Capítulo 13: La guarida de Totosai

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Miró en todas las direcciones. El paisaje le parecía algo surrealista, era idéntico por todos lados. No habían árboles que mostraran vegetación, no había hierba solo un suelo árido y pedregozo, no había agua ni nada que demostrara que había vida. La planicie se extendía alrededor del lugar como si fuera un desértico de suelo muerto e inhabitable.

Bankotsu recorrió varios metros en línea recta, o eso creyó, pero no se veía absolutamente nada, siguió caminando mientras observaba el horizonte buscando algún indicio de alguna cueva, cabaña o lo que sea donde el viejo herrero pudiera vivir, pero seguía sin ver nada, absolutamente nada.

—¿Seguro que es aquí?— preguntó austero al saimyosho que se encontraba en el aire y a su lado, al instante rodó los ojos, se sintió patético consigo mismo al cuestionarle, puesto que el insecto no le respondería por voluntad. Llevaba una semana viajando a pie, y tal como lo había previsto, el ave yokai en el que volaba se reveló al tercer día, obviamente al estar lejos, Naraku ya no pudo manipular al ave a través de los saimyoshos, así que tuvo que matarlo; al ave por querer adueñarse de sus fragmentos y a los insectos que lo acompañaban porque ya lo tenían fastidiado. Al amanecer siguiente, un nuevo saimyosho apareció a su lado, al parecer lo guiaría en su ardua búsqueda, como lo hacía en estos momentos.

La avispa del infierno siguió su camino y en silencio el mercenario lo siguió. Un rato después se encontraba a unos metros de lo que desde lejos reconoció como una enorme montaña, ahora que lo veía más de cerca lo vislumbraba como un montón de rocas uniformes apiladas entre sí, no parecería un sitio fuera de lugar, sino fuera porque la tierra en la que pisaba ¡no estuviera tan caliente! El solo tacto quemaba, era agotador. Pero supuso que lo había encontrado.
—Mph. Tan inútil no eres— le espetó al saimyosho mientras lo veía desintegrarse por el sofocante calor, al acercarse demasiado a lo que por varios días estuvo buscando: la cueva de Totosai.

Sino tuviera los fragmentos incrustados en su cuerpo, el infernal calor que desprendía el río de lava que resguardaba alrededor de la cueva, también haría estragos en su cuerpo, lo fastidiaba, pero tenía que hacerlo, estaba ahí por una sola razón.

Totosai

El anciano que había creado la espada de Sesshomaru y la Tessaiga, la espada de Inuyasha.

Cuando Kagome le confió esa información, se lo agradeció a su manera, sonrió de lado al recordarlo, fue verdaderamente placentero estar con ella.

Según Naraku le había contado, Totosai conoce todos los secretos y capacidades de las armas que ha creado. Alguien que reside en una montaña de fuego, ahora que se encontraba en frente de la guarida, supo que era una cueva de muy difícil acceso, se lo reconoció, ya que la temperatura del suelo es muy elevada y solo se veía factible llegar desde los aires. Pero él no tenía esa opción.

Empezó la carrera en dirección a la guarida, el calor le quemaba los pies pero lo soportaba, una vez cruzado el anillo de seguridad que era el río de lava, se adentró a la guarida y la temperatura descendió, al parecer aquella adversidad le servía de escudo para los intrusos, para él también fue complicado, pero al final fue una inevitable victoria.

Afianzó su alabarda en el hombro y se adentró internándose dentro de la guarida. Vislumbró que era más espaciosa de lo que creía, tan grande como un palacio y tan profunda como estar dentro de un laberinto.

—Anciano— llamó, dando unos pasos, adentrándose más en el interior de la guarida. Nadie contestó. Solo el eco respondía a su llamado. Había fuego alumbrando los pasillos, así que su visión en esa oscura cueva no se veía afectada. De pronto oyó un ruído proveniente del fondo, se oía como si alguien hubiera tirado algo y éste se había roto.

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