos aldeanos que lo miraban con interés, y con temor se acercaban a él muy lentamente. Decidió esperarlos pacíficamente con los ojos cerrados y de brazos cruzados, le daba curiosidad saber que harían con sus patéticos instrumentos de trabajo. "Pobres imbéciles, ni un arma decente tienen". Además que le vendría bien repartir unos cuantos puños.

—¿Por qué no dicen lo que quieren de una vez, para largarme de este agujero?— habló con voz potente y cruda que hizo respingar a más de un aldeano.

—Señor.— Se escuchó la voz de un hombre de mediana edad.

—¿Mph?— abrió un solo ojo indicándole que le escuchaba.

—¿Es usted un mercenario?— volvió a cuestionar el mismo hombre, que dado por las ropas se tratraba de un sirviente.

—Así es— respondió sin interés.

—En ese caso acompáñeme, por favor— pidió amablemente.

—Y ¿para qué?— cuestionó con desconfianza, no es que temiera a lo que sea que enfrentara, sino que no toleraba recibir órdenes de alguien sin importancia e inferior a él.

—El señor Feudal lo recibirá y atenderá personalmente. Señor— explicó el sirviente con una pronunciada reverencia.

—¿Tu Feudal tiene sake?— preguntó con interés ya que tenía la garganta seca de beber algún aguardiente.

—¿Perdón Señor?— indiscutiblemente el aldeano sirviente era un pobre imbécil, que si le hubiera servido a él, no dudaría en haberle cortado ya mismo la lengua, solo por hacerle repetir la pregunta.

—Sake— dijo con impaciencia y con un tono que no daba espacio a réplica. Además sus penetrantes ojos azules fijos en él, ya ardían de furia.

Y al parecer el sirviente lo comprendió también, puesto que profirió un montón de disculpas y muchas reverencias antes de contestarle. —Sí Señor. Sígame por favor.

Encantos De Un MercenarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora