14. Amigos

3.5K 247 15
                                    

Con la vista perdida en el techo de su habitación, Elizabeth sonrió al recordar ese momento fresco que aún continuaba vagando por sus pensamientos.

«"¿Te gusta?" le había preguntado con descaro mientras se encontraba de rodillas en el suelo, con aquel delicioso miembro apuntando a su boca. Se relamió, tentada por esa dura erección que goteaba ante ella.

"Por favor," le imploró él.

"Oh, es tan lindo verte rogar. ¡Hazlo una vez más!"

"Por favor, nena."

Después de eso, lo devoró con avidez desenfrenada. Fabrizio, en ese momento, tuvo que sujetarse al descontrolado cabello de la mujer que tenía tendida en el suelo, haciendo maravillas con esa húmeda y caliente boca.»

Había regresado del hotel hacía apenas dos horas y todavía no podía conciliar el sueño por culpa de las eróticas escenas que seguían apareciendo en su mente.

Estaba completamente desvelada y, si fuera por ella, iría ahora mismo en busca de esos dos hombres; sin embargo, debía seguir como hasta ahora, manteniendo el control absoluto.

Justo como lo había hecho cuando le cerró la puerta en la cara a esa despreciable mujer que seguía allí cuando salió de la habitación para marcharse.

Francesca, como había descubierto que se llamaba, intentó sujetarla por la muñeca, pero ella había sido rápida, apartándose con un movimiento y tomando distancia en el pasillo.

Únicamente se encontraban las dos, porque Elizabeth había advertido a los dos hombres que aún se encontraban en la habitación vistiéndose que no tenían permitido salir hasta que ella les enviara un mensaje. Pero era consciente de que seguramente la conversación se pudo oír, sobre todo con los gritos de Francesca.

«—¿Quién te crees que eres, maldita desgraciada? ¿Piensas que tienes el derecho de aparecer en mi hotel para cogerte a mis hombres? Déjame decirte que soy la última persona con la que quieres problemas. Yo, Francesca Ricci, te juro que...

—No me importa quién eres. —La amenaza filosa en su voz hizo perder el coraje a la mujer de ojos azules, dejando a la vista su miedo. Arrogante, avanzó el paso que restaba entre las dos y alzó la cabeza para poder verla fija, ya que la extraña era un poco más alta por culpa de los tacones que llevaba puestos—. Créeme cuando te digo que eres tú quien no quiere problemas conmigo. Yo, Elizabeth González, seré tu jodido infierno. Si buscas encontrarme, claro.»

Su rostro se iluminó ante ese último recuerdo. Estaba segura de que si hubiera planeado una revancha por la forma en que la trató la primera vez, no hubiera sido tan perfecta como la que le salió de repente al verla esperando del otro lado de la puerta de la habitación en la que ella jugaba con Giovanni y Fabrizio.

Era obvio que no iba a poder dormir, por lo que se levantó de la cama y se vistió con su ropa de deporte, decidida a bajar al galpón para descargar energías y cansarse.

Fue directamente a la cocina y, después de una humeante y caliente taza de café, bajó las escaleras a trote hasta el gimnasio.

Disfrutó de la soledad en medio del inmenso galpón, que parecía retener toda su frustración sexual por culpa de los recuerdos vividos.

Con cada golpe directo al saco de boxeo, su corazón se saltaba un latido para luego volverse frenético. Le latía tan rápido que estaba segura de que iba a terminar en el suelo con un ataque, sin embargo, conocía muy bien su cuerpo, así que continuó hasta que ya no pudo más.

Empapada de sudor y agotada por el esfuerzo, se dejó caer en la colchoneta. Su pecho subía y bajaba desesperado en busca de aire. Aun así, cansada como estaba, volvió a sonreír. Esta vez, una risa vino acompañada. En serio estaba feliz y satisfecha.

Juegos de azar [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora