15. Lo inevitable

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No voy a preguntar qué está sucediendo, pensó, y, a pesar de sentir la tensión entre ellos, por primera vez no los quería lejos, así que los invitó a entrar a su departamento.

Decidido, Giovanni ingresó con paso firme, instalándose en la pequeña sala de estar, que tenía casi el mismo tamaño que su cuarto de baño.

—¿Estás ocupada? —preguntó, quedándose de pie con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón de vestir.

—Recién llego de hacer algunas compras —le dijo con una suave sonrisa que a Giovanni le encantó y correspondió—. ¿Cómo es que llegaron tan rápido? ¿Estaban esperando?

—Se puede decir que algo así.

—Oh, está bien, me gustaría saber el significado detrás de "algo así". —Sus ojos regresaron a la puerta—. ¿No piensas entrar?

—Si el jefe lo autoriza —comentó con ironía.

—¡Fabrizio, ya deja de ser tan idiota y trae tu culo adentro! Te invité a pasar.

La guerra de miradas entre los dos provocó una nueva ola de tensión.

No entendía muy bien qué estaba pasando, ni tampoco por qué Fabrizio llamaba jefe a su amigo, pero no estaba dispuesta a quedar en medio de su batalla campal.

Pudo escuchar con claridad el gruñido del hombre que se encontraba en la sala cuando extendió la mano para sujetar con delicadeza la de Fabrizio. Con un suave tirón lo obligó a entrar para después cerrar la puerta del departamento.

Fabrizio permaneció de pie, con la espalda casi rozando la puerta. Elizabeth los ignoró mientras iba hasta el equipo para encender la radio.

La música rápidamente cambió el ambiente. De reojo, observó a Giovanni relajarse en el sillón, desabotonando los botones del saco que llevaba puesto.

—Ponte cómodo, por favor —le dijo a Fabrizio, que dio un firme asentimiento de cabeza, pero no hizo nada por dejar la postura tensa que tenía junto a la puerta.

No quiso obligarlo a dejar ese papel de... ¿protector de su amigo? ¿guardaespaldas?, pensó, por lo que regresó a la cocina para organizar y guardar las compras.

—Entonces, ¿qué estaban haciendo por mi vecindario?

—Visitarte. Además de saber si estás bien después de anoche. Fuiste un poco brusca, ¿lo sabes, verdad?

—¿Y tienes problema con eso?

—No, cariño, claro que no.

—¿Te sentiste usado entonces?

—Tampoco es eso.

—Entonces no encuentro ningún problema en mi forma brusca de cogerte anoche. —Había un desafío en sus palabras; Giovanni lo notó y soltó una fuerte carcajada—. ¿Qué?

—Nada, es que simplemente me encanta tu lengua filosa y desafiante.

—¿Tú te encuentras bien?

—¿Por? —Enarcó la ceja, confundido.

—No lo sé, quizás te dejé sin uso por un tiempo.

—Oh, cariño, no tienes idea de lo graciosa que eres. —Una sonrisa curvó sus labios—. Mi pene se encuentra muy bien, gracias por tu preocupación después de montarme como una vaquera experta.

—¿Esta conversación tiene sentido?

—Yo te sigo la corriente, Elizabeth.

—Eres un tonto —murmuró con una pícara sonrisa que le gustó a Giovanni—. Y, ¿qué onda contigo? Porque te ves tan diferente. Prácticamente no eres el Fabrizio prepotente y engreído que conocí en el gimnasio. —Su comentario fue hecho sin acusación, él lo sabía y lo entendió; sin embargo, permaneció callado mientras ella terminaba de guardar en la heladera las verduras.

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