CAPÍTULO 4

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Salió caliente, salió como brisa del mar.

Un jalón de las rastas sacaron a Licinio del auto

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Un jalón de las rastas sacaron a Licinio del auto.

Eznik se enfrentó a golpes por tratar de abusar sexualmente de su hermana.

Tsangali se quedó asombrado, paralizado. Realmente seguía siendo un niño que realmente no había visto el horror del ser humano.

Nairi, temblorosa, después de que le sacaran de encima al gemelo, subió sus pantalones más rápido de lo que dices su nombre completo. Salió del auto por la otra puerta. El bullicio comenzó. La atención ahora estaba sobre Eznik, y no sobre Narek vs Lucas. No, ya todos estaban viendo al otro hermano, con el otro gemelo, llenándose de lodo y tierra seca, manchándose de sangre que no se sabía de donde ni de quien salía.

Nairi, con la cabeza entre las piernas, viendo el agua filtrarse por sus pantalones, sus tenis mojados, los ojos le quemaban, quería llorar, pero ella misma no se lo permitía. Ser débil no iba con ella. Ella tenía que ser fuerte, y alzar la voz para ser notada, para que cuando no este, la recuerden como lo que hizo y sobre quien fue.

Le tocaron el hombro, dio un respingo de verdadero susto. Unos ojos color miel la veían con preocupación. Ensangrentado de la ceja, con sangre seca y como si la hubieran limpiado mal, por debajo de su nariz, corrida hacia un lado. Con un pómulo hinchado, pero sonriendo, le dijo a su hermana —Ven — le ofreció una mano para ayudar a levantarse.

Nairi, ya con mucho esfuerzo físico, pero más de voluntad, se puso de pie. Con la cabeza gacha y los cabellos cayéndole.

Su hermano, con las yemas de los dedos, subió su mirada empujando su barbilla.
Con su atención, la terminó de tomar por ambos hombros, dándole un leve apretón.
La veía. La veía para ver que no hubiera quedado más loca de lo que ya estaba.
Parecía que por fuera estaba todo en orden. Pero quien sabe por dentro, realmente él no lo sabía. ¿Y quién sí? La historia. La historia lo sabía.

—Nairi, necesito que me pongas atención —ella parecía verlo, atenta—. ¿Te duele algo? ¿Te alcanzó a hacer algo? ¿Te pasa algo? —no hubo respuesta a ninguna de sus preguntas. Iba a preguntar algo que le temía a la respuesta— Nairi, tu... ¿tu haz consumido algo? —tuvo una respuesta; una elevación de hombros—. Sabes de lo que hablo, hermana —Él le tomó un mechón de su cabello negro, jugó con él en su dedo. ella simplemente asintió —¿Sí consumiste? —volvió a preguntar seguro, pero con una respuesta dudosa. Dejó el mechón, y lo acomodó detrás de su oreja—. Nairi... Yo... sé que pude haber sido un poco duro contigo hace rato... Pero no era para eso... ¿Lo entiendes? —miró a su hermana a los ojos almendrados que poseía— Perdóname. Perdóname por lo que ocasione —juntó sus frentes —. Nairi, te voy a inyectar esto —sacó lentamente una jeringa ya preparada de su bolsillo—. Sé... sé que ya lo has hecho, ya sabes, de repente me quedo viendo lo fea que eres y veo tus brazos picados, algunas veces he visto los piquetes que tienes en los tobillos... —hizo una sonrisa triste, chueca, como si fuera una mueca—. Pero quiero que te quede bien claro, ésto, —señaló la jeringa— es para que puedas madreaerte a ese pendejo —unas simples y pocas palabras no dejaron reflejar el verdadero sentimiento. Realmente quería asesinarlo con sus propias manos—. Aquí va —preparó la liga, la puso para apretar y cortar la sangre del brazo, quitó la tapita plástica a la jeringa, la mantuvo en sus dientes, y con cuidado, pero con rapidez, introdujo la aguja a la vena de su hermana. Tal vez dirás; ke pedo. Es su hermana, eso no se hace. Pero para todo hay un porqué.

LOS HERMANOS SARKISSIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora