Capítulo 12: Viajes y propósitos

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—Demonio bastardo— gruñó Bankotsu, luego de partir en dos con su afilada alabarda, al saimyosho que se mantenía en el aire y que le servía de intercomunicador con la araña repugnante de Naraku. "Maldito Naraku" pensó furioso, apretando fuertemente su arma hasta emblanquecer los nudillos, deseando internamente que ese saimyosho que acababa de exterminar, haya sido el demonio de ojos rojos.

Como ansiaba enterrarle su alabarda en su horrenda cara y cortarle cada extremidad viendo con regocijo como se retorciera de dolor mientras él disfrutara de verlo desangrando, si es que aún le quedaba sangre en las venas. Quería hacerle pagar la última canallada que el arácnido inmundo, había osado hacerle: cuando lo envió donde la vieja bruja yokai para restaurar los poderes de su alabarda; por eso sentía la desconfianza latente, ya sabía que era inútil y aún así se divirtió, aniquilando a cuantos aldeanos se le cruzaron por su filo, algunos más inteligentes que otros decidieron huir como los cobardes que eran.

Sin embargo los remedos de valientes que se quedaron a enfrentarlo, fueron cortados despiadadamente con su fila alabarda, que al menos para eso servía. Cortar. La patética idea de la bruja yokai consistía en masacrar la aldea a la que pertenecía su amado, sin que éste se diera cuenta de que la bruja estaba involucrada, todo para poder desposarlo sin fulanos que se opusieran a su noviazgo, y que le ofrecían la muerte si llegaran a casarse; a Bankotsu le daba igual cualesquiera sean las razones, para aniquilar no existían pretextos.

Como disfrutó volver a masacrar gente con su gigantesca espada, que aunque no era ni se comparaba con la original, le sirvió para canalizar toda la rabia y soledad que albergaba el mercenario.

El placer que sentía por matar a sus semejantes, solo era superado por el placer carnal que sintió, por estar entre las lindas piernas de cierta sacerdotisa que tuvo el agrado de disfrutar.

Sonrió de manera torcida orgulloso de corromper a esa dulce chica, "Kagome" el solo pensamiento le dibujó una mueca de satisfacción, sin darse cuenta disipó la furia que expresaba hacia el híbrido arácnido ese que le hacía bullir la sangre. Se lamió lentamente de un extremo a otro los labios, recordando con deseo que había recorrido cada parte de su blanca y tersa piel, la había besado y lamido incontables veces, disfrutando el placer que le causaba con sus suaves caricias, la tenía grabada en su cabeza, que hasta podía escuchar sus pudorosos gemidos y jadeos que juraba haber sido lo más melodioso que hubo escuchado, la satisfacción que sintió tan solo por entrar en ella y proclamarse el único y el primero en romper esa barrera y volverla mujer. Su mujer.

Ignoró el hecho de posesión que sentía por ella ahora que ya había sido suya, y también el que se permitiera en pensar en una mujer después del acto sexual. Pero reconocía que con Kagome terminó más que entregado al deseo, tenía que ser algo más, tanto placer y tantas erecciones juntas debían ser por el instinto de posesión por desvirgar a una doncella.

"¿Qué andarás haciendo Kagome?" divagó nuevamente, mientras mantenía la vista perdida en el horizonte; era ilógico pensarla, pero lo hacía. La había poseído con la promesa de arrancarle de la mente al híbrido y olvidarlo. En ese momento venció más la pasión que los motivos por los cuales se haya entregado a él, pero en este instante ese razonamiento de saberla enamorada de Inuyasha, le dejaba un mal sabor de boca, que no sabía porque le molestaba. "El amor vuelve idiota a los humanos" sopesó. Kagome aceptó pertenecerle por una vaga promesa..., ¡y cómo no! Si en aquel entonces no pensaba en otra cosa que no fuera enterrarse en ella y hacerla temblar de placer, lo había conseguido y lo había disfrutado una, otra y otra vez. Detuvo sus insanos pensamientos, de lo contrario sufriría una dolorosa erección que no podría calmar solo.

Después de unos momentos se encontró divagando en lo bastante irónico que resultaba cierta situación en la que por supuesto no se interesaba, porque le parecía patético: dos híbridos obsesionados, uno más manipulador e inteligente que el otro; enemigos a muerte, y todo por el amor de una sacerdotisa que no tuvieron en el pasado, una que ya no pertenece a este mundo, que se mantiene en un intento de vida, de la manera más repugnante posible que haya existido. Si tuviera la inteligencia de Renkotsu ya hubiera ideado algo para lograr que esos dos se maten entre sí, pero Bankotsu no era un ser que se detiene mucho en pensar las cosas, más bien es alguien que le hace frente a las adversidades y en todas sale airoso, él adapta la situación a su favor no se adapta a las situaciones, y ya lo tenía decidido, se quedaría con el último fragmento de Shikon y con la chica.

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