CAPÍTULO 0.1

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El sudor resbalaba por su sien

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El sudor resbalaba por su sien. Haciendo camino paralelo al mentón, cayendo al hombro izquierdo, para finalmente caer al piso.
Su espalda desnuda, trabajada y sudada, hacía todo el esfuerzo. Los músculos tensos bajaban y subían. El gruñido de esfuerzo apenas audible.

Con ambos brazos a los lados, arriba y abajo. Trabajando espalda en el gimnasio.

La puerta del lugar estalló con un ruido seco, haciendo eco por la magnitud. Dejando un pitido en los oídos. Dejando polvo, tierra, y yeso esparcido por cada rincón del lugar.

Sin darse vuelta, sin temor, sin ninguna preocupación, siguió subiendo y bajando el artefacto, siguió sudando, gota tras gota.

Saliendo como una sombra entre la penumbra del polvo recién levantado por el movimiento brusco, emergió una figura incapaz de reconocer—. Mi estimado Sarkissian —chupó sus propios dientes—. El mayor de los cuatro— una voz reconocible, casi familiar, casi...—. Que gusto volverte a ver.

Aquel individuo no era cualquier persona, era El Señor, El Don, El mero mero, El temido, El pirómano. Sus manos envueltas en guantes de cuero negro, con peluche caliente por dentro. Una gabardina oscura lo envolvía, con un sobrero de ala ancha con una correa a su alrededor, zapatos de charol, corbata apenas visible por tanto abrigo. El frío afuera debía estar a -20°C.

Se limpió el sudor con el antebrazo, dejó el artefacto, movió sus hombros en círculos, estiró su espalda hacia abajo, tomando con las manos sus tobillos.

—Padre, yo...— una voz casi conocida.

Narek, después de estirar su trabajado cuerpo, por fin giró, para ver a aquel hombre de 41 años, y a quien parecía ser su hija, de 26 años, soltó un suspiro lleno de esfuerzo —Caballero, me temo que nunca en mi puta vida lo he visto, ¿podría llevar su teatro a otro lado? —preguntó casi amable mientras secaba su sudor con una toalla gris.

—Me temo, mi estimado Sarkissian, que —con los brazos abiertos señaló el lugar con escombros regados— éste teatro es puramente tuyo —sacó un cigarrillo pequeño, blanco, con colilla café claro, de una caja con nombre "Faros". Lo encendió y lo fumó—. ¿No tengo razón?

Y sí. Tenía razón.

Su hermano Eznik, junto con personas encapuchadas, salieron de las paredes, haciendo más estruendosa su entrada, más escombros volaron, el humo, el polvo, y los gritos distorsionaban la escena.

Un grito de horror salió de lo más profundo de la hija del Don. Se tiró al suelo, se recostó como feto y cubrió su cabeza.
Su padre, poco ágil, le alcanzó una ráfaga de balas directo al torso. El gruñido de dolor daba placer.

Narek, con destellos de luz anaranjada en el rostro, se quedó quieto, seguro. Parecía ante sus ojos verlo todo en cámara lenta. Una sonrisa se le formó en el perfilado rostro, una sonrisa de victoria...

—¡No te saldrás con la tuya, Sarkissian! —un chillido resonó ante el caos.

Narek reaccionó ante la voz femenina, buscando de donde había provenido se giró lentamente, aun con la sonrisa, y con las manos dentro de las bolsas del pans. La hija de Don se había escabullido a rastras hasta una esquina aparentemente segura, estaba de pie, sucia, había perdido un zapato.

—Yo volveré para...— no terminó, porque ya una bala había perforado su abdomen—. Mi padre...— otra detonación, otra sacudida, otro brote de sangre—. Yo volv...— finalmente Narek le dio el tiro de gracia. La hija de Don golpeó su cabeza con un artefacto de gimnasio; cayó casi inconsciente, la sangre salía de los orificios, la vida se le iba de los ojos.

Narek se acercó, se acuclilló frente a la chica.
La penumbra del lugar hacía verlo aterrador. El humo del cigarro posado en la boca muerta de Don, aún encendido, emergía dando ese olor característico, el polvo levantada por las pequeñas detonaciones aún estaba en el aire. Las pequeñas llamas de fuego de dichas detonaciones terminaban de completar la escena. Los colores anaranjados hacían ver a Narek más misterioso, la sombra que se formaba tras él hacía verlo más grande, más importante, más glorioso.

—Muerte a quien muerte merece— levantó el brazo con la palma abierta, la cerró con fuerza. Una señal —. Ya lo saben. ¡Quemen éste puto lugar!

Se puso de pie. Sacudió algo inexistente de sus hombros desnudos. Rodeo a Eznik con su brazo, posándolo en sus hombros —Todo salió a lo acordado, ¿no, hermano?

Caminando hacía la salida mientras que las personas encapuchadas se encargaban de comenzar el incendio —Así es, hermano.

—¿Y sobre Nairi?

—Todo en orden. Ella nunca lo sabrá —la explosión de mediana magnitud se hizo presente. Metal entrando en calor, pronto al rojo vivo, el sintético de los asientos derritiéndose, las paredes y el resto de las cosas se consumían. Se escuchaba el tronar por las llamas. El anaranjado del fuego hacía las sombras, que, por casualidad, o por destino, la sombra de Narek se expandía más, más grande era, más alta, y más oscura. —Ella no sabrá que los asesinaste.

LOS HERMANOS SARKISSIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora