XXXIII. Eduardo como Rey

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Miles Hendon ya era bastante pintoresco antes de meterse en el motín del Puente de Londres, pero lo era mucho más cuando salió de él. Tenía poco dinero al entrar, pero nada en absoluto al salir. Los raterillos lo habían despojado hasta de su último ardite.

Pero no importaba, con tal de que encontrara a su niño. Siendo soldado, no se dio a la tarea de manera improvisada, sino que empezó antes que nada por disponer su plan de campaña.

¿Qué haría el niño instintivamente? ¿Adónde se dirigiría primero? Bueno —argüía Miles—, iría instintivamente a sus primeras guaridas, porque tal es el instinto de los espíritus perturbados, cuando se ven sin hogar y desamparados, lo mismo que de los espíritus cuerdos. ¿Dónde estaban sus primitivas guaridas? Sus andrajos y el villano que parecía conocerlo, y que incluso pretendía ser su padre, indicaban que su hogar estaba en uno u otro de los distritos más pobres y más viles de Londres. ¿Sería difícil o larga la búsqueda? No, más parecía breve y fácil. No se daría a la caza del muchacho; se daría a la caza de una muchedumbre, en el centro de una muchedumbre, pequeña, o grande, tarde o temprano hallaría seguramente a su pobre amiguito; y la sarnosa turba se entretendría injuriando y agraviando al niño, que, como de costumbre, se estaría proclamando rey. Entonces Miles Hendon tulliría a algunas de estas gentes y se llevaría a su protegido, y lo confortaría y alegraría con palabras cariñosas, y los dos no volverían a separarse nunca más.

Así que Miles comenzó su pesquisa. Hora tras hora caminó a través de callejones y calles escuálidas buscando grupos y muchedumbres, y las halló infinitas pero sin el menor rastro del niño. Esto lo sorprendió mucho pero no lo desalentó. A su entender esto no afectaba su plan de campaña; lo único mal calculado era que la campaña iba resultando larga, siendo así que él había esperado que fuese corta. Cuando al fin llegó la luz del día, había hecho muchas millas y examinado muchos grupos, pero el único resultado de ello era que estaba tolerablemente cansado, bastante hambriento y con mucho sueño. Deseaba desayunar algo, pero no había modo de conseguirlo. No se le ocurrió mendigar; en cuanto a empeñar su espada, más pronto habría pensado en despojarse de su honor; podía prescindir de algunas de sus ropas, pero más fácil era hallar un cliente para una enfermedad que para ropas tales.

Al mediodía estaba aún deambulando, ahora entre la turba que seguía al regio cortejo, porque arguyó que este regio despliegue atraería poderosamente a su pequeño lunático. Siguió a la procesión en todos sus rodeos tortuosos por Londres y en todo el camino hasta Westminster y la Abadía. Iba a la ventura de acá para allá, entre las multitudes que se apiñaban en las inmediaciones, durante largas y tediosas horas, chasqueado y perplejo, hasta que al fin, se alejó pensando y tratando de idear la manera de mejorar su plan de campaña. Luego, cuando volvió en sí de sus meditaciones, descubrió que la ciudad quedaba muy atrás y que iba declinando el día. Hallábase cerca del río, y en el campo; era una zona de hermosas fincas rústicas, no la clase de distrito que habría de dar la bienvenida a un hombre con indumentaria tal.

No hacía frío en absoluto, así que se tendió en el suelo, al socaire de un seto, para descansar y pensar. El sueño no tardó en invadir sus sentidos; el atronar desmayado y lejano de los cañones llegó a sus oídos, se dijo: —Están coronando al nuevo rey —e inmediatamente se quedó dormido. Llevaba más de treinta horas sin dormir ni descansar. No se despertó hasta cerca del mediodía.

Levantose renqueando, entumecido y medio muerto de hambre; se lavó en el río, tomó un tentempié de uno o dos cuartillos de agua y se encaminó con trabajos hacia Westminster, reprendiéndose a sí mismo por haber perdido tanto tiempo. Ahora el hambre lo ayudó a forjar un nuevo plan; trataría de hablar con el viejo sir Humphrey Marlow y le pediría unos cuantos marcos, y... pero con esto bastaba al plan por el momento; tiempo habría de ampliarlo cuando esta primera etapa estuviera cumplida.

El Príncipe y el MendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora