8 El trato

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El señor de la casa abrió la puerta lentamente. No se lo podía terminar de creer. Otra vez esa mujer. ¿Qué demonios? Ahora lo tenía claro: no debió ayudarla. Jamás. Nunca. No tendría que haberle tendido la mano. ¿Qué hacía ahora de nuevo en la puerta de su casa?

–¿Otra vez tú? –dijo con exasperación y a punto estaba de cerrar la puerta cuando Anne-Marie intentó que no le cerrase el portón en sus narices.

–Espera, llevo un mensaje importante conmigo. Me están persiguiendo por ello. Por favor... por favor, de verdad que haré lo que me pidas.

«Hará lo que yo le pida, dice...», pensó él y aguantó una risa irónica cargada de rencor, pero la cara de Anne-Marie, de nuevo, estaba al borde del llanto y el desespero. El señor de la casa puso los ojos en blanco, lanzó un suspiro exasperado y se dijo a sí mismo que eso de aprender la lección con una vez... no, no parecía bastarle. Allá que iba de nuevo a aventurarse en que volviesen a jugar con él

–¿Cuál es ese mensaje? ¿De qué se trata? –dijo con la paciencia a punto de agotarse.

Anne-Marie pensó un instante en si debía contarle el contenido de la carta a este desconocido. ¿Qué otra opción le quedaba si quería convencerlo de la gravedad de la situación?

–Carmilla, la vampira, quiere formar una nueva guerra y acabar con todo.

El señor de la casa compuso un gesto de asombro, aunque acto seguido se relajó.

–Está bien... ¿y qué?

Anne-Marie se sorprendió. No podía darle igual aquello, no de una forma tan desinteresada.

–Señor... pe-pero...–balbuceó, intentando acabar su frase con coherencia– la vida de todo el mundo... incluso la de usted... ¿tan poco importan?

El señor de la casa guardó silencio, con la mirada fija en el suelo.

–Muéstrame ese mensaje. Si consigue convencerme y demuestran que tus palabras dicen la verdad... quizá valore la posibilidad de que puedas ocupar el mismo espacio vital que habito.

Anne-Marie soltó un pequeño suspiro de alivio, miró rápida a Hades y rebuscó en las alforjas. Del interior sacó varias cajas repletas de botellas de vino y, luego, tras depositar el alcohol en el suelo, se hurgó en su bota.

–Tome, señor. Esta es la carta y por favor, si me acepta a mí y a mi caballo, acepte como agradecimiento este vino. Sepa que puedo ser válida en su hogar, soy buena limpiando, sé cocinar platos elaborados, también tengo conocimientos de oradora y soy muy silenciosa. Le juro que procuraré molestarle lo mínimo.

En lo primero había una verdad, su padre jamás se había quejado de ella en cuanto a esas labores que, en que esos días suyos, se atribuían mayormente a actividades relegadas al género femenino, pero en lo segundo... eso de silenciosa sí que se admitía en su fuero interno que había maquillado hacia un lado positivo el discurso. No callaba casi ni debajo del agua, su padre más de una vez le había gritado, casi al borde de la histeria que guardase silencio, pues con tan solo oírla canturrear mientras barría la casa lo sacaba de sus casillas, pero a Anne-Marie le gustaba tanto intentar ver el lado bueno de las cosas, le apasionaba tanto poner en práctica melodías que alegrasen su día... que ni aunque su pariente más cercano le dijese que dejase aquello iba a parar.

El propietario de la casa leyó la carta del erudito y con gesto impertérrito, en completo silencio, con los ojos cerrados, como si contuviese un terrible secreto, dejó que Anne-Marie entrase en su casa.

Se dijo a sí mismo de nuevo que aquello era un error, que se arrepentiría de haber dejado pasar otra vez a un humano hacia el interior del castillo, pero... ¿qué posibilidades le quedaban si una nueva guerra se avecinaba y él, de nuevo, no podía quedarse de brazos cruzados?

Su lado humano normalmente era más fuerte que su lado monstruo. Esto lo encontraba, muchas veces, sumamente curioso, pues su lado paterno, el medio vampiro, a veces tiraba de él con una fuerza inconmensurable y, sin embargo, allí estaba, cediéndole el paso hacia el interior de su casa a la oradora un tanto torpe y sobre todo inoportuna, incluso con cierta caballerosidad que no parecía haber olvidado.

También se negaba en rotundo a admitirse a sí mismo dos cosas: la primera era que apenas quedaba una mísera gota en todo el castillo de ese maravilloso líquido embriagador que te hacía olvidar casi toda pena y que bajo el nombre de vino, ¡Oh...! Vino, gran amigo... –a éste sí que lo llamaba amigo–, ya no quedaba nada de él, ¿también lo había abandonado como todos los demás? Pero no, no del todo, porque ahí estaba, dentro de esa caja de madera que la oradora le entregaba y el señor de la casa, ansioso por recuperarlo, prácticamente ya había accedido a que la humana entrara en su hogar. Porque esto había tirado de él con una insistencia tan bruta que daba igual el trato que le estuviesen ofreciendo, porque él mejor lo admitía: mejor confesar ser adicto de algunas debilidades mundanas, como el alcohol, que mostrar solo orgullo y cabezonería.

La segunda razón, una muchísimo más profunda y menos entendible a su parecer, era que, por más que se negase a aceptar a alguien de nuevo en su casa, finalmente, había cedido y no era solo por el vino. Una parte de él, quizá la más humana, aquella que notaba la soledad caer sobre el peso de sus hombros todos los días desde que estaba solo, hacía que Alucard, el damphir, no pudiese evitar decirle que sí a la humana. Que sí, porque si Carmilla iba a llevar al mundo a una nueva guerra otra vez, él estaría involucrado. Le gustase o no. Entonces, ¿qué más daba? Pues entonces que esta oradora con aquella advertencia entrase en el poco calor que cobijase su hogar. Aunque solo fuese para que ese casi inexistente calor que quedaba, sirviese de aliento para dos parias sin salida. No hacía falta mirar a ambos demasiado para saber que apenas habían tenido fortuna en lo que llevaban de vida.

Sin embargo, esto era demasiado vergonzoso admitirlo, así que propondría dos tipos de acuerdos, la bebida alcohólica y quizá, una amenaza intimidante que involucrase la verdadera naturaleza de Alucard, un acuerdo más donde también estuviese presente el acto de beber.


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Heridas (Alucard + OC, fanfic Castlevania) Lara Herrera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora