Capítulo 5 LAS NATURALEZAS MARAVILLOSAS DEL FUEGO Y DE LA TIERRA

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Para operar toda clase de efectos maravillosos, Hermes alce

que bastan el Fuego y la Tierra: el primero es activo, la segunda,

pasiva. El Fuego, dice Díonisio, aparece claramente sobre todas

las cosas y en todas las cosas, y se aleja; da luz a todas las cosas;

todo en conjunto permanece oculto y desconocido cuando existe

por sí mismo sin mezcla de materia sobre la que haga aparecer

su acción. Es inmeso e invisible, dispone de-sí mismo en su

propia acción, es móvil, comunicándose de cierta manera con

todo lo que se le aproxima; renueva las fuerzas y conserva la

naturaleza, es iluminativo, incomprensible por el esplendor

diferente que le rodea y con que se cubre; es claro, dividido,

subiendo y avanzando hacia lo alto, aguzándose, elevado sin

disminución alguna, moviéndose siempre desde su impulso;

abarca a los otros elementos, siendo inaprehensible sin tener

necesidad de ninguno de ellos, creciendo imperceptiblemente de

sí mismo, y haciendo aparecer su grandor en los objetos con los

que se comunica; es activo, potente, presente invisiblemente en

todas las cosas; no admite que se le descuide, reduciendo

súbitamente la materia como por una especie de venganza,

general y apropiadamente de un modo natural, impalpable, sin

disminución, aunque se comunica liberalmente con toda clase de

cosas.

El fuego, dice Plinio, es una porción de cosas naturales,

que es inmensa y de una actividad infinita; de él no es fácil

decir si es más fecundo para producir que potente para destruir.

El fuego es de un género particular, penetra por todo, como

dicen los pitagóricos, se dilata en lo alto hacia el cielo, es

iluminador, restringido en lo bajo, tenebroso y mortificante,

conservando en el medio una parte de cada una de sus

propiedades. El fuego es, por tanto, único en su especie,

actuando de modo diferente sobre el sujeto al que se acopla,

distribuyéndose de manera diferente sobre las diversas cosas,

como Cleanto lo hace ver en Cicerón.

El fuego de que nos servimos es, pues, un fuego que se halla

en todos los seres; está en las piedras, ya que un golpe de acero

lo hace brotar, en la tierra que humea al ser cavada, en el agua,

ya que calienta las fuentes y los pozos, en el aire que vernos calentarse a menudo. En fin,

todos los animales y todo lo que tiene vida, y las plantas, se

nutren del calor, y todo lo que tiene vida no vive sino debido al

fuego que encierra.

Las propiedades del fuego en lo bajo son el ardor que

consume todo y la oscuridad que torna todo estéril. Mas el fuego

celeste y reluciente expulsa a los espíritus tenebrosos; lo mismo

efectúa nuestro fuego que tiene el parecido y el aspecto de esa

luz superior de la que se dice "Yo soy la luz del mundo", que es

el verdadero fuego, padre de las luces, del que hemos recibido

todas las cosas buenas, que ha venido a esparcir el esplendor de

su fuego, comunicándolo primeramente al sol y a los otros

cuerpos celestes, influyendo con su capacidad y propiedades, a

través de instrumentos mediadores, a nuestro fuego. Tal como

los espíritus de las tinieblas son más fuertes en las tinieblas

mismas, lo mismo ocurre con los espíritus buenos que son los

ángeles de la luz que se tornan más fuertes por la luz no sólo

divina, solar y celeste, sino también por el fuego que está entre

nosotros.

Es por esa razón que los primeros autores de las religiones

y las ceremonias ordenaron no efectuar oraciones, salmodias ni

ceremonia alguna antes de encender cirios (por ello dijo

Pitágoras que no debía hablarse de Dios sin tener luz) y

quisieron que se tuvieran cirios y luces cerca de los cadáveres

para expulsar a los espíritus malignos, y pretendieron que no

podía alejárselos ni depositárselos en tierra sino por medio de

ceremonias misteriosas; y el mismo Omnipotente quiso, en la

antigua Ley, que todos los sacrificios que le fuesen ofrecidos se

hiciesen con fuego, y que éste brillase siempre sobre el altar;

esto lo hacían corrientemente las vestales entre los romanos;

ellas lo conservaban y custodiaban continuamente.

Mas la base y el fundamento de todos los Elementos es la

Tierra; pues ésta es el objeto, el sujeto y el receptáculo de todos

los rayos y de todas las influencias celestes. Ella encierra las

simientes de todas las cosas y contiene todas las virtudes

seminales; esto es lo que hace que se la llame animal, vegetal y

mineral, pues al ser fecundada por otros Elementos y los cielos,

es capaz ella misma de engendrar todas las cosas. Ella es

susceptible de toda clase de fecundidades, y como la madre

primera, capaz de hacer brotar y dar nacimiento sin fin y

acrecentamiento infinito a todas las cosas y, de esa manera, es el

centro, el fundamento y la madre de todo. Aunque se le quiten

sus secretos naturales, purificados y sutilizados, a poco que se

refresque y se la exponga al aire, se torna al punto fértil y

fecunda por las virtudes de los cuerpos celestes, y por sí misma

produce las plantas, los gusanos. los animales, las piedras y los

metales. Tiene en sí misma secretos potentísimos, mna vez

purificada por el fui o que la hace retornar a su antigua

simplicidad y pureza. Ella es la materia primera de nuestra crea-

ción v el verdadero remedio de nuestra restauración y

conservación.

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