Fue el peor momento para que la adrenalina acumulada saliera. Fue el peor momento para que llegara al límite de resistencia. Fue el peor momento, porque, Nairi, no resistió más lo que le habían inyectado.Al momento de sacar las tijeras, al momento de que se le llenara la cara alunarada, sus pupilas se dilataron a lo máximo que era posible. La saliva era mucha más de la que se pudiera contener en la boca. Las emociones por lo sucedido, la adrenalina puramente de ella, mezclada con lo que le habían inyectado, y su ya escaso autocontrol, no resistió.
Comenzando a ver todo desde el ángulo divertido, desde el ángulo sin preocupaciones, sin una pizca de moralidad, ni mucho menos de ética, Nairi comenzó a meter una y otra vez las tijeras afiladas a la nuca de su profanador.
Metiendo y sacando el metal ya manchado de sangre, metiendo y girando dentro de la piel, rasgando a su alrededor. La sangre brotaba cual menstruación flujo súper abundante.Reía desquiciadamente, reía nerviosa, paranoica, llena de energía. No podía controlarse ya. Le temblaban las manos, las piernas, el cerebro, su ser, su alma.
Introdujo las tijeras, y aun dentro de la piel, las abrió con fuerza que levanto pedazo de músculos del cuello, dejando al aire libre la carne puramente fresca, caliente, empapada de sangre.
Lucas al ver con horror la escena, corrió hacia donde su hermano. El corazón sentía que se le saldría por la boca. Las ganas de vomitar estaban presentes. El sudor estaba ahí, recordando la humedad del pánico. Su mundo le daba vueltas. Parecía irreal, una pesadilla.
Alguna gente se dispersó con horror. Gritos agudos, caos. Algunos cayeron por la prisa. Al minuto ya estaban en sus autos y motos listos para la fuga. Se acababa de cometer asesinato, nadie quería ir a la cárcel, y menos aquellos que ya tienen antecedentes.
—¡ASESINA! —gritó alguien.
Narek reaccionó sobre lo ocurrido con la ayuda de ese grito, caminó deprisa hacia su hermana, la aprisionó con sus musculosos brazos, dejando los de ella hacia abajo.
Tsangali corrió hacia el auto.
Eznik ayudó a su hermano a retenerla y cargarla hacia el auto ya abierto por Tsangali.
—¡Suéltenme! ¡Hijo de perra! ¡Suéltame!
La lluvia comenzó a caer. Primero como llovizna, pero se intensificó al punto de no poder ver por la fuerza y cantidad que caía.
Tsangali ya al volante pitó el claxon.
Los dos hermanos restantes dejaron a su hermana en la cajuela del auto. Con mirada de desaprobación y lastima Eznik cerró la cajuela a la fuerza.
Lo único que se escuchó tras la intensa lluvia fue el portazo al cerrarla.
—¡Arranca!
Tsangali patinó llanta. Salieron rápidamente. El lodo casi atasca los neumáticos.
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LOS HERMANOS SARKISSIAN
RandomLo que ninguno de ellos sabia, era que su infierno apenas comenzaba. Algunos en la cárcel, otros perdidos en su propia mente, alguno puede estar muerto, pudriéndosele la piel, siendo comido por gusanos, quien sabe. Aquí, yo, ya lo sé todo. Yo soy el...