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Los días fueron pasando rabiosamente mientras la princesa se desvanecía dentro de los muros del castillo con tristeza y emoción.

—¿Qué tienes, querida? —Georgina sabía que algo le pasaba, no era la misma chica entusiasta de siempre.

—Nada, —murmuró por lo bajo —¿está papá?

La bruja le respondió con un asentimiento viéndola preocupada. La princesa no era de las que se ponían triste, al contrario siempre mantenía una cálida sonrisa que transmitía la amabilidad y ternura que la caracterizaba.

—¿Estás segura, cariño? —insistía, buscando tirar de la lengua de la pequeña conejita.

La insistencia de Georgina conmovió a Anastasia y sin poder apaciguar más el sentimiento en su pecho, se hecho a esos brazos tan conocidos para ella, dejando que se derramase varias lágrimas en aquel hombro que aunque fueron pocas las veces en las que lo acunó contra su rostro, en ese instante se le antojaban reconfortantes y protectores.

La bruja apretujó con preocupación a la omega, le pasó la mano por su larga cabellera, tratando de calmarla.

Al seguir escuchándola llorar se apartó y le sostuvo sus grandes cachetes estrujándolos en sus manos y buscando en sus ojos algo que le indicara que le sucedía.

Gi, como le decía Anastasia, se llevó una gran sorpresa cuando vislumbró una tímida sonrisa en su cara.

—H–he conocido a mí c–compañero.

La señora se paró de un salto al instante con los ojos muy abiertos.

—¡Imposible! —exclamó, presa de la impresión.

Georgina cerraba y abría la boca cual pez fuera del agua y no se contuvo a la hora de interrogarla.

—¿Cómo lo conociste?, ¿es de está manada? y si es así... ¿cuál es su especie?, ¿por eso estás así? ¿él te rechazó? —no podía evitar llenarla de preguntas.

Anastasia al ser una coneja podía confundirse y eso a la bruja le preocupaba. Los de aquella especie, a pesar de que tenían una pareja destinada, podían llegar a crear lazos con más de uno a la vez.

Ella era de naturaleza débil y complaciente, cualquiera podría intentar poseerla y no sabría identificar si era realmente su pareja destinada y al ser una princesa no podía ni debía confundirse, el Rey no aceptaría otra equivocación.

Anastasia le respondía meticulosamente, anunciándole a la anciana cada detalle de como se conoció con Manuel.

Georgina suspiró y le dirigió una mirada resignada.

—¿Estás muy segura de que es él? —Anastasia asintió efusivamente y en sus ojos se veían ese brillo característico de los enamorados.

¿Cómo dudaría alguien cuando ella tenía los ojos brillosos y se le escapan sonrisas cuando lo mencionaba?

La bruja entrecerró los ojos mirándola directamente a esas auréolas azuladas.

—¿Es de ésta manada?

Y justo ahí volvió a su reciente comportamiento de tristeza.

—Él no es de aquí, Gi. Me pidió que me fuese con él, a–a su manada.

La bruja, amiga de la coneja, aún no estando de acuerdo con eso asintió, era lo que se esperaba que hiciera una pareja. Reclamarla y llevarla con él. Aunque Georgina tenía una mala corazonada sobre aquello, algo le sabía muy mal y mientras Anastacia contaba el relato con ilusión ella no emitió desacuerdo alguno para no lastimar a su niña con sus ideas que posiblemente eran erróneas.

Fangs.           [R]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora