Capítulo 47

151 27 2
                                    

Narra Cecilia.

Una risa grupal resuena por todo el camerino cuando mi mejor amigo Manolo ha dicho algo que extrañamente le ha parecido gracioso a todos excepto a mí. Estoy cansada no había querido presentarme siquiera solo quiero dormir y no volver a despertar. Manolo me mira de reojo y frunce un poco el ceño luego la mano con la que rodea mi cintura me acerca más a él dándome un abrazo amistoso.

Todo mi staff va saliendo poco a poco para dejarme sola y una vez que todos están afuera siento un peso menos encima. —Estoy cansada—le digo. El me mira comprendiendo y me da un beso en la mejilla.

—Lo se Ceci no quería que te presentaras hoy pero no soy tu manager para decirte que hacer—suspira resignado.

—A veces lo odio —murmuró refiriéndome a mi fastidioso manager—Es tan mandón y no comprende cuando estoy cansada emocionalmente—suspiro.

—Lo hace para llevarte a la cima, solo quiere que seas grande ¿te imaginas salir a todos lados y que todo el mundo te reconozca? —dice mi amigo con emoción.

Se como es imaginarme eso, es muy extraño las veces que salgo y me reconocen la mayor parte del tiempo solo soy parte de la multitud.

—Tal vez quiere que sea grande, pero tal vez solo quiere dinero—se como es y solo soy una máquina expendedora de dinero fácil para él. —No puedo negarlo, todos quieren dinero—se le escapa una risita y lo fulmino con la mirada. —Deseo descansar unos momentos no quiero saber de nadie ahora—digo recostándome en el sofá.

Alguien toca la puerta, una, dos, tres veces gruño y pongo un brazo sobre mis ojos.

Manolo la abre y deja pasar al guardia de seguridad.

—Carlos—saluda palmeando su hombro— ¿Qué pasa?

—Tengo algo para la señorita Suárez —dice.

—Ella está algo cansada amigo no quiero saber nada de nadie—oigo decirle a Manolo.

—Es importante—sacó un trozo de papel doblado de su bolsillo. Manolo no sabe que los estoy mirando.

Manolo bajo su vista hasta el papel y arquea una ceja. — ¿De quien es? —pregunta.

—De un tal Francisco León—dice.

Me levanto tan rápido que siento mi cabeza doler aun más me acerco hasta ambos y saludo al guardia con una sonrisa.

— ¿Francisco León estuvo aquí? —preguntó con rapidez.

Odio como mi tono de voz suena tan desesperado cuando se trata de él.

—Hace una hora aproximadamente, estaba decido a visitarla, hasta me dio un discurso pero se retracto—Solo me entrego esto —señala el papel.

Me muerdo el labio inferior y tomo el papel temerosa por saber lo que dice.

—Gracias, puedes retirarte—digo.

Sonrió y una vez que la puerta está cerrada Manolo me mira fijamente. —No puedes abrirlo—dice de inmediato.

—No lo haré—miento y guardó el papel.

—Lo harás ¿no? —como se nota que me conoce demasiado.

Suspiro. —Tengo que hacerlo, necesito hacerlo—digo con urgencia.

Niega con su cabeza y besa mi frente. —No quiero verte mal otra vez.

—No lo estaré—niego.

—Te dejare sola para que lo leas—dice. Asiento y esperó a estar completamente sola, cuando escucho la puerta cerrar desdobló el papel con rapidez y me siento en el sofá.

Tal vez se ha arrepentido de todo y quiere que vuelva, el simple hecho de que diga eso hace a mi corazón latir furiosamente. En el comienzo de la frase cierro los ojos y casi puedo creer estar escuchando su voz masculina, suave y gruesa en mi cabeza. Los vuelvo abrir y dejo a mis ojos viajar por las palabras, con cada palabra que leo mi sonrisa se borra.

Aprieto la mandíbula y arrugó el papel.

—Imbécil—murmuró molesta.

Treinta Días de Placer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora