13 Buenas vistas de entrenamiento

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Anne-Marie Louise no había conseguido dormir apenas esa noche. Nada más notar que ya estaba amaneciendo, se levantó de su cama y corrió las cortinas. Seguía sintiéndose acalorada, nerviosa e incluso notaba que el calor era más fuerte en su cuerpo a la altura del abdomen, hacia abajo, como si el calor estuviese concentrándose entre sus piernas. ¿Qué le pasaba? No entendía nada o quería negarse a entenderlo.

Al abrir las cortinas y dejar que los primeros rayos de sol entrasen en el cuarto, Anne-Marie se desperezó y echó un vistazo a las vistas que le regalaba aquella estancia en el castillo.

El cielo despejado, luego un gran bosque que se extendía a lo lejos, después un claro que solía ser la zona de uso habitual de Alucard, donde también se podía encontrar Hades atado y tranquilo, esperando a que Anne-Marie fuese a alimentarlo, cepillarlo y, en general, hacerle caso. Ese día, el claro estaba siendo ocupado por el señor de la casa, que como siempre, seguía su rutina diaria y estaba en las afueras entrenando con su espada.

Anne-Marie, cauta y escondida por precaución tras la cortina de la ventana, lo observaba muy interesada. Por fin. Al fin podía observarlo sin temor alguno, pues qué misterioso lo encontraba Anne-Marie. Alucard era rápido, tanto que parecía ser casi invisible a los ojos de un humano cuando hacía ciertos movimientos muy hábiles con su espada, aunque no todo era moverse sin más, también ejercitaba su cuerpo con ejercicios más livianos, como estiramientos y tablas de flexiones.

Anne-Marie siguió mirando cómo entrenaba Alucard, saliendo poco a poco de su escondite tras la cortina del gran y alto ventanal.

Otra vez las piernas volvían a desfallecerle y se estaba dando cuenta de la razón. Cuanto más miraba a Alucard entrenar, que por la actividad a la que estaba sometiendo a su cuerpo se había deshecho en ese momento de la parte de arriba de su vestimenta, más notaba Annie que la temperatura de ella subía.

–No. Déjate la camisa puesta. No me lo pongas más difícil –dijo pensando en voz alta–. O... no. Quitátela... sí...

Se escandalizó de oírse a sí misma y se tapó la boca. Después, se palpó con sus dedos la herida seca de su cuello, para ponérselos en los orificios de la nariz con curiosidad. La saliva de Alucard y la sangre seca de ella olían a una mezcla que no terminaba de descifrar pero que le agradaba. Era embriagadora.

Annie se sentó en el suelo del gran ventanal, encima de una alfombra, todavía con su camisón largo y holgado puesto, siguió mirando al señor de la casa entrenar. Ahora ya, mejor reconocerlo, estaba excitada de verlo así, concentrado en la lucha ficticia, mostrando un lado nuevo que Anne-Marie no conocía para nada de él. Era un gran luchador, no le extrañaba que se contasen las hazañas que se contaban sobre el hijo de Drácula.

Aunque verlo en soledad le producía sentimientos encontrados, por un lado, Alucard parecía sereno, eficaz y, por otro, cuando estaba luchando así, le apenaba, porque parecía que debía hacerlo como si la vida le fuese en ello, por protección, porque los enemigos, del pasado, del presente y del futuro, se visualizaban en el claro ante él y la derrota no estaba permitida bajo ningún concepto, ya que significaba la muerte.

Anne-Marie permaneció sentada en el suelo un rato hasta que decidió recostarse, sin perder de vista a Alucard en el claro. Su pelo largo pelirrojo y ondulado se extendió suelto por la alfombra, normalmente lo llevaba en un semi recogido o en una trenza, junto a su camisón largo hasta los pies, que se lo remangó ligeramente porque el calor era insoportable en su bajo vientre, no lo aguantaba más, así que se levantó las faldas de la prenda y ahora casi tumbada en la alfombra del cuarto, metió su mano entre las piernas.

Un leve gemido la cogió por sorpresa cuando comenzó a acariciarse. Oh... aquello funcionaba, aquello era lo que necesitaba con urgencia, pero la iba a enloquecer de placer. Sin apartar ni un segundo los ojos del claro, estuvo tocándose hasta que se sintió al borde del éxtasis y lanzó un grito de gozo. No fue muy alto, pero sí lo suficiente como para que Alucard, abajo y con un oído prodigioso, casi antinatural, parase en seco sus movimientos con la espada y acto seguido, con gesto extrañado, alzase la mirada hacia la casa.

Anne-Marie se tapó la boca, cerró las piernas y se bajó el camisón rápido.

«Mierda, mierda... Debí morderme la lengua» se recriminó a sí misma, levantándose en silencio lo más rápido que podía y escondiéndose tras la cortina, con el corazón a punto de salirle por la boca.

Alucard agitó su espada al aire, calentando su muñeca, pero sin apartar la vista del castillo. Ahora miraba hacia el segundo piso de la casa. El sonido había salido de esa parte del castillo. ¿Sería Anne-Marie?

Lanzó la espada con gesto de que iba a caerse al suelo, aunque esta se mantuvo en pie y casi flotando, sin llegar siquiera a caer ya que una magia especial se apoderaba del arma. Alucard cogió su camisa, se la puso de nuevo y se marchó hacia el interior de la casa.

La puerta del cuarto de Anne-Marie sonó, alguien estaba llamando. Annie abrió, cambiada, pero sin peinar.

–He oído un grito –comenzó Alucard con aire ligeramente preocupado–. No estaba atento, estaba entrenando, pero... –hizo una pausa, como si le costase hablar y no quisiese preguntar en realidad– ¿estás bien?

Anne-Marie tenía la frente levemente sudada, respiraba un poco rápido y sus mofletes tenían casi el mismo color que su pelo rojo anaranjado.

–Ah... –caviló un segundo su respuesta– acabo de levantarme, tuve una pesadilla y me desperté asustada, quizá habrás oído un grito por eso.

Lanzó un resoplido cargado de aire contenido y se atusó unos mechones rebeldes de pelo que tenía por delante de la cara.

Alucard comprendió y no le dio importancia, le retiró la mirada, incómodo y antes de marcharse volvió a hablar.

–Por cierto –añadió serio, volviendo a su habitual estado desconfiado–, se ha terminado el vino como bien me temía y había pensado en que podrías ir mañana.

Anne-Marie palideció, dirigiéndole una mirada intranquila.

–Te dije que no te preocupes, no vas a ir sola. 

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Heridas (Alucard + OC, fanfic Castlevania) Lara Herrera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora